¿Quién teme a Virginia Woolf?

¿Quién teme a Virginia Woolf?

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08/10/2016

Carmen Aneas

Este verano hemos estado en Londres, ciudad que deseábamos conocer. Gran ciudad europea, no sé si a su pesar lo de “europea”. He venido maravillada y obnubilada por tanta belleza, en jardines, edificios majestuosos, con rincones donde sentarse a la vuelta de cualquier esquina, donde se puede hace un picnic en sus innumerables parques mientras te tumbas en el césped, con conciertos desde 5 £ en el Albert Hall ¡¡¡para ver a Jamie Cullum!!!

He flipado con la diversidad, con lo accesible de la cultura. He llorado viendo a Van Gogh en la National Gallery, me he emocionado con el scrapbook de la sufragista Olive Wharry en la British Library y me he maravillado con Mary Anning (la mujer fósil) en el Museo de Historia Natural.

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Pero vengo enfadada, triste, decepcionada con la City. Uno de los objetivos del viaje era encontrar a Virginia Woolf en Londres.

Virginia Woolf de pequeña

Desde que la descubrí con “Un cuarto propio” no he parado de interesarme por ella. “Miss Dalloway”, un recorrido minucioso por las calles londinenses. La recopilación de Laura Freixas de “Paseos por Londres” rezuma amor por esta ciudad y por cada una de las baldosas pisadas.

Si bien ella estaba en forma de placas azules. Su paso por la ciudad quedaba patente, pero no estaba de otra manera, en forma de calle, plaza, etc. La placa se me queda pequeña. Explico el porqué.

Hay placa para Herman Neville por el simple hecho de haber pasado un año de su vida allí. La hay también para Simón Bolívar que vivió siete años en una casa. Hasta Benny Hill la tiene. Que me parece bien, qué duda cabe que son personas importantes en la historia. Pero creo que Virginia merecía algo más.

Cuando pensamos en Bloomsbury, se nos vienen a la cabeza las tertulias organizadas por Virginia y Leonard Woolf. No hay guía de Londres que se precie, que no haga mención a Virginia Woolf.

“Así pues, conocer Londres no simplemente como un espectáculo, un mercado, un palacio, un foco de actividad industrial, sino también como un lugar en el que la gente se da cita, ríe, se casa, muere, pinta, escribe y actúa, gobierna y legisla…” (Retrato de una londinense).

Ella ha sido una espléndida cicerone de Londres, ha escrito sobre el modo de vida, sobre sus monumentos, abadías y catedrales, los muelles, la Cámara de los Comunes…

“Así pues, cuán preciosa es una calle de Londres, con sus islas de luz y sus largas matas de oscuridad, y en una acera tal vez encontraremos algunos espacios salpicados de árboles y poblados de hierba, donde la noche se repliega sobre sí misma para dormir plácidamente. Al pasar al lado de la verja de hierro, una siente esos leves crujidos y susurros de hojas y ramitas que parecen intuir el silencio de los campos de todo alrededor, el ulular de un búho y, muy lejos, el traqueteo de un tren en el valle. Pero nos recuerdan que esto es Londres.” (Essay)

Yo persistí en mi empeño y le hice mi homenaje. Visité las calles que ella debió de recorrer. Fui al Museo Británico, imposible acceder a la biblioteca por estar cerrada. También a la Biblioteca Británica donde vimos el escritorio de Jane Austen y algunos textos de Charlotte Brönte. Visité la Abadía de Westminster donde al menos encontré placas conmemorativas de las hermanas Brönte (eso sí, tres en una), de Jane Austen, Aphra Behn, Georges Elliot, alguna más, pocas más. Pero ni rastro de Virginia Woolf.

“Los refinados abanicos de piedra se despliegan para formar una bóveda, parecen desnudas ramas, despojadas de todas sus hojas y dispuestas a ser azotadas por el fuerte viento invernal. No obstante, la austeridad de estos abanicos se atenúa de un modo hermoso. Las luces y sombras cambian y entran en conflicto a cada momento. Desfilan el azul, el dorado y el violeta, que se intuyen, se intensifican, se difuminan. La piedra gris, a pesar de su antigüedad, cambia como un ser vivo, bajo la incesante cascada de luces variables.” (Abadías y catedrales).

Placa de Virginia Woolf y Leonard Woolf

Estuve en Daunts Books, de Marylebone, una de las más antiguas librerías de Londres, donde compré “A Room of One’s Own” (Un cuarto propio) con el propósito de leerlo en la lengua en que fue escrito. Una de las librerías más antiguas de Londres, seguro que ella fue a buscar algún libro al que amar, o que compartir. Charing Cross Road no podía faltar, una librería de viejo, Any Amount of Books donde me traje una edición antigua de otra de mis adoradas, Georges Sand.

“Los libros de segunda mano son libros salvajes, sin hogar; se han unido como aves de plumas abigarradas, y poseen un encanto del que carecen los volúmenes domesticados de la biblioteca. Además en esta heterogénea y aleatoria compañía quizá nos topemos con algún perfecto desconocido que, con suerte, se convertirá en el mejor amigo del mundo…” (Street haunting)

Como en casi todos los oficios o ámbitos, sé que la mujer está prácticamente ausente o poco presente (que no es lo mismo, pero es igual). Llamadme romántica/ilusa, pero esperaba que en un país de grandes reinas, las mujeres estuvieran más presentes. Pero claro, es normal, a fin de cuentas ellas son más que mujeres, son de sangre azul.

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