“Mis padres me comparaban con gente exitosa y perdí el norte”

“Mis padres me comparaban con gente exitosa y perdí el norte”

Acompañamos a una lectora que se siente estancada, sin objetivos que le ilusionen. Su experiencia, atravesada por la presión social y familiar de “tener que hacer algo”, nos sumerge en dos grandes retos: buscar nuestra orientación profesional y encontrar nuestro lugar en el mundo.

Imagen: Núria Frago

Ilustración animada: Núria Frago

Soy una mujer de 21 años finalizando un ciclo formativo, creativa y con gustos muy diversos. Siempre me han interesado las artes de todo tipo, escribir y expresarme a modo de desarrollo personal.

Cuando terminé el instituto tuve la sensación de que el grado en Derecho era lo más adecuado para mí, movida muy probablemente por el influjo social en cuanto a las salidas que tenía. No me gustó en absoluto y me amargaba la existencia porque no tenía nada que aportar allí. Lo dejé y accedí a un ciclo formativo, el cual tampoco me apasiona ni se adapta a mis aptitudes pero “tenía” que hacer algo.

Vivo con mis padres. Solían ponerme ejemplos de gente que ha hecho cosas exitosas hasta que un día perdí el norte y dije que no me compararan con nadie más, luego no volvieron a sacar el tema. La verdad es que nunca he sentido demasiado apoyo por parte de ellos porque intentan imponer su criterio sin escuchar y de malas maneras. No obstante, les agradezco todo y de más que han hecho, habiéndome tenido con 40 años, junto a otros dos hermanos.

La familia para mí es un gran valor y, cuando no siento su apoyo, me siento muy desmotivada. Hace un año conocí a un chico (mi pareja actual) con el que me encuentro muy libre de intercambiar opiniones y pensamientos, sin él no hubiese efectuado tantos cambios para encontrarme mejor que hace 3 años.

Sinceramente me siento muy estancada porque veo cómo pasa el tiempo; cómo el tormento de la decadencia física y mental de las personas con las que vivo cada vez se hace más patente y cómo todavía no me he marcado ningún objetivo que me ilusione para ser quien de verdad soy.

¡Muchísimas gracias de antemano!

Maribel

¡Hola Maribel! Gracias por remitirnos tu consulta y por compartir tu momento vital con nosotras.

Sin duda, tu historia nos será de mucha utilidad para reflexionar sobre temas tan importantes como la autodeterminación, la libertad de expresión y decisión inherente a cualquier persona o la búsqueda de la dedicación/estudios/profesión que nos llena desde nuestros valores, talentos y gustos.

Os quiero compartir que hace un tiempo trabajé en consulta con una chica. Su abuelo había sido un médico muy reconocido. Su madre y su padre ejercían también la medicina. Y de ella, desde bien pequeñita, se había esperado en la familia y fuera de ella que se convirtiera asimismo en una médica de éxito.

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Digamos que su camino estaba ya marcado. Y así fue: con grandes esfuerzos, estudió tres años de medicina, contrariada, peleada con ella misma ya que no le gustaba en absoluto y le hacía sentir pequeña e incapaz. Decidió buscar ayuda el día en el que no pudo más y dejó la carrera. Así nos conocimos, ella destrozada y perdida, yo expectante y confiada.

Lo que siguió fue una aventura y, fijaos, no hacia afuera. Ni conquistando castillos ni combatiendo dragones. Fue mucho más profunda y emocionante: la aventura de mirarse hacia dentro y escuchar, más allá de miedos y discursos externos, su intuición. La hazaña que le llevó a escoger su camino de autoafirmación, superando expectativas familiares y sociales.

Sí, ¡hace falta ser valiente para ello! Y esta chica lo fue. Y te cuento esta historia, Maribel, porque ella no era ninguna superheroína. Como tú, como yo, como cualquier lector o lectora que nos lea ahora mismo, es una persona de a pie que se dio el permiso de parar, escucharse sin juicios ni reproches, tomar decisiones e ir a por ello. Es posible. Siempre, repito, siempre, podemos cambiar, mirarnos de una manera más amorosa, elegir nuevas opciones. Y mientras estemos vivitas y coleando, estamos a tiempo de hacerlo.

El drama de “tener que hacer algo” (aunque lo deteste)

Quienes como yo hayáis sido adolescentes en los 90, vivisteis seguramente el éxito de Trainspotting, peli de culto que se desarrolla en Edimburgo y cuenta la historia de Mark Renton, un chico adicto a la heroína que se plantea por qué tiene que elegir un “estilo de vida”, mostrando un rechazo feroz al modelo estipulado (trabajo, pareja, seguro de hogar, hijos, televisión…). La imagen de la película, su manera directa de tratar el tema de las drogas y su ideario antisistema fueron un bombazo.

Si recordáis, la película comienza con la siguiente narración del protagonista:

“Elige la vida. Elige un empleo. Elige una carrera. Elige una familia. Elige un televisor grande que te cagas. Elige lavadoras, coches, equipos de compact disc y abrelatas eléctricos. Elige la salud, colesterol bajo y seguros dentales. Elige pagar hipotecas a interés fijo…[…] Elige tu futuro. Elige la vida”.

Retomo precisamente este ideario como excusa para comentar un tema clave que la película presenta y que tú has mencionado, Maribel: la obligación de “tener que hacer algo”.

Pero, ojo, no cualquier cosa sirve. Hay que hacer algo que tenga sentido según las pautas que esta sociedad aprueba y promueve. Y, sin duda, ese “algo” tiene bastante que ver con lo que narra Renton al comenzar Trainspotting.

Cuántas personas angustiadas me encuentro en consulta, abrumadas ante esa imposición constante de tener que hacer, demostrar, producir, estudiar, elegir, comprar, poseer; esa presión de encontrar un trabajo que les apasione, de tener claras las cosas. Cuántas veces he reconocido esa presión sobre mí misma.

De hecho, pareciera que en el fondo da igual si disfrutas o no ese estilo de vida: lo importante es encajar, pertenecer, poder mostrar hacia afuera que has conseguido esos estándares.

La influencia social/familiar a la hora de escoger unos estudios

¡Tantas veces escuchamos desde nuestro entorno micro (madres, padres, abuelos, familia extensa) y desde nuestro entorno macro (los medios de comunicación, los “expertos”, la sociedad en general), meras opiniones disfrazadas de verdades universales como: “si no vas a la universidad, serás una fracasada” o “da igual que te guste el arte, hay que estudiar aquello que tenga salidas y permita ganar dinero”!

Y es que, en las sociedades occidentales, aunque no sólo en ellas, se nos bombardea con un modelo muy concreto de éxito: el ejecutivo o profesional liberal hecho a sí mismo que se acomoda a la lógica capitalista, cuya prioridad es gozar de estatus social ingresando, como condición sine qua non para ello, un salario con el que gran parte de la población ni se atrevería a soñar. Ganar para consumir, ganar para acceder a un ocio que inevitablemente está ligado al consumo y a la imagen.

¿El modo de alcanzar las mieles de este “éxito”? Muy fácil: da igual que vengas del barrio más humilde o del más rico, no importa el color de tu piel, tu género u orientación sexual, tus habilidades, tus gustos… La meritocracia, ese mantra del neoliberalismo, te jura y perjura que si te esfuerzas lo suficiente, llegarás al paraíso prometido.

¿Y qué ocurre si no llego a cumplir ese modelo de éxito que se nos vende? ¿O si no me identifico con él? Ocurre que aparece frustración. Y sensación de fracaso, de estar perdidas y perdidos, de no encajar, de no servir.

Resulta que está muy bien estudiar empresariales o derecho… pero si eso es lo que te mueve el piso.

Es maravilloso ser una abogada o médica reconocida… si tu vocación va por ahí y esa es la vida que deseas.

Es una magnífica idea ir a la universidad… si ese es tu sueño y si además te lo puedes permitir (algo que el discurso meritocrático obvia, ¡oh sí!, resulta que no todo el mundo parte de las mismas oportunidades).

Y reivindico aquí, Maribel, que también está genial aprender un oficio, dedicarse a la jardinería, a la traducción, tener un estudio de diseño, apostar por el secretariado, por pilotar aviones, ser escritora, artista, periodista, fontanera, fotógrafa, emprendedora, montar un bar en el Caribe colombiano o en tu barrio, ser autodidacta, pintora, acróbata, deportista, cuentacuentos infantil o cualquier otra cosa por la que desees luchar.

Maribel, opino que todo comportamiento tiene una intención positiva y está orientado a la adaptación. Desde esta perspectiva, pienso que tu elección del grado de Derecho al acabar el instituto y del ciclo formativo posteriormente fue lo mejor que pudiste y supiste hacer en esos momentos con los recursos que tenías. Seguro que hiciste las elecciones considerando los beneficios que te iban a aportar y el equilibrio que estimabas que te iban a dar.

Me gusta y me creo la visión de que no existen los fracasos, sino los aprendizajes. Y el aprendizaje, como siempre, pasa por escucharte con sinceridad y apertura. Te invito a preguntarte: si miro atrás, ¿de qué decisiones estoy orgullosa? ¿Qué haría, en cambio, diferente? ¿Si pudiera revisitar mi pasado desde mi sabiduría de hoy, qué mejoraría?

Recuerda: tu vida es tuya y tú la vas a vivir en primera persona. Merece la pena seguir tus gustos y aquello que te llena, no lo que motiva a tu padre, tu abuelo o tu madre. Y merece la pena pelear por ello.

 

¿Todas las personas tenemos una vocación?

Qué chulo es cuando escuchamos a alguien decir: “Desde que no levantaba un palmo del suelo, ya sabía que quería ser periodista, o enfermero, o arqueóloga o pilota”. Como me dijo una vez una señora, ya jubilada, con una sonrisa en la boca: “Siempre me apasionó la meteorología y he sido feliz durante más de 25 años ejerciendo de meteoróloga”. Qué gusto, chica, qué maravilla haber sentido desde pequeña que existía una profesión que te llenaba y te hacía sentir útil y realizada.

Ahora bien, ese mito de que todas las personas “tenemos que” tener una vocación, me vuelve a sonar a ese discurso meritocrático y unificador que genera frustración si no ocurre.

¡Pues no! No todo el mundo tiene una vocación, al menos no como ésta se nos vende (una profesión que tengo clara de manera intuitiva desde bien pequeñita y en la que acabo trabajando entregadísima).

De lo vocacional rescato la pasión, la motivación, la facilidad y naturalidad al escoger y ejercer esa profesión elegida. Y eso, Maribel, podemos buscarlo todas las personas aunque intuitivamente no le pongamos un nombre desde la infancia. De hecho, te propongo hacer una reflexión. ¿Qué te contestarías a las siguientes preguntas, Maribel? Lectores y lectoras píkaras, ¿qué os contestaríais vosotrxs?:

  • ¿Qué disfruto haciendo en la vida?

  • Si me imaginara de aquí a cinco años en el trabajo de mis sueños, ¿qué aparecería en esa imagen, en qué tipo de entorno estaría, que tipo de cosas estaría haciendo?

  • ¿Qué se me da bien hacer y que, más allá de un hobby, podría convertirse en mi manera de generar ingresos?

  • ¿En qué ocuparía gustosamente mis horas?

  • ¿Con qué actividades pierdo la noción del tiempo?

Dejaos sentir y ver qué respuestas aparecen. ¡Quizá os sorprendáis!

Una herramienta potente: la línea de la vida

Maribel, hablabas en tu consulta de encontrar los objetivos que te ilusionen para ser quien de verdad eres. Te propongo, a ti y a las lectoras píkaras, que agarréis lápiz y papel y hagáis este ejercicio que os propongo: la línea de la vida.

Dibuja un gráfico con dos ejes. En el eje horizontal, la línea del tiempo, sitúa los acontecimientos que consideres clave en tu vida, tanto personal como estudiantil/profesional. En el eje vertical, puntuado del 1 al 10, anota la satisfacción, el entusiasmo, el placer que te produjeron esos momentos o hitos, fuera poco o mucho.

Únelos y obtendrás un perfil de los picos y los valles de tu vida. Revisa los momentos álgidos de tu vida, donde mejor te sentiste… ¿Qué actividades o acciones implicaban? ¿Cómo eras tú en esos momentos? ¿Cuáles de tus valores se daban en todo su esplendor? ¿Hay coincidencias, factores comunes?

Aquí tendrás informaciones valiosas sobre esos caminos y elecciones vitales que pueden tener sentido para ti, más allá de esas creencias limitadoras aprendidas o heredadas.

Re-conociendo a mis padres: la teta buena y la teta mala de Melanie Klein

La psicoanalista Melanie Klein concibe el desarrollo personal como la superación de conflictos que conllevan ciertas etapas tempranas de la niñez. Esta superación permite alcanzar el equilibrio con el mundo psíquico interno y el mundo externo, desarrollar la capacidad de disfrutar de las cosas y construir relaciones gratificantes de amor con otros seres.

Ella cuenta que de bebés, al percibir tanta dependencia de nuestra madre, la escindimos en lo que denominó “la teta buena” y “la teta mala”. La “teta buena” sería la madre disponible que acude cuando el bebé la demanda y “la teta mala” la que no viene. Son la cara nutricia y la cara no nutricia de la relación con la madre. Se trata de un mecanismo de defensa, ya que al bebé le resulta difícil soportar que la disponibilidad de su madre no sea absoluta.

El juego amoroso de tira y afloja entre madre y criatura está hecho de placer y disponibilidad; también de desencuentros, dificultad, falta de entendimiento… y es necesario que sea así para que la criatura sea ella misma.

Maribel, qué bueno si desde tu adulta pudieras darte el permiso de identificar y guardar como un regalo esa “teta buena” de tus padres, esa cara nutricia, todo eso que te han aportado en positivo: aprendizajes, habilidades, consejos, protección, amor, alimentación, recursos, hermanas y/o hermanos, apoyo, etc.

Y qué bueno si pudieras mirar a su “teta mala” desde una mirada más compasiva*, desde su condición de personas que hacen o han hecho lo mejor que pueden con sus recursos, desde su momento vital, creencias y limitaciones.

Maribel, ¿cuál sería esa cara nutricia de tu madre, de tu padre? ¿Qué te ha aportado y te aporta? ¿Qué agradeces desde el corazón? ¿Con qué recursos te quedas para avanzar hacia adelante?

Y, sobre todo, ¿cómo necesitas posicionarte ante ellos para ser quien tú eres, para seguir tu voz?

*La palabra “sympathy” en inglés recoge mejor lo que quiero expresar al decir “compasión”. “Sympathy” implica compasión pero no pena, sino más bien empatía con la persona hacia quien lo siento –aunque no comparta su manera de hacer o pensar-. Implica también solidaridad y comprensión profunda de las circunstancias de esa persona. Añadiría –esto ya es cosecha propia- que mi visión de la compasión lleva implícito un desapego: entiendo que la manera de actuar de esa persona no tiene nada que ver conmigo, es su decisión, no mi responsabilidad. Y, desde esa comprensión, elijo cómo posicionarme y relacionarme con ella.

Los cinco permisos de Virginia Satir

No me gustaría cerrar este artículo sin compartiros un breve escrito que me parece de lo más inspirador. Maribel, lectores y lectoras píkaras, os invito a leer y a dejaros resonar las cinco libertades inherentes a toda persona que propone con sabiduría la psicoterapeuta Virginia Satir:

“La libertad  de ver y oír lo que hay, en lugar de lo que debería haber.

La libertad de decir lo que pienso y siento, en lugar de lo que se debería pensar y sentir.

La libertad de sentir lo que se siente en lugar de lo que se debería sentir.

La libertad de pedir lo que se quiere en lugar de tener siempre que pedir permiso.

La libertad de correr riesgos por propia cuenta en vez de elegir estar siempre segura/o y no perturbar la tranquilidad”.

(Virginia Satir, En contacto íntimo, 1975)

¿Te imaginas qué cambios positivos en tu vida implicaría el darte estos permisos, Maribel?

Un abrazo enorme y adelante, valiente.

¿Estás en un momento de cambio vital? ¿Te sientes estancada, desorientada o bloqueada? Si quieres que nuestra coach feminista te oriente mediante un artículo que sirva además a más lectores y lectoras pikaras, escribe a participa@pikaramagazine.com

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