Mundo dual, mundo extraño

Mundo dual, mundo extraño

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03/12/2016

Nuria Vázquez López

Otra vez no. Otra vez la puta benzodiacepina no me hace efecto. No soy capaz de entender que en el prospecto alerten de excesiva somnolencia, posible periodo de amnesia y debilidad muscular cuando a mí me hace caricias en el cuero cabelludo, en el día más afortunado. En fin, en el fondo no me sorprende: vaya día.

Creo que no debería haber acompañado a Gloria a su cita a ciegas. Yo, que soy terriblemente empática, debería de haber entendido que a veces sorprende verme con tanta seguridad con espirales rapadas encima de la oreja izquierda. Ernesto no gusta, lo cual es paradójico porque como tío suelo encajar bastante bien en muchos contextos. Joder, el otro día en el cajero la mujer de pelo lacio que tenía en frente miraba con un deseo lascivo (cuasi violento) hacia el pene que no tengo mientras me dejaba, muy amable y risueña, adelantarme a ella para la enésima comprobación de que tengo 36 euros en la cuenta corriente. Vale, puede que no fuera deseo y que mi mente masculina de pega se lo haya imaginado, como tantas otras cosas. Vale, puede que fuera el miedo al desconocido con pintas extravagantes lo que provocó aparente cortesía y no hubiese atisbo de deseo sexual. Vale, es lo más probable.

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No importa, suelo gustar. Mi madre, mi adorada madre con olor a lilas silvestres, que siempre me acoge en volandas (metafóricas) cuando suena el timbre, estridente pero armonioso, de su mansión de paja. Mi madre. Ella siempre quiso engendrar varón. A ver, es lo típico y tópico: da menos problemas y preocupaciones, no tienes que hacerle ridículas coletas, son independientes y sobre todo fuertes como robles de metal. Joder, a un tío no lo van a violar en la esquina de la calle donde bajabas de pequeña a comprar chucherías. A un tío no le van a devorar las tetas con la mirada mientras se escapa a su vez una babilla goteante de impulso de polla gorda, rellena de sangre, irrefrenable en su deseo de encontrar agujero.

A un tío… Bueno, a un tío hoy le han “rechazado”, en realidad. Solamente a Gloria se le ocurre quedar por Tinder en el bar más cool del barrio. Con cool quiero decir elitista, pero sutil, de esos lugares que admiten, sin miradas descaradas de superioridad, a cualquier bicho viviente. ¿Por qué, si son elitistas? Para comprobarlo y reforzarlo, para seguir asegurándose el primer puesto social necesitan rodearse de la gente corriente. El ego es un animal hambriento, leí en algún sitio. Además, está de moda relacionarse con chusma con ropa de mercadillo, es como alternativo.

En fin, que allí acompañé a Gloria como Ernesto para hacer de amortiguadora ante el más que probable fracaso sexual. Me da la sensación de que a Gloria a veces se le olvida que es demasiado particular como para no hacerlo ver con luces de neón. Hemos tenido un sinfín de conversaciones acerca de la visibilidad de las orientaciones e identidades sexuales y se la ve una mujer coherente hacia lo ajeno pero, joder, es poco consecuente con lo personal. Mi querida Gloria, mi pequeña amiga de piel de porcelana y ojos de tigre temeroso: si no explicas al principio que eres asexual vas a tener momentos incómodos de preguntas prejuiciosas más adelante. No seré la más indicada para dar consejos, tengo un historial de evitar conversaciones infinito; cabría la lista en un contenedor de esos en los que cedes tu ropa usada a niños de barriga inflada. Pero coño tía, sé de lo que hablo.

El caso es que al llegar al bar hoy, donde el vaso más ancho es de cóctel Cosmopolitan, pedimos ambas un agua del tiempo. Quince minutos después entró por la puerta el Hombre: 37 años, separado, sin hijos y con un selfie en la foto de perfil de su media melena canosa y seca, con un fondo de baldosas que te transportaban a un servicio público del metro de Madrid. Hasta yo me puse nerviosa, era más atractivo de lo que parecía en el Tinder. Al instante Gloria se quedó boquiabierta y, como me la conozco bien, sabía que me tocaba a mí cumplir el protocolo de presentación:

–Hola, buenas. Soy Ernesto, esta es Gloria como ya te puedes imaginar –sonreí procurando enseñar todos los dientes–.

–Hola, ¿qué tal? Habéis llegado muy pronto. Perdonadme que no tenía donde aparcar.

No sé qué más dijimos, la verdad. Sé que pasados 20 minutos sentados en una mesa cuadrada con mini-sillas de madera para culos de mujeres que, inseguras con su cuerpo no normativo se matan por inanición progresiva, me encontraba hablando de sexo anal. Lo sé, lo sé, es tremendamente jocoso hablar con una asexual y un desconocido de sexo anal cuando vas de Drag King. Tiene que haber de todo en esta vida. Hay personas que hablan de ligas de fútbol durante horas o sobre el la guerra civil de Paraguay en el siglo XX. ¿Quién dice que este tema no es de interés cultural también, eh?

Recuerdo que Gloria no habría la boca, claro está. Avisada como estaba por mi insistencia de amiga, hablar de sexo es un momento ideal para decir que no sientes atracción sexual por nadie aunque de vez en cuando mantienes contactos íntimos (sexuales casi siempre) por otras motivaciones. Era un buen momento para dejarlo caer, aprovechándote además de tener un amortiguador de cabeza rapada, bigote inglés de pega y Dr. Martens marca vegana compradas online. Pero nada, le cuesta y es comprensible. Yo quise ayudar pero a la vez no entrometerme demasiado así que me fui por patas ante el comentario del Hombre: “Tienes una apariencia peculiar, tú no debes de follar mucho, maricón” –dijo entre risas punzantes–. Me fui, eran las 13.00 y quería que mi día continuase sin mala hostia.

Si yo te entiendo, amiga Gloria. ¿Evitar temas escabrosos para no responder a las preguntas simplonas que te irritan? ¡Qué me vas a contar! Dos años vestida de hombre cada dos días aproximadamente y otros 20, más o menos, de veganismo. Nunca podré olvidar aquella vez en el supermercado cuando la vecina cotilla de barriga llena de alcoholismo por depresión lanzó su interrogatorio. Ay señora, sigo siendo heterosexual. ¡Cuántos prejuicios que sé que tiene y qué pereza me da contestar! Me acuerdo, que con mi bordería a flor de piel por el maldito día de Navidad, le dije, a sabiendas de que no me iba a entender y que estaba siendo cruel y nada cordial: “Señora, soy cisgénero, hetero y mujer. Andrógina extrema, intercalándome a mí misma con Drag King y Drag Queen; bigote y tacones de aguja. Pero tranquila, todavía tengo vagina, sin rasurar por supuesto”. Se me fue de las manos, le tocó a ella recibir la descripción exhaustiva, contenida bajo la lengua. Fue puntual, fue visceral. Fue vomitar mi identidad como bulímica en bucle. Lo siento señora, tenía hasta ese momento 35 años encima de represión amable que murieron con usted.

Volviendo a mi día que no me deja roncar tranquila, Gloria se quedó en el bar ‘piji-cool’ y yo me fui al chino a por una peluca rubia platino. Reconozco que me influye la televisión: quería tener el pelo de la de Juego de Tronos (no sé ni el nombre, no lo he visto nunca) que me va muy bien con la falda de licra. Después de 47 minutos en el bazar, unos chicles de frutas del bosque, un bol de plástico color morado feminista y una mirada de odio a un niño chillón, me compré el pelo de mentira. Cuando llegué a casa comprobé que no era ni remotamente la peluca del dibujo: no era larga ni era clarita como quería; era más bien el pelo de Marlene Dietrich versión serie B en escena post-coito. Un éxito, vaya.

Pasaron las horas y casi a las 5 de la tarde me decidí a ordenar mi apartamento de dos personas cubierto por un solo culo. Siempre he creído que al estar de baja, al no trabajar 8 horas al día sumado el no dormir ni con drogas legales de farmacia, el día sería largo y tremendamente provechoso. Me equivocaba: era mucho más liviano en el cuerpo pero más pesado en el ánimo. Limpié por no masturbarme otra vez, sinceramente.

A las 6 me llamó mamá, en ese momento exacto en el que los guantes me goteaban producto desinfectante de W.C. La dejé desubicada solo con el “diga”, como tantas otras veces. Por la mañana, su llamada de “buenos días, felicita a tu hermano por el ascenso” la respondió Ernesto, ya que me parecía la personalidad idónea para acompañar a la cita a Gloria. No fue necesario tener que explicarle que los rasgos que se asocian a Ernesto por la apariencia de hombre son mucho más efectivos en las relaciones sociales: se le escucha más, se le mira más y se le juzga menos. En cambio, esta tarde al coger el teléfono como mujer tuve que volver a repetir mi repudiada justificación diaria:

–Hija, ¿por qué me contestas como Evangélica si hace unas horas estaba Ernesto? De verdad que a veces me traes loca con estos cambios.

–Mamá, estoy limpiando el baño.

Con nadie más me explicaría así jamás, pero mi madre está más que cansada de escuchar mi forma de pensar. He tenido suerte con ella, que además de ser el pilar de mi familia, es el pilar para asentarme yo misma y mis ideas confusamente firmes. Ella escucha, ella afirma, ella nunca ha sido moralista conmigo. Pero, ¿y si esta misma llamada la hubiese tenido con otra persona? Cualquiera de mis amigas feministas me juzgaría por seguir consolidando los estereotipos de género y la superioridad del hombre social, política y económicamente al, como todos los días, limpiar y cocinar como mujer. Me llamarían machista o algo peor: feminista liberal. Por eso solo lo hablo con mi madre, la única que ha soportado mis explicaciones y sobre todo mis auto-justificaciones teórico-prácticas. Le conté lo de Gloria, se mofó de la situación y colgué el teléfono.

Estoy pensando que no sé qué me pone nerviosa y me quita el sueño, no ha sido un día tan terrible. Las burlas hacia mi aspecto físico exagerado me afectan más cuando son hacia Evangélica porque, al final, se relacionan más con mi yo real. Me afectan más los comentarios cuando llevo 5 sombras arcoíris, pestañas postizas, minifalda y croptop, por ejemplo. Puede que siga en mi subconsciente lo de la semana pasada… Ese viejo asqueroso de calva grasienta que me ofreció dinero por una mamada. ¿Ves Gloria?, ¡no te rayes por decir que eres asexual! Estoy segura de que pocas personas en esta vida comen pollas por deseo.

Pues sí, puede ser que me haya trastocado un poco el ofrecimiento sexual, me ha devuelto a la cabeza el debate de la prostitución y me ha enfadado que ir de Drag Queen se relacione con ello. Al decir “debate sobre prostitución” parece que hablo sobre las cuestiones de legalización, ética o moral, pero obviamente no. Hablo de mi debate personal sobre si prostituirme o no como parte de mi experimento de género. Uf, la cara del gordo ese salivando me echa inevitablemente atrás. El mes que viene lo vuelvo a meditar.

Más tarde, casi cuando el sol baja a dar un beso a la tierra, vino Darío. Me dio el abrazo que necesito cuando tengo frío emocional, en mi sofá espumoso y con esa paciencia que desprende su mirada. La única persona, mi persona, que me devuelve la fe en el ser humano consumista y destructor. La única persona, mi persona, que no juzga a los demás sin pasar por una sincera tolerancia respetuosa. Darío: inteligente, solidario, género fluido y de buen corazón. Hablar contigo me emociona y me hace comprender a las personas religiosas que se sosiegan al mantener un diálogo (en este caso ficticio, pero también vale) con Dios o sus seres queridos. Tú sí que eres una divinidad, amigo Darío.

Por fin, la somnolencia se apodera de mi cuerpo, por pensar en Darío, claro está. Se me caen los párpados ¡ay! Lo único que adormece mi ir y mi distimia es fantasear con que mi experimento social de 97 páginas hasta este momento servirá para algo. Si no fuera por Darío, las “pastis” y escribir compulsivamente hasta hacerme ampolla en el dedo, no dormiría ni una noche.

Quiero soñar con morir como un hombre. Uf, esto lo tengo que tachar ¡que me acribillan mis compas! Pero es que es así, si no cambian las cosas solo me podrán recordar como héroe masculino; las mártires femeninas se entierran en ataúdes sin nombre. Ya que me paso el día escribiendo, con pene de plástico en la entrepierna o uñas postizas que huelen a petróleo, que sea para algo… ¿o no?

Me duermo.

Buenas noches mundo dual, mundo extraño.

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