Sonar, pásate al comino

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24/02/2017

Viola Klein

Grafiti con las palabras Sonar casate conmigo pintadas sobre un tren

Una vez, tuve la ocasión de compartir un cachito de mi vida con un chaval al que le apasionaba el grafiti. Pintaba desde pequeño como vía de escape a toda la artificialidad a la que estamos sometidas viviendo en ciudades. Como concepto básico, entendí que el grafiti es anónimo e ilegal, de lo contrario no es grafiti. Anónimo porque realmente hay que burlar millones de normas y reglas estatales para poder pintar, sobre todo el transporte público, y si lo que buscas es reconocimiento francamente estás vendido, pues te va a caer un multote bastante difícil de pagar. Ilegal porque es una irrupción clandestina que sabotea y desobedece las leyes del Estado.

El juego consiste, según este chaval que conocí, en pintarle la cara al sistema. La cultura del civismo es una victoria capitalista basada en un supuesto orden, en que no haya alteraciones, en que todo esté limpio, pero sobre todo, en que todas las personas participemos en el mantenimiento de ese orden. Cada año, estados europeos se gastan millones de euros en que su transporte público, sus muros, sus calles, estén libres de las manchas de grafitis, pero… ¿qué es realmente el grafiti? El grafiti nació como herramienta de expresión desde los márgenes, y como todo en esta vida esto también ha seguido su propia evolución y transformación.

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Mientras más me adentraba en el mundo del grafiti más me impresionaba la cantidad de estrategias que se dan para poder, por ejemplo, llegar a pintar un tren. ¡Bravo por toda esa gente que lo ha conseguido! Millones de fugas, de alarmas, pasillos oscuros sin salida, luchas cuerpo a cuerpo contra la policía antigrafiti, detectores de gas, porras, correr como si no hubiese fin, rapidez, audacia, y un largo etcétera. Quizá Hakim Bey diría que son ninjas especializados en el arte de la fuga, tratando de buscar un pasquín de libertad, entorpeciendo la civilización y la aburrida anestesia cotidiana.

Pero como todo en este mundo, este espacio de resistencia también ha sido monopolizado por hombres, y es realmente desde no hace muchos años, que la participación de mujeres y trans está en auge. No podemos obviar que los roles de género también se reproducen dentro de este espacio y eso conlleva la batalla de egos de la que todo el público es testigo: circulamos por las calles llenas de tacs con nombres que son todo menos grandilocuentes. Mucho ego, mucho macho. Hace no muchos años que la historia está cambiando, los colectivos feministas están en auge en mi ciudad, Barcelona, y del mismo modo que el patriarcado es el sistema más permeable, el feminismo como movimiento, se ve que también lo es. En el grafiti no podía ser menos. Desgraciadamente, sabemos que el sistema de cuotas (igual número de pollas y coños por metro cuadrado) no es garantía de equidad, dado que todas las personas que habitamos el mundo somos transmisoras de la cultura, y la cultura es patriarcal. Que haya chicas en el grafiti no nos salva de su machismo, una pena, habrá que seguir luchando.

Hace pocos días, una grafitera de un colectivo exclusivamente de mujeres pintó una pieza en un tren de cercanías en la que pedía matrimonio a su pareja. Sentí curiosidad por saber a quién se le había ocurrido semejante barbaridad. Quería entender el mundo de significaciones que reinaba en su cabeza. Película made in Hollywood: le estaba pidiendo matrimonio a otro grafitero también conocido en el área de Barcelona.

Mucho han escrito las feministas sobre el matrimonio (institución estatal que garantiza unos derechos a lxs ciudadanxs por encima de lxs que no están casadxs), y mucho también sobre el amor romántico (ese tipo de relación mayoritariamente heterosexual en la que la pareja debe satisfacer todos los aspectos de la vida del otro). A estas alturas, por suerte, sabemos que cualquier espacio es propicio para hacer resistencia al poder, querer casarse no siempre supone una alienación. ¡Felicidades para los dos grafiteros que quieren casarse!, el tema no va de eso. El tema va de: eres grafitera, has conseguido participar en un movimiento altamente masculinizado, estás burlando al Estado y todas sus normas y leyes estúpidas, y ¿utilizas este canal (el grafiti) para promover una institución estatal? El grafiti se nos ha ido de madre y Herbert Marcuse aparece delante mío recordándome que todo lo que arrojes al capitalismo, este acabará por vendértelo. Vaya basura.

Y… ¿ahora qué? Hablo con mis amigxs a ver qué dicen. Gana una mayoría que opina que el grafiti no debe de ser un lugar para este tipo de cosas; también dicen que el grafiti está desvirtuado, que casi nadie mantiene su esencia; además de que hay demasiada gente ensuciando los espacios de resistencia y disidencia. Pero también existe la opinión de que debe haber libertad de expresión y que cada persona utiliza las herramientas de las que dispone en la vida según su conveniencia (bienvenido individualismo, ¿otra victoria capitalista?). No me convencen las palabras. Pienso que el relativismo occidental es cómplice de la proliferación del mismo sistema. Si todo vale, si todo está bien, entonces estamos dentro de un pozo sin fondo que nos impide romper la lógica capitalista y estatal. Particularmente, yo no hablo desde el grafiti, no soy grafitera, pero si que soy antisistema. Así que por favor… ¡Mantenlo real!

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