Alarde de machismo: 23 años de discriminación en Hondarribia

Alarde de machismo: 23 años de discriminación en Hondarribia

En 1993 una red de mujeres se organizó en Hondarribia; querían desfilar en el Alarde anual de su localidad, tradicionalmente representado por hombres. Reclamaban su participación activa en una fiesta que también les pertenecía. Desde entonces han pasado 23 años en los que una parte de la población ha hecho gala del machismo más exacerbado: agresiones y discriminación en una lucha que todavía no ha acabado.

08/09/2016

 

La compañía Jaizkibel desfila por la calle Mayor./ Euskal Herria Bildu

La compañía Jaizkibel desfila por la calle Mayor./ Archivo de Euskal Herria Bildu

Cada 8 de septiembre, desde 1639 dicen, Hondarribia tiembla y vibra. Cientos de tambores ocupan el espacio sonoro de la localidad, enmudeciendo a su población. Hondarribia suena a flauta y a emoción, de esa que, nos guste o no, a veces arrancan las tradiciones de lo más profundo del ser. Hondarribia siente y vive el Alarde. Pero desde hace 23 años, cada 8 de septiembre este municipio gipuzcoano también pita, abuchea y hasta insulta; y cuando esto ocurre podemos tener la certeza de que el desfile de las mujeres, el del Alarde igualitario y su compañía mixta, ha llegado a la calle Mayor.

Como todas las celebraciones, la de Hondarribia también tiene su porqué. Si las calles de la localidad se llenan de soldados cada 8 de septiembre es por la promesa que le hicieron a la Virgen de Guadalupe en 1638, en el seno de la Guerra de los 30 años. Los hondarribitarras juraron a la Madonna que si les ayudaba a resistir al asedio francés se lo agradecerían anualmente. Tras casi 70 días de resistencia salieron triunfantes de esta batalla y desde aquel momento celebran de forma anual el Alarde, la renovación de sus Votos a la Virgen.

suscribete al periodismo feminista

“¡No solo mirar!”

Las hondarribitarras querían desfilar como soldados, estaban hartas de jugar un rol secundario. El único personaje representado por mujeres en el Alarde tradicional, y por tanto el único al que podían aspirar, era “la cantinera”. Abanico en mano, “la cantinera” desfila como acompañante en los batallones -y como representante de la feminidad tradicional-. Una figura que se incluyó en el Alarde como forma de cortejo. Las hondarribitarras no renegaban de este papel, pero anhelaban poder elegir. Querían tener acceso al abanico de cantinera, pero también al tambor, la flauta o las armas de soldado.

En el Alarde “ellos son los activos, los que ocupan el espacio público, el statu quo, los que tienen el prestigio” -apunta Jone Karrés, directora del documental Alardearen seme-alabak que recoge los 20 años de este conflicto en Irún y Hondarribia-. “Las mujeres son esa parte pasiva, que respalda, aplaude y apoya. Por eso, en 1993 quisieron unirse a la tradición, porque querían disfrutar tanto como ellos y dejar de ser espectadoras”. Pero no fue hasta 1996 cuando salieron por primera vez a las calles. Aunque su petición de participar solo recibió silencio administrativo por parte del Ayuntamiento, ellas se lanzaron al Alarde: “¡No solo mirar!” “¡No solo mirar!” gritaban sus cómplices, los miembros de una compañía que las apoyaba. “¡No solo mirar!”, “¡No solo mirar!”: era la señal para que las soldados se uniesen a la marcha. Pero apenas unos segundos después, un tapón humano, una cadena de “tradicionalistas” les impidió avanzar. Les negaron la posibilidad de desfilar. Un año. Otro. Y otro.

“No me di cuenta de que, lo que empezamos inocentemente en 1993, supondría en la sociedad de Irún y Hondarribia una ruptura”, confiesa en Alardearen seme-alabak, Ixabel Alkain una de las primeras mujeres en tomar esta iniciativa. “Cuando surgió la posibilidad de participar simplemente me pareció muy lógico. ¿Por qué no?”

Construcción tradición

El alarde tradicional se opone al mixto apelando al rigor histórico./ Euskal Herria Bildu

El alarde tradicional se opone al mixto apelando al rigor histórico./ Euskal Herria Bildu

Como afirma el historiador Xabier Kerexeta en el documental, el Alarde no es una fiesta, sino “un ritual de autoafirmación colectiva” y esta “colectiva” está meramente formada por hombres. Un ritual de reafirmación no solo del modelo de masculinidad hegemónica, sino también de los roles de género tradicionales; y con la excusa de mantener la tradición se perpetúa una cultura y un sistema social patriarcal.

Los principales argumentos “tradicionalistas” se construyen en la línea de la pureza. Así lo expresan en los estatutos de la página web Hondarribiko Alardea, la del Alarde tradicional: “Entre los objetivos principales de la Fundación, además de la organización administrativa del Alarde, está el del respeto al sentir mayoritario del pueblo de Hondarribia, evitando manipulaciones o intervenciones que desvirtúen el espíritu que ha mantenido independiente el Alarde a lo largo de los siglos”. Una alusión directa al Alarde mixto que de nuevo refuerza la idea de mantener y preservar lo “originario”. Sin embargo, lo cierto es que esta celebración, lejos de mantener un rigor histórico, ha sufrido -como casi todas las tradiciones- muchos cambios desde el siglo XVII: entre ellos, la inserción de nuevos personajes como “las cantineras”, algunos cambios en la coreografía, en el desfile, así como en los uniformes – actualmente cada compañía lleva su escudo bordado en el traje-: “Lo de la tradición es muy relativo: ha ido cambiando, ha ido evolucionando, se agarran a un nivel de pureza de la tradición que es un poco rebuscada”, asegura Jone Karrés. Pero el Alarde tradicional no solo recopila incoherencias, sino también contradicciones; donde la mayor quizás fue la privatización del desfile.

SPOT ALARDEAREN SEME-ALABAK (CASTELLANO) from Orreaga Filmak on Vimeo.

El Tribunal Superior de Justicia Vasco falló a favor del Alarde mixto alegando que en una celebración pública no se puede discriminar por cuestión de género. “Lo que hizo entonces el Alarde Tradicional fue una serie de maniobras para conseguir privatizar el desfile y así esquivar las exigencias del TSJV”, cuenta Jone, “y puesto que en Gipuzkoa no tuvieron la posibilidad de formarse como asociación -ya que habría sido prevaricación-, tuvieron que ir al registro de Navarra”. El Betiko Alardea, eligió, por el bien de la tradición, establecer su base en Navarra. “Al privatizar, pueden seguir haciendo lo que quieran. Fueron capaces de fundarse en otra provincia con tal de no incluir a las mujeres”, concluye Jone.

“Si es un patrimonio del pueblo, entonces nosotras no somos pueblo”, protestaba en Alardearen seme-alabak, Ixabel Alkain. Una frase que representa la realidad de las mujeres que decidieron y deciden participar en el Alarde. Aunque sean ciudadanas, han deconstruido su rol, ese que les permite seguir formando parte de un engranaje gracias al cual encajan en el funcionamiento social. Desde que rompen con la norma son expulsadas y pasan a habitar un espacio simbólico fronterizo.

Como explican las investigadoras Mª Ángeles Millán y Carmen Peña, “la frontera ha de entenderse como límite, borde o periferia, lugar de riesgo y marginalidad, pero también como lugar de encuentro y como ventana (…). Históricamente, los espacios de frontera han sido también lugar de oportunidades, ámbito propicio al cambio, más permeables y libres frente a la tradición y las normas sociales” (2007). Una situación en la que las mujeres son y a la vez han dejado de ser.

¡Marimachos!”

El alarde mixto desfila con protección policial./ Euskal Herria Bildu

El alarde mixto desfila con protección policial./ Euskal Herria Bildu

La calle Mayor es la primera en llenarse unas cuantas horas antes de que comience el Alarde. Los defensores del Betiko hacen noche a la intemperie para coger el mejor sitio, deben prepararse para protestar con fuerza. Plásticos negros y máscaras. Quieren mostrar todo su rechazo a las mujeres de Jaizkibel, la compañía mixta, y están listos para, a su paso, cubrirse enteros, con plásticos, máscaras, periódicos o paraguas. Van a recordarles un año más que ni existen, ni las ven. Quieren invisibilizarlas. También boicotear su música con bocinas, y por supuesto, insultarlas.

“Al principio eran las lesbianas del Bidasoa las que iniciaron las reivindicaciones de participación en el Alarde (…) Ante semejante situación sólo cabe una solución, la insumisión, la rebelión ante la estupidez, recibámosles a los carnavaleros con tomates (…) porque, ojo al parche, como abandonemos a nuestro Alarde, de aquí a tres años, los maricones van a denunciar otra vez al Ayuntamiento porque querrán salir de cantineras”. Este es el mensaje que lanzaron en un panfleto los tradicionalistas en Irún en 1998, según recoge el portal Las Caras de la Homofobia. Un discurso lgtbfóbico, sobre el que se han construido las agresiones contra las mujeres del Alarde mixto desde sus comienzos: “¡Bolleras!”, “¡Marimachos!”, “¡No sois mujeres!” son todavía hoy algunas de las agresiones lesbófobas que sufren las participantes.

Una violencia que alcanza su punto álgido el día del desfile pero que sufren durante todo el año. Jone Karrés asegura que es muy difícil huir del estigma en una localidad tan pequeña como Hondarribia donde todos se conocen. Tal vez por esto, las protagonistas de Alardearen seme-alabak relatan una serie de episodios de intimidación a los que se han visto sometidas desde que decidieron desfilar: llamadas anónimas, amenazas y marginación. Una violencia simbólica que les ha obligado a mentir en las tiendas para conseguir los trajes tradicionales –que nadie quiere venderles- e incluso a cambiar la ruta para moverse por la ciudad por miedo a encuentros desagradables.

“Ahora han prohibido las máscaras -asegura Jone Karrés- por lo que ya tienen que exponerse y dar la cara. Están tratando de eliminar estas protestas, pero no pueden prohibirlas, la gente lo hace por su cuenta”, y añade: “La juventud ya está cambiando esta percepción, han crecido viendo a mujeres y hombres desfilar, para ellos, poco a poco, va siendo normal”.

Download PDF

Artículos relacionados

Últimas publicaciones

ayuda a Gaza
Download PDF

Título

Ir a Arriba