Muertes violentas: ¿todas iguales?

Muertes violentas: ¿todas iguales?

Un hombre de 56 años que cuidaba a su madre de 92 años, enferma de Alzheimer, la mató y luego se apuñaló a sí mismo. ¿Hablamos de violencia machista o desplazamos el debate a la eutanasia y la atención a la dependencia?

19/01/2017

Isabel Otxoa*

Alzheimer's Dementia Dependent Woman Old Age

Foto de archivo: Max Piel

Algunas mujeres matan a sus criaturas recién nacidas. Cuando detienen a la autora de la muerte, suele ser alguien que ha vivido su embarazo en una situación de presión extrema. Soledad, miedo al entorno, falta de dinero, falta o lejanía de una familia que pudiese arropar, amenaza de pérdida de un empleo que asegura la subsistencia… aparecen todas o algunas de esas circunstancias. Cuando leo que han encontrado una criatura en un contenedor, siento una gran compasión por la madre recién parida, y cabreo por la persistencia de circunstancias que hacen que alguien se plantee matar a su criatura. Deseo siempre que no lleguen a descubrir a la mujer –tal cual- aunque esta parte no la tengo tan clara, porque quizá el mantener algo así en secreto sea a la larga una carga peor.

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De vez en cuando, parejas ancianas y enfermas son noticia porque una de las dos personas –en todos los casos que recuerdo había sido el marido- mata a la otra y luego se suicida. Siendo como soy firme defensora del derecho a la eutanasia, no tengo por qué presumir que ahí no hubo un pacto de ambos de terminar con su vida, y me parece muy bien. A veces me estremece la manera de dar muerte o morir, porque en ocasiones se usan métodos (asfixia, acuchillamiento…) que probablemente hayan hecho sufrir a una o a las dos personas. En ese caso, me cabreo porque todas deberíamos tener acceso a un método dulce para terminar, y porque poner fin a la propia vida no debería ser algo tan difícil. Echo la culpa a la religión, que niega el derecho a decidir sobre la propia existencia y nos obliga a dejarla en manos de su dios, pero también responsabilizo al sistema político y médico que no respeta la voluntad de las personas sobre su cuerpo.

El que sea el hombre el que primero mata y luego se suicida no me hace pensar que estemos ante un acto de violencia machista. Podría serlo en el caso de que el pacto no hubiese existido, pero nunca he tenido datos para afirmar semejante cosa. Alguna vez, hablando entre feministas, se ha argumentado que sí que hay violencia machista en esos casos, porque cuando en una pareja es el hombre quien está más enfermo o dependiente, las mujeres cuidamos hasta el final, no matamos. Creo que es verdad, ellas no lo suelen hacer, al menos no de la manera en la que una termina en los periódicos. Pero que la conducta no sea habitual en las mujeres no me parece argumento suficiente para censurarla, a no ser que estemos ratificando el principio de que hay que cuidar hasta inmolarse.

El día 10 de enero, un hombre de Portugalete (Bizkaia) de 56 años, hijo único que convivía y cuidaba a su madre de 92 años, enferma de alzhéimer, la mató y luego se acuchilló a sí mismo. Está ingresado en el hospital. Solo conozco la noticia por el periódico. Así que, ateniéndome a lo que he leído, lo primero que he sentido es simpatía y solidaridad con el hijo único que a saber cuánto tiempo llevaba atendiendo a su madre enferma. Las personas del vecindario han dicho que solían ver al hijo paseando a su madre en silla de ruedas y que se les había dejado de ver “de un tiempo a esta parte” porque el estado de salud de ella había empeorado.

Lo que cuentan las trabajadoras de hogar internas que cuidan todo el día y sin descanso semanal a personas con alzhéimer avanzado es que es una tarea solitaria, deprimente y asfixiante, que exige una atención continuada, que no permite dormir una noche entera… Por no añadir lo que supone en términos de renuncia a cualquier otro proyecto vital. Así que lo primero que me sugiere este asunto es que también hay hombres a los que el patriarcado capitalista aplasta al desentenderse del cuidado y atribuirlo a la esfera familiar. Lo segundo, es que la clase social no libra del alzhéimer, pero si alivia el sufrimiento que puede generar alrededor. En el caso de Portugalete no hay noticia de apoyo externo en el cuidado; en muchos otros casos y para quienes pueden pagarlo, el familiar con alzhéimer está a cargo de trabajadoras internas entre semana y de otras o de las mismas que cubren el fin de semana, y que en el 80% de los casos viven solas con la persona atendida. Así que los deberes filiales con dinero se llevan mejor y difícilmente ponen a nadie en el disparadero.

La duración de la etapa final de la vida de personas con alzhéimer es muy elástica. Depende del criterio que tengan frente a las situaciones terminales los servicios médicos que hayan tocado en suerte, o el personal médico al que se tenga acceso por otras razones -ligadas casi siempre a la clase social-, tampoco es igual si la persona está en casa o en una residencia. Otra cuestión es a partir de qué momento se considera una situación como terminal, y en ese punto la posición de la familia sobre la aplicación de tratamientos para prolongar la vida es decisiva. En todo caso, la muerte provocada por el desistimiento terapéutico no tiene la sordidez de la acción del hijo que acuchilló a su madre, acción que habla de descontrol sobre la propia vida y de una desesperación ante la que no parece oportuno realizar juicios sumarísimos.

*Isabel Otxoa es feminista. Participó en la Plataforma por un servicio público vasco de atención a la dependencia y en la actualidad es integrante de la Asociación de Trabajadoras del Hogar de Bizkaia.

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