Sororidad o esa palabra que empieza por ese

Sororidad o esa palabra que empieza por ese

No es amistad, ni afinidad política, ni lesbianismo, ni salvación, ni gomaespuma para rellenar el cojín del vacío existencial. Alicia Murillo apuesta por una revisión del concepto que se base en dos ejes fundamentales: el conocimiento y amor por nuestra historia, y el proceso de duelo al amor romántico.

26/01/2017

sororidad ilustración con textosEl feminismo en la España de los 80 consistió, en gran medida, en decirnos a las niñas que teníamos que estudiar para ser independientes económicamente “el día de mañana” (es decir, hoy). Así que, ya está ocurriendo: esta generación de mujeres es más ‘culta’ que la anterior, siempre que por cultura entendamos ‘cultura académica’, claro.

Estudiar una carrera universitaria es muy parecido a aprender un idioma. Aprendemos palabras nuevas para designar conceptos de dos tipos: los que ya conocíamos antes, que se transforman políticamente a través del nuevo significante; y los que no conocimos hasta llegar a la universidad o a la nueva lengua.

La cuestión es que adquirir conocimientos no siempre enriquece nuestra vida, porque existe la posibilidad de olvidar nuestra cultura anterior o despreciarla. De hecho, este fenómeno es muy común, también con los idiomas: después de la Segunda Guerra Mundial, muchos de los/as judíos/as emigrantes en Estados Unidos olvidaron el alemán al aprender el inglés y es algo que vemos también en criaturas adoptadas a escala internacional, normalmente como forma de protección neuronal ante un shock postraumático. Otras veces el idioma se pierde de una generación a otra pero con intencionalidad, por razones sociopolíticas, como es el caso de los chicanos en Estados Unidos, que dejaban de hablar español en sus casas para evitar que sus hijos/as lo aprendieran, facilitándoles así la integración en la sociedad xenófoba donde vivían. Creo que algo parecido al pueblo chicano nos ha ocurrido a las mujeres de mi generación al acercarnos a algunos feminismos.

suscribete al periodismo feminista

Cuando vivía en Estados Unidos escuchaba a los blancos hablar continuamente de community. Me costó entender el significado porque nunca lo oí, en un contexto parecido, en español. Allí se hablaba continuamente de “crear comunidad”. Yo, como andaluza, no podía entender que una comunidad pudiese crearse porque la mía la heredé, sin más. Mi comunidad la vivo, la disfruto, la modifico e incluso intento destruirla en determinadas parcelas que me parecen equivocadas, pero no la ‘creo’. Después de un tiempo allí me di cuenta de que quienes menos decían la palabra cummunity eran mis amistades centroamericanas (emigrantes de Panamá y Venezuela, principalmente).  Me percaté, por tanto, de que era un término usado por blancos para designar a grupos no blancos o para planear la creación de una cosa que envidiaban y necesitaban pero que, en realidad, ni siquiera entendían.

También se hablaba de la black community, muslim community, Mexican community, siempre para diferenciarlas o compararlas con el paradigma blanco. Eso sí, nunca escuché white community. No estoy diciendo que esa expresión no se use, lo que digo es que yo nunca lo oí por lo que, evidentemente, se usa menos que las otras. De hecho, haciendo una búsqueda en internet, me doy cuenta de que las referencias a la white community que aparecen son sólo para denominar grupos minoritarios de personas blancas en países africanos. De todo esto deduzco que community es el término anglosajón para designar la herencia cultural que las generaciones reciben unas de otras dentro de un grupo minoritario o discriminado.

Aniquilamos la herencia de nuestras abuelas que estaba formada por unos lazos de unión basados en la practicidad, no en el romanticismo

Las mujeres, como grupo discriminado y minoría simbólica, hemos tenido también una community en casi todas las sociedades y en casi todos los momentos de la historia. Es decir, hemos establecido lazos de unión que han supuesto una resistencia al paradigma masculino y patriarcal. Lamentablemente, con la llegada de la mujer a la Academia, nos ha ocurrido lo que a los chicanos de los años 50: a medida que íbamos perdiendo nuestra calidad de discriminadas íbamos también perdiendo nuestra propia cultura. Mientras adquiríamos poder en la Academia o en otras instituciones, mientras aprendíamos a desenvolvernos en esos ambientes, a hablar el idioma de la “alta cultura”, nos íbamos olvidando de nuestra propia unión, de nuestro idioma, de nuestra community. En ese proceso aniquilamos la herencia de nuestras abuelas que estaba formada por unos lazos de unión basados en la practicidad, no en el romanticismo. Eran colaboraciones y uniones sólidas, duraderas, que no pudieron ser quebrantadas por los hombres porque se construyeron al margen de ellos, a escondidas de ellos y, sobre todo, en contra de ellos.

El acceso al poder de un grupo discriminado se produce siempre dentro de la institución y, a medida que ese proceso se va desarrollando, el sujeto discriminado pierde también lo mejor de sí mismo.

La rapera nigeriana Nneka lo describe muy bien en esta letra:

Why do we want to remain where we started?

And how long do we want to stop ourselves from thinking?

We should learn from experience that what we are here for this existence

but now we decide to use the same hatred to oppress our own brothers.

It is so comfortable to say racism is the cause

but this time it is the same colour chasing and biting us.

Knowledge and selfishness that they gave to us, this is what we use to abuse us

………………………………………………………………………………………………

¿Por qué nos empeñamos en seguir recordando donde empezamos?

¿Y cuánto tiempo queremos seguir parando nuestro pensamiento?

Debemos aprender de la experiencia que estamos aquí por la existencia

pero ahora decidimos usar el mismo odio para oprimir a nuestros propios hermanos.

Es tan cómodo decir que el racismo es la causa

pero esta vez es el mismo color el que nos persigue y nos pega.

El conocimiento y el egoísmo que ellos nos dieron, eso es lo que usamos para abusar de nosotros mismos.

En los años 80, con la llegada de la democracia a nuestro país, un sistema escolar y universitario, diseñado por el paradigma patriarcal, educó a nuestra generación de mujeres y la preparó para adquirir y perpetuar un conocimiento masculino, normalizado y uniformado, que no daba cabida a nuestra sabiduría. La elección de las mujeres que tuvimos acceso a la universidad, por supuesto, no fue casual. La mayoría de nosotras éramos blancas, sin diversidad funcional, de clase media y, en muchísimos casos, hijas de hombres con estudios superiores. No todas cumplíamos todos los requisitos pero era muy común tener, al menos, tres de ellos. El sistema universitario absorbe así un feminismo que ponía encima de la mesa la discriminación de género pero que no cuestionaba otras transversalidades. Además, en esta absorción, las mujeres vivían un proceso de pérdida de su ‘lengua y cultura materna’. Con este proceso, la institución académica se aseguró dos cosas: la destrucción de los elementos de resistencia de esas mujeres ante la norma masculina y una falsa inclusión de la lucha feminista en la universidad, que silenciaba otras luchas como la de raza o diversidad funcional.

El sistema universitario absorbe así un feminismo que ponía encima de la mesa la discriminación de género pero que no cuestionaba otras transversalidades

Ya han pasado cerca de 40 años desde que se inició el proceso de inclusión en masa de las mujeres en la vida universitaria de nuestro país y, de repente, nos veo a nosotras mismas hablando de sororidad de la misma forma torpe y sombría que los blancos hablan de community en Estados Unidos. Ya estamos dentro del sistema voraz, ahora ya contamos en el patriarcado… y justo ahora es cuando nos damos cuenta cuánto nos gustaría recuperar nuestra cultura original, la de nuestras ancestras, la cultura de resistencia a la norma, la de nuestra identidad primera. Y para intentar conseguirlo, como buenas blancas que se precien, vamos a robar conceptos que no entendemos a comunidades que despreciamos.

La palabra que empieza por ‘s’

La palabra sisterhood, sororidad, no la entendemos. Hablamos de crear sororidad pero la sororidad no se crea porque la comunidad no se crea. La comunidad se hereda, se vive, se cambia, se destruye e incluso se recupera, pero no se crea. Huérfanas de nuestra propia historia, sin saber de dónde venimos, inmersas en un mundo diseñado a imagen y semejanza del constructo masculino, habiendo leído libros donde no se nos nombraba, habiendo desprestigiado el trabajo de las que nos cuidaron, amamantaron, educaron, sin modelos por tanto para seguir, las feministas blancas académicas nos encontramos buscando un pegamento que nos una y que se llama… ¿cómo se decía? Esa palabra que empieza por ese.

Hablamos de crear sororidad pero la sororidad no se crea porque la comunidad no se crea. La comunidad se hereda, se vive, se cambia, se destruye e incluso se recupera, pero no se crea.

No somos nada sin nuestras raíces, tenemos que conocer nuestra historia, incluso para poder odiarla y contestarla si nos place, no es necesario que la amemos ni la veneremos, pero las mujeres tenemos saber quiénes hemos sido para saber quiénes somos.

Lo estamos haciendo mal. Sororidad no es amistad, ni afinidad política, ni lesbianismo, ni salvación, ni gomaespuma para rellenar el cojín del vacío existencial. Sororidad no es el sustituto del príncipe azul, no nos protegerá de todos frente a todo, no viene en un corcel blanco. Hemos construidos textos, estrategias y experiencias para protegernos del amor romántico heterosexual y se nos ha olvidado hacer lo más importante: asumir el vacío y el duelo de no sabernos correspondidas en el amor y en los cuidados. No soportamos la soledad que nosotras mismas y nuestros feminismos nos hemos puesto delante y hemos intentado llenarla con una sororidad construida desde el desconocimiento de nuestra propia historia, un sucedáneo de community. Señoras, estamos haciendo el ridículo, aunque al mismo tiempo, inspiramos mucha ternura (la misma que la que nos inspiran nuestros maltratadores en los momentos de la reconciliaciones).

En busca de una sororidad que goce de buena salud

La sororidad que nos será útil, desde mi punto de vista, deberá basarse en dos ejes fundamentales: el conocimiento y amor por nuestra historia; y el proceso de duelo al amor romántico.

Conocimiento y amor por nuestra historia. No podemos recuperar lo que no conocemos o lo que despreciamos. Es necesaria una mirada atrás en el tiempo y alrededor en el espacio de lo social. La sororidad no puede partir del desprecio de nuestra cultura. Las mujeres hemos sido las cuidadoras de un patriarcado milenario y es precisamente ese cuidado ejercido por nosotras lo único realmente digno de ser rescatado del viejo sistema. Debemos valorar el trabajo de nuestras antepasadas anónimas, dejar de pensar que la aprobación de las instituciones patriarcales (tales como la universidad y sus titulaciones) son las únicas dignas de aplauso. Al estudiar feminismo en la universidad estamos pidiendo permiso a un patriarca llamado rector para que nos avale en la lucha. No necesitamos permiso de los varones para derrocar al patriarcado y al capital. A las instituciones debemos entrar para destruirlas desde dentro. Que cada conferencia, cada clase de feminismo suponga un riesgo de expulsión de la universidad, un escándalo o, como mínimo, una acción molesta y a contracorriente, un acto de contracultura académica.

No debemos volver a entrar en las relaciones entre mujeres buscando amor incondicional, continuo acuerdo y entrega absoluta porque eso son los valores más machistas que puedan existir

Proceso de duelo al amor romántico. Nos han engañado, fue una estafa, nadie va a venir a salvarnos. Lloremos, pasemos el duelo y a luchar. Otra mala noticia es que tampoco nos salvará el feminismo del vacío de no sabernos amadas ni correspondidas. El feminismo no está aquí para hacernos ese trabajo sucio. Que nosotras hayamos asumido esa faceta al relacionarnos con los hombres durante siglos no significa que sea justo pedir que otras nos lo hagan ahora a nosotras. Las mujeres debemos empezar a gestionar nuestra independencia y eso sólo se consigue a través de la autoestima.

La sororidad no es un grupo de mujeres sosteniéndonos en cada bache que encontramos en el camino: podemos y tenemos que caminar solas. No debemos volver a entrar en las relaciones entre mujeres buscando amor incondicional, continuo acuerdo y entrega absoluta porque eso son los valores más machistas que puedan existir. Estamos exigiendo al colectivo de mujeres lo que reivindicamos como injusto en las relaciones heterosexuales.

Entonces, ¿qué es sororidad?

Pero si sororidad no es amor, si no es amistad, si no es consenso político, si no es igualdad, entonces ¿qué es? Para mí sororidad no es más que practicidad y alianza entre mujeres diversas con especial escucha hacia las reivindicaciones sociales transversales al feminismo (raza, clase, edad…). Nada más y nada menos.

Alicia Murillo ya habló de sororidad en ‘El conejo de Alicia’

cabecera-mini-foro

¿Usas a menudo la palabra ‘sororidad’? Y, sobre todo ¿la practicas? ¿Cómo? Cuéntanoslo en el Foro de Debate de Pikara.
Download PDF
Etiquetas: ,

Artículos relacionados

Últimas publicaciones

ayuda a Gaza
Download PDF

Título

Ir a Arriba