Skunk Anansie: música contra los matones

Skunk Anansie: música contra los matones

“No somos britpop, somos clit-pop”, dijo Skin cuando un periodista intentó encasillar a esta banda de Brixton que despertó una escena rock adormilada, simplona, blanca y heterosexual. La rabia de su vocalista se convierte en sello de identidad, junto con unas letras que arremeten contra las violencias cotidianas.

08/07/2016
Skin en concierto./ Alterna2 http://www.alterna2.com para Wikimedia Commons

Skin en concierto./ Alterna2 para Wikimedia Commons

Antes de que Skunk Anansie existiera, la tierra era mucho más árida. El rock británico de los noventa estaba prácticamente de capa caída, con el auge de un britpop con guitarras y niños malos, Oasis al frente, de corte conformista, simplón, blanco y heterosexual. Desde los márgenes hacían algo de ruido la mezcla tecno de The Prodigy y las guitarras rapeadas de Rage Against The Machine, con una rabia que recogía el testigo del viejo punk y que no terminaba de encajar en las pautas marcadas por la MTV. Skunk Anansie llegaron ahí, en un momento deprimente, pero también en el momento mejor para asaltar una escena adormilada.

En el marco musical de finales de siglo, Skunk Anansie fueron un constante juego de contrastes. Tanto en lo musical como en lo simbólico y visual, chocaban frontalmente con la blancura y sencillez de las bandas coetáneas con las que compartieron protagonismo. A diferencia de la de aquéllas, la mochila de Skunk Anansie venía cargada de suciedad, de problemas no resueltos y de golpes mal encajados. Ya desde el nombre (una referencia algo oscura y desagradable a Anansi, algo así como un hombre/araña de la mitología africana), se podía intuir que no estábamos ante una banda amable. El añadido de “skunk” (mofeta) no hacía sino convertirlo en algo más repulsivo. La indumentaria oscura, las caras malhumoradas y el entorno industrial casaban como un guante en el concepto de banda que habían trabajado.

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Hacia dentro, la diversidad de las cuatro personas que forman la banda era tan multiforme y contraintuitiva como su música. Quizá por no tratarse de un producto ensamblado en alguna oficina discográfica, Skunk Anansie reflejó relativamente bien algunas de esas comunidades que no solían encontrar su lugar en el rock. Estábamos ante una banda negra y blanca, heterosexual y homosexual, masculina y femenina. Ante el exceso de testosterona que había (¡y hay!) en la mayoría de bandas de rock, la heterogeneidad de la banda británica abría un espacio para disfrutar sin tener que renunciar a todas las identidades que el mainstream aún hoy pretende dejar al margen.

No mucho después de que la banda fuese formada, los conciertos de Skunk Anansie empezaron a convertirse en reuniones sociales para gente variopinta, no sólo melómanos alternativos que hoy llamamos holgadamente hipsters, sino de punks, gais, góticos, antifascistas y un largo etcétera más propio de la escena underground que de los espacios considerados decentes. Claro que la banda nunca fue nada parecido a decente.

Provenientes de Brixton, una de esas zonas castigadas por el desempleo, con altas cotas de violencia y con un movimiento callejero muy vivo, los cuatro componentes estaban de sobra curtidos en el lado feo de la vida. Y su música así lo mostraba. Las guitarras agresivas y batería machacona parecía una combinación no apta para funcionar entre tanta música que se apoyaba más sobre The Beatles que sobre Black Sabbath. Sin embargo, pocas bandas tenían un reclamo como el de Skunk Anansie: Skin, cantante, letrista, guitarrista ocasional y show-woman indiscutible, convulsionó la escena como pocas.

A mediados de los noventa irrumpieron (en su sentido más estricto) en una escena acomodada con Paranoid & Sunburnt (1995), un disco con tantas canciones como mensajes políticos que llamaban al combate. El primer single que salió al mercado, ‘Selling Jesus’, criticaba abiertamente a las instituciones religiosas reconvertidas en máquinas de hacer dinero. Puede ser un cliché decir que no dejó indiferente a nadie, pero la cobertura que se le dio en radios y televisión, además de su inclusión en la oprimente y futurista Días Extraños (Kathryn Bigelow, 1995) la convirtió en difícil de ignorar. Como banda comprometida con el antifascismo, ‘Little baby swastikkka‘ disparaba contra las cada vez más frecuentes señales del movimiento neonazi en el Reino Unido. Y así todo.

De puertas adentro, todo en Skunk Anansie ha sido siempre un esfuerzo compartido. No había decisiones unilaterales ni liderazgos naturales. Más bien, una democracia deliberativa en la que todas las decisiones musicales debían ser tomadas por consenso. De puertas afuera, sin embargo, la inquebrantable identificación entre Skin y sus Skunk es pareja a la de Debbie Harry y Blondie o Freddie Mercury y Queen. La rabia que la banda transmite a lo largo de su repertorio es la rabia de su vocalista, y la rabia que ella ha acumulado durante los años es la que plasma en las historias feas que cuentan sus canciones.

Su camino ha sido el camino contracorriente. Consciente de los rasgos que la caracterizan y la hacen atractiva dentro de la industria musical (y de la moda), Skin ha estado constantemente huyendo de las cadenas que trataban de atarla a los esquemas predeterminados. Por ser mujer, tenía que ser femenina y dulce. Por ser negra, tenía que cantar soul. Por su figura esbelta, tenía que posar como la nueva Grace Jones. Afortunadamente, la carrera de Skin ha ido por derroteros muy distintos. Hizo, sí, una intentona en la música negra, pero descubrió que, aunque se le daba bien, no le gustaba ser una vocalista de jazz y blues. Lo suyo era el rock duro, el drum and bass y el reggae. Intentó ser la chica débil arropada por el macho protector, y tampoco cuajó: nunca aguantó a los babosos, y sus parejas estables han sido mujeres. Sí pasó por alguna revista de moda como Vogue, donde la empujaban a ser más Jones y menos Skin, pero su cabeza rapada consiguió trascender comparaciones y crearse una identidad propia.

En lugar de vivir su diferencia como complejo, buena parte del poder artístico y mediático de Skin ha estado apoyado sobre su diferencia: por ser una negra haciendo rock, por ser una cantante abiertamente bisexual, por hablar de los temas de los que se suponía que ninguna tenía que hablar. Cuando le preguntan por sus puntos flacos, reconoce ser demasiado agresiva y directa, pero esa agresividad no hizo sino apuntalar sus señas de identidad. Por ejemplo, cuando compusieron una canción que podía ser demasiado pop y amable, le añadieron toda clase de palabras malsonantes para asegurarse de que no acabarían siendo una banda de radiofórmula. Cuando algún periodista trató de encasillarlos dentro del britpop, Skin salió a negarlo con su particular claridad: “No somos britpop, somos clit-pop”.

Se puede decir que Skin llegó al feminismo como de casualidad. Cuando los problemas de la vida cotidiana no te dejan tiempo para reflexionar, es la propia supervivencia la que te ofrece las herramientas con las que entender lo que pasa alrededor. En la mayoría de casos, las letras de Skin no estaban inspiradas por libros que leía o por los titulares sangrantes de la prensa británica. Racializada, sexualizada y despreciada, la cantante se dedicaba a plasmar en papel las experiencias (a menudo ingratas) que han marcado su vida. Frente al yugo tóxico y violento de la pareja, Skin soltó sus adentros para escribir ‘All in the name of pity‘, en la que relata, desde la posición de quien ya se ha liberado de su agresor, las palizas, los traumas y las mentiras que tuvo que aguantar por la lástima que su hombre le daba. Aprendió desde niña que siempre habrá alguien que te amargue la existencia, con el típico matón de clase que acaba llegando a policía, a quien luego le dedicaría ‘Pickin on me‘. Supo que ni siquiera en la trinchera de los buenos hay igualdad entre razas y sexos, que las negras siguen siendo de tercera categoría o un objeto exótico, y a ellos les lanzó un puñetazo directo en ‘And here I stand‘.

Una noche, en la cama con un blanco, le preguntó a éste cuál era su mayor fantasía sexual. “La estoy llevando a cabo ahora mismo”, dijo. Que en las cabezas de los hombres blancos esté la fantasía de tirarse a mujeres negras fue de alguna forma revelador para Skin, que escribió ‘Intellectualise my blackness‘ para descargar todo su odio y frustración. Puede que la Skin adolescente no supiera expresarlo con conceptos elaborados pero, cuando echa la vista atrás, sabe perfectamente dónde están los puntos de inflexión que la han llevado a ser una artista combativa de primer orden. “No dejes que nadie marque tu camino y te diga lo que tienes que hacer”, recomienda. Desde esa tensión entre lo que querríamos ser y lo que nos obligan a ser, las vivencias de Skin (y, en menor medida, las de sus compañeros de banda) han sido el motor de las canciones de Skunk Anansie. Por eso, es difícil encontrar en sus poderosas letras palabras como “amor” y “amistad”, tan manidas en la música normal, mientras otras como “negrata” y “odio” son constantes, arropadas a menudo por un omnipresente “fuck”.

Considerados desde el primer momento como una banda política, la etiqueta no favoreció a que los oídos prejuiciosos dieran una oportunidad: Skunk Anansie es, sí, una banda política, pero no en el sentido de “canción protesta”, sino en el de la política de las pequeñas cosas. “Documentamos las cosas que vemos. El mundo no es perfecto y es bastante patético creer que todo es genial”, dicen. Miraban alrededor, y había tanto de lo que escribir que no hacía falta volver a la debacle social que habían heredado de Tatcher. Hubo algún guiño a la política de los políticos, como la mordaz ‘We love your apathy‘ (una crítica a la ciudadanía apática que sigue votando la misma mierda de siempre), pero la mayoría de los dardos iban en otra dirección: hacia los violadores, los difamadores, los babosos, los maltratadores, los bocazas, los falsos compañeros y los que te pisan con la cara descubierta. Para todos aquellos que daban la espalda a la banda por ser demasiado política, Skin les escribió su particular respuesta en forma de canción: ‘Yes, it’s fucking political’ enviaba un mensaje tan claro que, desde entonces, se disiparon todas las dudas.

Las letras, los sonidos y las actuaciones de Skunk Anansie se han percibido como agresivas y hasta violentas; y hay, en verdad, mucho de ello. La magnética apariencia de Skin, con la cabeza rapada y los ojos a punto de salirse de sus cuencas, oscila deliveradamente entre lo sexy y lo peligroso. La metáfora del puñetazo en la cara, empleada a menudo para describir gráficamente las canciones de mucha fuerza, adquiere especial relevancia cuando hablamos de Skunk Anansie. Música y letra van indisolublemente unidas: si Skin grita, es porque las letras gritan.

Sin embargo, éste no es un grito de desesperación ni de resignación. Más bien al contrario, son gritos de guerra contra lo que no está bien, contra las injusticias que pasan desapercibidas en el día a día. Lejos del victimismo, la lucha de Skin es la de una mujer empoderada que no está dispuesta a dejar que nadie (generalmente, ningún cabrón) le ponga más piedras en su camino. Sin necesidad de echar por tierra los esfuerzos de quienes abogan por el diálogo y por la pedagogía calmada, Skin escoge su propio método de lucha: su agresividad no es más que un reflejo de la agresividad que ha vivido y que tiene que combatir cada día. Si compartiese espacio en alguna mani del Estado español, corearía seguramente aquello de “machete al machote”.

Tras su separación y posterior regreso en 2009, han editado tres discos de estudio algo irregulares y faltos de parte de la fuerza que había caracterizado su sonido años atrás, además de un acústico tirando a calmado. Algunos fogonazos, aquí y allá, recuerdan a los Skunk más agresivos, pero ya no parecen tener la misma repercusión que los clásicos modernos que lanzaron en su etapa joven. Quizá porque su propio entorno ha cambiado, las letras han pasado a ser algo más intimistas, y la música algo menos rompedora. Nos quedan, en todo caso, sus conciertos, en los que no hay pirotecnia pero sí mucho espectáculo. Todavía hoy, la presencia sobre el escenario de la cantante resulta imponente: los ojos bien abiertos, la pose atacante, mirándote y como diciéndote: “Apártate de nuestro camino, cabrón, o lo lamentarás”.


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