Del dolor al orgasmo

Del dolor al orgasmo

Diez años después de reconocerme como lesbiana, me cuesta recordar con exactitud cómo me sentía entonces. Intento hacerlo para que no se me olvide.

26/04/2017
Una de las escenas de sexo protagonizadas por Shane en 'The L Word'

Una de las escenas de sexo protagonizadas por Shane en ‘The L Word’

En el pasillo de mi casa familiar hay un espejo enorme. Es imposible no verte. Cada vez que paso por delante me acuerdo de todas las veces que me miré en él mientras repetía en silencio: “Venga, Andrea, asúmelo. Eres lesbiana”. Luego negaba con la cabeza esa posibilidad: “No, no. No puede ser”, me repetía también una y otra vez. Fueron meses muy largos, grises y dolorosos. “Vaya esto del amor no es tan emocionante como dicen”, pensaba cada vez que creía que me gustaba algún chico del pueblo. Poco después pude asumir que estaba enamorada, que aquella sensación maravillosa que recorría mi cuerpo se parecía mucho a lo que me habían contado mis amigas que les pasaba y que yo, hasta entonces, no había experimentado.

Apareció ella, igual de joven e inocente, igual de cerrada a la posibilidad de reconocerse lesbiana, igual de asustada, y nos quisimos locamente. No teníamos ni idea de qué nos estaba pasando, nos fijábamos en cómo follaban en The L Word y comentábamos con entusiasmo todo lo que les pasaba a Maca y Esther en Hospital Central. La primera vez que nos besamos yo lloré. Ella trataba de consolarme. Dentro de nosotras, además de mucho amor, vivía la intuición de no estar haciendo nada malo, pero la seguridad de que expresarlo públicamente no era una opción. Estuvimos casi un año imaginando todos los posibles futuros que nos esperaban lejos de casa hasta que me dejó por SMS. Me rompió el corazón y yo, para superarlo, empecé a entrar a Chueca.com. Tenía tanto miedo a ser descubierta que, al principio, ni siquiera me atrevía a participar en los chats de Bizkaia. Hablaba con mujeres de Madrid, Barcelona, Canarias. Nunca decía mi nombre de verdad y narraba mis dolores con esa tendencia al dramatismo que aún conservo. Encontré en aquel portal web todo el amor y la comprensión que no encontré en mi entorno. Un día me atreví a buscar más cerca de casa y me eché una amiga virtual. Nos costó meses quedar y, cuando lo hicimos, llegamos a Bilbo con el firme propósito de conocer todos los bares de ambiente. Apenas 15 kilómetros me separaban de la ciudad, pero aquellos trayectos en Renfe han sido de los viajes más emocionantes de mi vida. No encontramos ningún bar que se pareciese a El Planet, pero nos deleitamos con alguna chica que se parecía mucho a Shane. Era la época del Fotolog.

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Ahora, más de diez años después, me cuesta recordar con exactitud cómo me sentía entonces, pero intento hacerlo para que no se me olvide. Aún recuerdo con una nitidez sorprendente cómo sentí que se me rompía el corazón con la ruptura y cómo dolía no encontrar consuelo en ningún abrazo amigo, sentir que nadie podría entenderlo, que aquello era terrible, que iba a doler a gente a la que yo quería mucho. No sé si alguna vez he llorado tanto con una canción como cada vez que escuchaba a Iván Ferreiro cantar eso de “son preciosos nuestros besos aunque nadie pueda verlos”. Aún, hoy, me emociono, pero, ahora, suena más lejos, de fondo, mientras escribo lo orgullosa que estoy por atreverme a vivir libre. Amimaneraescomplicado (no podía faltar un guiño a ‘La Bicicleta’, claro), pero este salir continuamente del armario es una forma estupenda de hacer limpiezas periódicas de lo que tengo dentro. Hay quien no me ha vuelto a coger el teléfono desde que supo que soy lesbiana, pero ahora sé lo caras que podrían haberme salido esas llamadas. Por suerte, he podido construirme un entorno laboral y afectivo en el que no sólo se respeta la diversidad sino que se promueve.

La falta de referentes es todavía hoy un reto para las lesbianas, que si bien cada vez somos más visibles en la vida pública, seguimos relegadas a ser eternas secundarias. La tendencia, desde las instituciones públicas, pero también desde los movimiento sociales, es fragmentar la realidad en cajones estancos, que evitan que podamos comprender la complejidad de nuestros cuerpos y vivencias. Emakunde, el Instituto Vasco de la Mujer, por ejemplo, no contempla la diversidad sexual porque, para eso, ya está Berdindu, el área del Gobierno Vasco que se encarga de las siglas LGTBIQ. Las bolleras, por tanto, deberíamos poder fragmentar nuestras realidad como personas que somos leídas como mujeres y como bolleras, mínimo, claro, para poder acceder a los recursos públicos. Es todo mucho más complejo. Somos mucho más complejas.

Hoy, día de la visibilidad lésbica, el reto tiene que pasar por celebrar la diversidad.  En la complejidad está mi apuesta, en promover discursos y políticas públicas que no sólo intenten corregir las desigualdades sino que promuevan, favorezcan y celebren la diversidad.

 

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