Feminidades tóxicas en la era del #feminismochic

Feminidades tóxicas en la era del #feminismochic

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06/01/2017

Raisa Gorgojo

Una mujer se pinta los labios de rosa con los ojos cerrados
Últimamente se está discutiendo sobre masculinidades tóxicas, o en otras palabras, aquellas actitudes opresoras que el patriarcado considera deseables en un verdadero hombre. Yo me pregunto por qué no se habla de las feminidades tóxicas. Tal vez porque cualquier persona que no sea un hombre cis no pueda ser realmente machista en tanto que víctima de un sistema de valores que la considera inferior, ergo no tiene poder para ejercer una verdadera opresión, solamente puede perpetuar ese sistema con el fin de no salirse de la norma y ser relegada a la periferia social. Pero esto son minucias academicistas, lo verdaderamente importante es lo que pasa en la vida diaria: la sabiduría de bar.

Pensando en las últimas cosas que he visto u oído en las últimas semanas, se me ocurren algunos modelos de feminidad tóxica, a saber: una chica arregladísima hasta la incomodidad, una que pueda ser mirada, y que mire por encima del hombro a las demás. Una mamá Pinterest que tiene mil tablones para preparar la fiesta de cumpleaños más original o el disfraz de la función de fin de curso más creativo, la misma que elige a los amigos de sus hijxs y margina o ignora a otras familias. Una chica gorda que critica a la otra gorda de la fiesta que lleva vestido de terciopelo (“¿pero cómo se atreve?”); o una que adelgazó y piensa que las que no lo hacen son unas débiles, unas vagas, unas asquerosas. Una chica que al nacer le dijeron que era hombre porque tenía pene, y mira con asco a la chavala butch, tomboy o como prefieras calificarla (o al revés, la que ve absurdo que la chica con nombre masculino en la partida de bautismo no sea lo bastante femenina, “eso no es una mujer, ni un hombre, ni nada”). La que se reconforta pensando que la nueva novia de su ex es fea o gorda o baja, pero seguro que folla muy bien y claro, los hombres van a lo que van… o la que se consuela pensando que ella es muy limpia y muy formal, que ella será presentada a los padres de él aunque su novio cada sábado esté con una distinta: cada una vale o que vale, y ella no es de usar y tirar.

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Todas estas pseudo tipologías de lo femenino no son nada academicistas, no se trata de un estudio social con un mínimo de rigor: son personas que me he encontrado últimamente, ni siquiera es un catálogo exhaustivo de las actitudes que he visto en mi vida. Tú mismx podrás añadir más a la lista, u ofenderte por ella, incluso ser escépticx… pero miremos ahora la otra cara de la moneda: todas estas actitudes perpetuadoras de un ideal peligroso en tanto que restrictivo e inalcanzable son la adecuación a la mirada masculina. Siguiendo con la retórica de bar, no se trata aquí de decir que tu padre, tu novio, tu mejor amigo o tu hermano son unos verdugos sin piedad, son simplemente personas que llevan puesto un traje cortado a su medida. Tú, en cambio, tienes que vivir dentro de dos tallas más pequeñas, y sonreír mientras lo haces. La mirada masculina patriarcal quiere, en pocas palabras, una mujer guapa y de su casa (expresión fantástica, por otro lado) pero no quiere hablar de cultura de la violación, sólo de denuncias falsas o de aprovechadas que se divorcian para sacar una pensión, por poner un par de ejemplos. Esa mirada no quiere personas redondas, quiere objetos hermosos que no sangran, que están conformes con sus condiciones laborales y familiares, que soportan el síndrome premenstrual, el mansplaining y el manterrupting, la violencia obstétrica, los pseudopiropos por la calle, la explotación del cuerpo, la cosificación y los efectos secundarios de la píldora, entre otro millón de cosas, como una parte más de su vida. Objetos hermosos que paren y producen, pero dentro de las condiciones establecidas para ellos, sin cambiar las reglas del juego. Y en silencio.

¿Qué son entonces las feminidades tóxicas? Un conjunto de prácticas impuestas externamente a las mujeres (cis o no, evidentemente), normalizadas por la biotecnología al servicio del Estado, que sirve o depende de otros agentes (económicos, religiosos) y que, de ese modo, resultan deseables en lo femenino e identificables como tal. Quien se sale del paradigma es peligrosx, nocivx, anormal. Cuando una minoría más o menos considerable (o ruidosa) rechaza el paradigma, el sistema se apropia de ciertos puntos de la ideología entrante, los más comercializables y menos subversivos, y los incorpora en sus sistema de valores. De ese modo, se normalizan una serie de prácticas o ideas que nada tienen que ver con el ideario inicial, silenciando a los grupos que lo contestaban y mitigando el potencial peligro que representaban. Es el llamado feminismo chic (o mejor dicho, #feminismochic), un movimiento de plástico que envuelve en celofán brillante un caramelo envenenado: el sueño de que las mujeres pueden tenerlo todo porque son súper mujeres, y porque lo quieren todo: familia (que no le falten al capital lxs hijxs y por supuesto, las cuidadoras y las amas de casa, pero luego no les demos un sueldo o pensión dignos), éxito laboral (que tampoco falte la mano de obra ultra preparada y peor pagada) y belleza (que el mercado siga vendiendo utopías que no son sino torturas al cuerpo diverso).

El feminismo chic permite que en un mismo sistema de valores convivan dos actitudes contrapuestas, una aparentemente revolucionaria y otra conservadora: por ejemplo, que se considere loable lamentarse por la desigualdad salarial, pero entendible que renuncies a tu carrera por la maternidad y que, en caso de divorcio, tengas que reincorporarte al mercado laboral. Alejándonos de las actitudes personales y concentrándonos en las corporativas, un ejemplo de ese feminismo chic, sería la apropiación que la edición británica de Elle hizo de la famosa camiseta con el slogan de la Fawcett Society This is what a feminist looks like, que rondaban las cuarenta libras pero estaban hechas por mujeres mauricianas bajo condiciones de trabajo explotadoras. Como escribe Andi Zeisler en We used to be feminists once, el problema con el feminismo chic (que ella llama, probablemente con más acierto, marketplace feminism) no es en sí la creación de una “marca” que todxs puedan consumir, sino su intención de esconder bajo la alfombra los asuntos más problemáticos y resaltar los más convenientes para el sistema. De ese modo, se crea una apariencia de igualdad y equidad pero se continúa viviendo en una sociedad de masculinidades y feminidades tóxicas, sin discutir las problemáticas que subyacen al patriarcado y al capitalismo.

A menudo se oye que son las mujeres las más machistas y las madres, las peores de todas, en tanto que son ellas las que crían a los hombres del futuro. La falacia es tal que no merece ser discutida: ni la libertad ni la igualdad existen todavía, hay que construirlas. No creamos en espejismos, no culpabilicemos a quien, a fin de cuentas, parece actuar como verdugo pero lo hace desde la posición de víctima.

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