Sobre la quema de libros, antes o después de leerlos

Sobre la quema de libros, antes o después de leerlos

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10/09/2016

Rosa Sensata

Quemar libros, quemar júas, quemar lo que no nos gusta, purificarnos mediante el fuego…

Un libro es también un objeto y puede verse de distintos modos, no solo como fuente de todo conocimiento, o símbolo de la capacidad crítica del ser humano, o bastión de la libertad de pensamiento. Por supuesto que esa es la mejor y más acertada manera de ver un libro, sobre todo leyendo los ejemplos que el señor David Torres menciona de manera épica en su artículo “Quemar antes de leer”. Imposible no estar de acuerdo con él. No queremos ser inquisidores, no queremos ser ignorantes, ni bestias sin razón.

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Siento que el señor Torres ha “jugado sucio”: ha mencionado Fahrenheit 451 y la quema de libros…. Cuando tienes cierta edad y has sido una niña pobre y recuerdas una infancia sin acceso a más libros que los de la escuela, aquellos libros cuyo olor memorable aún te hace llorar y que cuidabas como si fueran un tesoro, como las breves historietas gráficas que hurtabas en el quiosco… entonces, no puedes soportar que el señor Torres te hable de quemar libros. Para una persona que creció en la más absoluta carencia de ellos, quemar un libro es un crimen.

Sabemos, gracias a Manuel Rivas que los libros arden mal y, por la pequeña ladrona de libros de Markus Zusak, que sobreviven a ciertas hogueras.

Menciono estos dos ejemplos de verdaderas purgas, no solo de libros sino de personas y de pensamiento, porque el autor del artículo compara con el holocausto la pretensión de muchas personas de retirar del mercado los ejemplares de un libro infantil.

Dos golpes bajos del señor Torres: apelar al libro como bien supremo ante un público viejo que muy posiblemente no tuviera una biblioteca en casa y compararnos con inquisidores y dictadores de mierda.

Pero si hacemos un día una hoguera, o echamos en un caldero, cual míticas brujas renacentistas, aquello que no nos gusta o nos ha ofendido y quemamos toda clase de objetos y entre ellos va un libro, pongamos, por ejemplo, uno de los recopilatorios “Patente de corso” de  Arturo Pérez-Reverte, aun sin haber sido capaz de leer todos los artículos que contiene, yo no me sentiría demasiado mal por haber sido mi mano la que lo pasara por el fuego, esa es la verdad. Sería un acto individual, simbólico, vivificador, que no afectaría en absoluto al escritor ni a su obra. No prohibiría nada y no afectaría a niñas o niños que pudieran verme quemarlo porque ya sabemos, como bien nos ha demostrado el señor Torres en la figura de la pequeña Cris, que estas personitas son más listas de lo que creemos y pueden discernir entre un acto moralmente delictivo y una mera rabieta personal de una mujer harta de ser objeto de las críticas del magnífico escritor (yo tampoco soy una mujer como las de antes).

En fin, que lo mismo que debe haber libertad de edición para publicar y llenar el mercado con ejemplares de este y otros libros, (que no es lo mismo que la libertad de expresión, esa que a mí me permite escribir esto aunque nadie lo edite ni yo gane un euro con ello), debe haber libertad para quemar alguno de esos ejemplares y estaría bien que pudiera hacerse con el mismo respeto que se pide para el artículo en venta que es el libro en sí, sin tener que ser por eso comparadas con Hitler o Torquemada.

Dicho esto, quiero dejar claro que no estoy dispuesta a quemar NI UN SOLO LIBRO ni el de María Frisa, del que he leído apenas lo que nos ha mostrado Haplo Schaffer a través de change.org, ni el del académico Pérez-Reverte, de quien tengo varios títulos en casa sin una sola hoja chamuscada. Pesa mucho en mí la historia, la mía y la universal.

Por otra parte, volviendo al artículo Quemar antes de leer, aunque defiendo el derecho de cualquiera a quemar un libro, una bandera o un muñeco, no es lo mismo pedir que se retire de la circulación un libro que quemarlo. Esa petición no atenta contra la libertad de expresión. La autora puede seguir diciendo lo que quiera. Vender lo que dice sin control es otra cosa.

Imitando a David Torres emplearé un argumento un tanto artero: No es lo mismo pedir que las bebidas alcohólicas y el tabaco no estén al alcance de los niños que hacer una pira quemando barriles de ron y defendiendo a gritos la ley seca.

Retirar del ámbito infantil determinados productos que les perjudican, puede verse como una limitación de la libertad, la del niño o la niña y la de comercio, por supuesto.

Creemos con Torres que los menores no son tontos, pero el argumento de que son capaces de discernir lo que leen ¿vale también para lo que estas criaturas se meten en el cuerpo? ¿Deberíamos, por el bien de la libertad, permitir la oferta de alcohol o tabaco a menores?

Hay varias formas de acercarse a los hechos y a las intenciones. Usar una tribuna para desautorizar una iniciativa, hacerlo con semejantes argumentos mayores porque no se esté de acuerdo con esa iniciativa, es un reflejo de la libertad de expresión y de publicación, pero no tengo tan claro que sea un buen acto, que beneficie de algún modo a las comunidades que formamos todas las personas, con o sin recursos, listas o torpes, instruidas o zafias, pequeñas o grandes.

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