Belén Gopegui es mi búnker

Belén Gopegui es mi búnker

Esta novelista se convirtió en mi ansiolítico cuando tenía demasiado estímulo no deseado alrededor. Si la gente que te rodea te agota, abres el libro y dices que tienes que estudiar.

Sucede que a veces flojeamos un poco y no sabemos ni dónde tenemos el norte. ¡¡SOCORROOOOOOOOO!! Sucede que para esos momentos de bajón absoluto la mejor medicina suele ser obsesionarte con algo que te mantenga ocupada de tu anterior obsesión que ha sido lo que te ha llevado a este estado de desesperación transitoria.

La renombrada psicóloga de mi mejor amiga, que tiene diferentes taras…digo… áreas de mejora pendientes (¿quién se libra?), para no recetarle ansiolíticos de boticaria en forma de pilula, le endiñó la etiqueta y el prospecto de los mismo a su pseudonovio actual.

Deseo de ser punk. Belén Gopegui

Si hay un personaje que te marca, es el padre de Vera

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“¿Qué dices? ¡Habla claro!” Pues que mi amiga fue a la psicóloga y le dijo que siguiera con el novio patán que tenía para no medicarla. “Si X te mantiene tranquila, X será tu ansiolítico hasta que te crees la vida que quieres tener”. Luego patada en el culo, borrón y cuenta nueva. Así escrito igual queda un poco desalmado, pero en realidad ambas pensamos que era una buena idea. Las parejitas desechables son el equivalente a la medicación. Ahora me conviene, me tomo una. Ahora no me conviene, así que no. “¿De qué hablas?” No sé. Llevo siglos sin parejas de ningún tipo.

Así que si las psicólogas lo recomiendan, hay días en los que te planteas navegar por Badoo, Tinder, Meetic, Wapa para ver qué se cuece. ¿Vosotras lo hacéis? Parece que da como vergüencilla, ¿no? Como si hubieras caído muy bajo y ya no te quedara donde rascar en la vida real. Joder, la primera vez que me hice Badoo hace unos tres o cuatro años, se ve que no controlé bien la maquinaria y de repente me llama mi señor padre y me pregunta: “Oye, me ha llegado un email tuyo: ¿qué es Badoo?” Pronunciado bad-o-o, no badú. Me entro la risa floja pero antes de perder la compostura, ruborizada perdida y tartamudeando, le dije que era una red social como Facebook, para charlar con amigxs. Me soltó un: “Bah, pues entonces paso, no me lo hago”. Diosa y yo tuvimos largas conversaciones esa noche. No sé cómo darle las gracias por el daño no causado. ¿Te imaginas que mi padre se hace Badoo? ¿HOLA? Bueno, el caso es que a mí este tramánculo no me funciona. No consigo entablar conversaciones normales con nadie. Ni a 0,5 km de distancia, ni a 60. Debo ser muy torpe yo. Qué lástima. Horror. En fin.  Sigamos.

Como decía, las adicciones o las paranoias no desaparecen por arte de magia. Lo recomendable y efectivo parece ser sustituirlas por algo menos nocivo. Eso decimos las no expertas al menos.  Sucede que así empezó mi historia con Belén Gopegui. Yo acababa de volver de vivir fuera, y al poner un pie en lo que se supone que era mi hogar, me sentí totalmente OUT. Tú te vas con toda la buena intención del mundo, dejando atrás lo que pensabas que era una vida relativamente decente. Pero después de haber existido en otros sitios donde todos y cada uno de los días en los que abrías un ojo sabías que aprenderías algo nuevo, aunque sólo fuera por codearte en la parada de autobús con gentes que hablaban otras lenguas, tu hogar dulce hogar se te hace raro. Repetía una amiga de una amiga el otro día el típico mantra trasnochado: allá donde vas, te siguen los problemas no resueltos. Pero algunas tenemos además la fantástica cualidad de crearnos nuevos marrones con cada pestañeo. Así que con tanto conflicto mental de antes, nuevas crisis existenciales dos por uno, y fantasmas que te atosigan, es raro sentirte del todo sola. Aún así yo en Estados Unidos pensaba que mis amigas eran Miranda, Charlotte, Samantha y Carrie. Pasaba tanto tiempo sola, que llegaba un momento que cuando quedaba con gente en carne y hueso, hablaba del embarazo no deseado de una, el nuevo peinado de otra o el atuendo de la de más allá. Enfermizo. Lo sé. Pero a mí me hacía vivir menos infeliz. Con esta genial autora, Belén Gopegui, me pasó algo así, pero menos vergonzoso. Se convirtió en mi búnker cuando tenía demasiado estímulo no deseado alrededor. Si la gente que te rodea te agota, abres el libro y dices que tienes que estudiar. Como aquí todxs pasamos de todxs en moto, ni se te preguntará qué, cómo o por qué. Así que a otra cosa mariposa.

Belén (Ruiz de) Gopegui apareció por recomendación de mi amigo erudito de todo y más, Pepe, en un momento clave. Supongo que debo poner por escrito que esta madrileña nació en 1963, es licenciada en Derecho, militó en el Partido Comunista,  tiene premios en su haber y un fantástico pelo canoso que no deja indiferente a nadie. Lo del pelo canoso ya sé que no tenía que haberlo puesto, por aquello de que quizás no comentara el color de pelo de hombres escritores. Pero lo pongo. Porque como yo llevo años sin leer a hombres escritores, la afirmación anteriormente escrita es falsa. Así que hago lo que quiero. En unos años sospecho que voy a empezar a quedarme calva, porque tengo una ralla de pelo que parece la M30, así que disfruto mucho hablando de melenas frondosas ajenas. Y para no desviarnos del tema, si queréis saber más de la vida de Belén, buscadla en Google que eso es lo que hice yo. Suyas, me leí del tirón seis novelas en el momento compulsivo aquel, pero seguro que para hoy, tiene bastantes más historias contadas repartidas por ahí. Entre las que no he leído aún, me interesa El día que  mamá perdió la paciencia, cuento escrito en 2009 para  el Barco de Vapor. Tiene una pinta genial, y mejora al comprobar que ni siquiera es para adultxs. Cuando me lo lea os lo cuento.

La primera obra de Gopegui que leí fue Deseo de ser punk (Anagrama, 2009). Sus 187 páginas amenas a más no poder, están divididas en dos partes. Estas dos partes están divididas en diecialgo capítulos cada una. Podría mirar el libro y decir cuántos capítulos hay exactamente, pero nunca entenderé la necesidad de precisión que maneja la gente. Así que no lo voy a hacer. Así se queda. Es lo que tiene ser chapucera y poco perfeccionista. La protagonista de la historia es una adolescente de dieciséis años que a veces utiliza cabinas para hablar por teléfono, así que no tengo claro en qué año se sitúa la trama. Vive en un piso de un edificio con ascensor, eso sí lo sé. Tiene una familia aparentemente estructurada de esas que responden a todo “porque sí” y cuando se siente inquieta, le da por salir a la calle a sentarse en la parada de bus a ver el tráfico y la gente pasar. Su mejor amiga se llama Vera. Y si hay un personaje que se te queda grabado a fuego en la mente para siempre después de conocer la vida interior de este minimundo, es el padre de Vera. Este buen hombre debe ser un caos de tío a ojos del resto de lxs adultxs:

“(…) la gente dice que hay que distinguir entre lo que es muy importante y lo menos importante. Pues el Padre de Vera no distinguía. Tenía un código. Si alguien está mal ¿cómo voy a dejarle ahí? (…) El Padre de Vera no comparaba. Conmigo estuvo una vez. Una de esas veces que llegó tarde. Una de esas veces que para no dejar tirada a otra persona, acabó dejando tirada a Vera durante cincuenta minutos en la puerta de la discoteca”.

Lógicamente tú quieres conocer a este señor y tomarte un té con él. Porque además, párrafos después te enteras que “sabe preguntar”. Saber preguntar es algo que siempre he considerado megavital cuando te topas con alguien. La gente que sabe preguntar es la gente que te ha escuchado, o que al menos se ha preocupado de mantener un mínimo de atención en lo que le has dicho, para hacer que te sientas medio-atendida por unos minutos. Yo creo que pregunto bien. Desgraciadamente, también creo que la gente, grosso modo, te pregunta gilipolleces y después, además,  se va. Y yo, con mi incontinencia verbal, me quedo dándole vueltas al coco queriendo contar miles de cosas que sentía que necesitaba decir. Odio que te dejen con la palabra en la boca. Detesto las conversaciones que no son de verdad. No puedo soportar las interacciones en las que se está por estar sin finalidad alguna. Así que leer esto me hizo mucha ilusión. Le recomendé la lectura a mi hermana, y hoy por hoy a menudo hablamos del Padre de Vera como si existiera. Recuerdo una vez que la pobre tenía día malo y al verla le dije: “¿Quién ha sido?”. Esta era la pregunta que supuestamente hacía él cuando algo sucedía, y entonces “yo ya sabía que el padre de Vera estaba de mi parte”, dice la narradora y protagonista.

Deseo de ser punk es una novela entrañable y superfácil de leer escrita en primera persona, donde se plasman los pensamientos de una chica en formato streem of consciousness. No voy a contaros más, porque sería una aguafiestas. Si tenéis opción, leedla. Te remueve todo. Así que  si os gusta, regaládsela a todas las personas en edad del pavo que tengáis alrededor. Es una orden.

La segunda obra que me leí de Belén Gopegui fue El padre de Blancanieves (Anagrama, 2007) y ahora que reabro el libro en la primera página en blanco, veo escrito en boli rojo “¿SOY MANUELA?”. Una vez más, repetitive as it may sound, hago apología de la lectura activa y quiero reiterar hasta la saciedad en cada arti-culo, que tengo todos los libros que me leo garabateados, arrugados y con dobleces. Y vosotras deberíais hacer lo mismo. “Yo haré lo que me dé la gana, chata”. Vale, sí, también es verdad. Perdón. Pero es que me gusta mucho recomendar que se lea a mi manera, porque descubrí tarde que se disfruta más y hubiera pagado por que alguien me lo dijera en su día.

El padre de Blancanieves

En este novelón, las mujeres no están enganchadas al amor y los hombres te caen bien

Por cierto, aprovecho para rescatar una propuesta de curro: asesorxs de libros, pelis y series. Yo daría lo que fuera por que alguien me hiciera el trabajo sucio de meterse entre pecho y espalda lo no interesante, y me guiase. Nota mental: patentarlo. Total, que cuando vas a mi casa es muy fácil llegar a las baldas y saber qué libros me he leído y cuáles no. Abres de par en par por cualquier página el ejemplar, y si está inmaculadamente blanco, es que no he pasado por ahí. A veces hay gente que me pregunta a ver por qué subrayo al leer. Antes respondía lo que yo pensaba que era verdad: que cuando un libro me gustaba mucho, sabía que volvería a leérmelo y disfrutaba interactuando con la Yo lectora de antes. Ver algo subrayado o apuntado, me hacía recapacitar sobre en qué punto estaba yo al leer en aquel entonces. Me daba juego. Hoy por hoy creo que los motivos por los que subrayo son más terrenales. UNO: porque si no hago lectura activa no soy capaz de mantener la atención. Al subrayar, no me queda otra. DOS: jugar al “yo estuve aquí”. Esto, para que nos entendamos, equivaldría a grabar con una llave mi nombre en la puerta de un baño de gasolinera. Supongo que se entiende. ¿Objetivo? Ni idea. El mismo que tenían las pintoras de las cuevas de Covalanas. ¡Un beso, Mónica! Que por cierto, si no habéis ido a estas fascinantes cuevas cántabras de arte rupestre, dejad ahora mismo lo que estáis haciendo y salid por patas. Ambxs guías que pueden tocaros son la monda. Ella es una salada y te llena de emoción al sugerir que quienes pintan pueden ser “unas mozas” (¿¿mentiendeees??, ¡¡unas MOZAS!!), y él te cuenta todo con tal pasión (también debo añadir, que no sé si fingida o real), que sales de allí con lágrimas en los ojos. Either way, id a ver las cuevas de Covalanas por el amor de dios. ¡YA!

Volvemos. El padre de Blancanieves es un novelón en el que aparecen unos cuantos personajes con sus visiones relativistas del mismo acontecimiento. Las mujeres tienen fuerza de por sí y no están enganchadas al amor ni a las telenovelas, los hombres no son monolíticos y te caen bien. El enfoque de todo lo que pasa en esta obra, es de izquierdas. Pero afortunadamente, sin maniqueísmo alguno, los personajes que tienen perspectiva derechona te ayudan a entender su punto de vista y no piensas que son memos. Vamos, que si quieres pasar un rato entretenido, con ese toque de misterio que Gopegui le da a todo, y aprender más sobre ti misma, y sobre el mundo en general, yo me leería estas dos novelas sin dudarlo. La primera te va a parecer absolutamente tierna, y la segunda te va a fascinar porque es la hostia.

Si ves que adoras su manera de escribir y la forma en la que trata las historias y a los personajes que las viven, te animo a que sigas con las algo más complicadas El lado frío de la almohada, Lo real o La escala de los mapas que desde luego no tienen desperdicio y te llenan de mundos interiores ajenos al tuyo, para permitirte vidas paralelas sin moverte del sofá. Ahora bien, igual sales del viaje un poco cínica. Y no me refiero al cínica de falsa, sino al cínica de “madremía NADA tiene sentido, qué pena todo”. Aún así, ver los entresijos de estos personajes hechos persona y sentir que su posible patetismo no está en absoluto lejos del tuyo, te hace tener más ganas de ser tú misma y no negarte ante el resto para quedar bien. Si los personajes de Gopegui son así, es porque todo el mundo es así.

Se oyen campanas…y ya sabes dónde: Belén Gopegui es equivalente a un atracón, pero en enriquecedor. Esto es como las pringles: abres la tapa y no la cierras hasta que terminas. ¡¿A que te encanta?! ¿¿Qué te apuestas??

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