Hacia un modelo electrónico justo

Hacia un modelo electrónico justo

Esta semana se celebra el Mobile World Congress en Barcelona y casi todos los medios de comunicación se centrarán en explicarnos los grandes avances tecnológicos, pero obviarán qué hay detrás. Minerales del Congo extraídos en guerra, ensamblaje en diversos países de Asia en condiciones laborales de casi esclavitud, despojos tóxicos para Ghana. Alargar la vida de los aparatos electrónicos es la mejor práctica cuando hablamos de consumo responsable de tecnología

01/03/2017

Carla Liébana y Mònica Vega/ SETEM Catalunya

Foto de la web 'El Salmón Contracorriente'

Foto de la web ‘El Salmón Contracorriente’

Empezar un artículo sobre consumo responsable de productos electrónicos afirmando que la electrónica cien por cien justa no existe puede resultar un despropósito. Sin embargo, para nosotras se trata de una afirmación honesta que en ningún caso debe servir para que nos relajemos y aceptemos todo lo que nos vende el sistema sin cuestionarlo: es una realidad que debe permitirnos trabajar para cambiarla en la medida de nuestras posibilidades.

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Esta semana se celebra el Mobile World Congress (MWC) y casi todos los medios de comunicación se centrarán en explicarnos los grandes avances tecnológicos que presenta la gran industria móvil. Por no seguir la corriente principal, nosotras queremos aprovechar para repasar algunos de los aspectos denunciables vinculados al sector de la electrónica (que es posible que la cobertura del MWC obvie), caracterizado por un crecimiento imparable y un afán de innovación continua.

La cadena de producción de un teléfono móvil se inicia con la peligrosa extracción de minerales en la República Democrática del Congo, materias imprescindibles para la fabricación de teléfonos móviles y de otros aparatos electrónicos. En las minas de coltán, no existe ningún tipo de medida de seguridad y allí arriesgan su vida habitualmente decenas de personas -muchas de ellas, menores de edad-. La conocida como ‘Guerra del Congo’, que ha causado cerca de cinco millones de víctimas mortales y más de tres millones de personas desplazadas o refugiadas en sus dos décadas de duración, guarda una relación importante con el comercio de minerales: se sabe que los grupos armados del país, incluido el ejército congoleño, se benefician y se financian de esta manera.

La segunda etapa del ciclo de ‘elaboración’ de un aparato electrónico nos lleva hasta Asia: allí se concentran las fábricas de producción, que a menudo trabajan para varias empresas a la vez (Apple, DELL o H&P, por citar algunas). Sólo en China, más de cinco millones de personas trabajan ensamblando los componentes de nuestros aparatos electrónicos en condiciones de explotación laboral: jornadas de hasta 84 horas semanales, salarios insuficientes para mantener una vida digna, exposición a sustancias peligrosas para la salud, represión sindical, etc.

Todos estos made in China (hechos con componentes africanos) se venden como churros aquí en Europa. Por un lado, las grandes marcas ya se preocupan de que la obsolescencia programada inutilice un aparato en el tiempo que ellas consideran razonable para que nos podamos costear otro nuevo -¿os suena ése clásico de las baterías de los teléfonos móviles que dejan de funcionar a los dos años, justo después de acabarse el período de garantía?-. Por otro, el gran poder de la publicidad nos induce a querer el último modelo del mercado aunque el anterior cubra nuestras necesidades de sobra. Y si tenemos suerte y sorteamos estos dos obstáculos, las innovaciones tecnológicas de un año dejan obsoletas por incompatibilidad las del año anterior.

Así nos acercamos al fin de la cadena y volvemos de nuevo a África, ésta vez en forma de chatarra electrónica. Todos los residuos tecnológicos que genera el consumo incesante son enviados a vertederos incontrolados de países como Ghana, donde montañas de elementos altamente contaminantes destrozan las tierras y perjudican la salud de las comunidades locales.

Sabemos que el panorama no es muy alentador, pero siempre, SIEMPRE, se pueden hacer cosas. Para empezar, aplicar nuestro espíritu crítico para denunciar las injusticias; las voces reivindicativas suelen ser minoritarias, pero no por ello dejan de tener un impacto y a menudo abren vías alternativas.

Por ejemplo, podemos exigir a nuestros gobiernos que utilicen el poder de su compra pública para presionar a los grandes productores a impulsar buena prácticas; en el sector que nos ocupa, la Fundación Electronics Watch utiliza este método para mejorar las condiciones de las trabajadoras de la industria electrónica. En el Estado español, dos administraciones catalanas ya se han afiliado a la iniciativa: esperemos que sirvan de modelo para otras muchas.

Aunque sumar voces amplifica la fuerza de nuestro mensaje, en el ámbito individual también podemos apostar por alternativas justas al modelo hegemónico y depredador. El mejor teléfono móvil es, sin duda, el que ya tenemos; reparar nuestro ordenador portátil es la mejor opción si se nos estropea. Sí, es cierto, en las tiendas nos dirán que nos sale más a cuenta -económicamente- comprarnos uno nuevo que pagar el coste de la reparación. Pero no estamos solas en esta lucha contra la obsolescencia programada: existen iniciativas ciudadanas de personas técnicas expertas, como los Restarters que, de manera voluntaria, nos ayudarán a reparar nuestros aparatos electrónicos estropeados. O eReuse.org, un proyecto surgido en el ámbito académico que se dedica a reutilizar piezas de cualquier producto electrónico para alargar la vida de otro, además recicla adecuadamente los dispositivos digitales y promueve así la economía circular y la reducción de la fractura digital.

Sin lugar a dudas, alargar la vida de los aparatos electrónicos es la mejor práctica cuando hablamos de consumo responsable de tecnología porque evita a la vez la necesidad de más recursos minerales y la generación de nuevos residuos. Un 2×1 de sostenibilidad.

Cuando la reutilización no es una opción viable, llega el momento de adquirir un nuevo producto y, ante esta situación, la forma más responsable de consumir es aquella que se informa de qué hay detrás del aparato. En este sentido, Fairphone es el único teléfono móvil fabricado con minerales de comercio justo, respetando los derechos laborales de las trabajadoras y con un diseño modular que permite la reparación del aparato por piezas y con facilidad.

Aunque nos hemos centrado en los impactos que genera la producción de dispositivos, el sector electrónico abarca muchos otros retos como los oligopolios de las telecomunicaciones, el programario privativo o las dificultades de acceso a la cultura y al conocimiento. Por suerte en todos estos ámbitos las alternativas justas no solo son posibles sino que ya existen, está en nuestras manos hacernos con ellas.

SETEM Catalunya celebra estos días el Social Mobile Congress

 

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