Trabajo ‘de mujer’ en la oficina

Trabajo ‘de mujer’ en la oficina

Nota: Este artículo se enmarca en la sección de libre publicación de Pikara, cuyo objetivo, como su nombre indica, es promover la participación de las lectoras y lectores. El colectivo editor de Pikara Magazine no se hace responsable ni del contenido ni de la forma de los artículos publicados en esta sección, que no son editados. Puedes mandar el tuyo a participa@pikaramagazine.com. Rogamos claridad, concisión y buena ortografía.

14/05/2016

Emma

Ninguna de mis amigas se atrevería a afirmar cosas como: “Las mujeres fregamos los platos sucios mejor que los hombres” o “Los hombres no entienden las necesidades de un niño como lo hace una mujer”. Tampoco se atreverían a defender: “Las mujeres llevamos una casa mucho mejor que los hombres”.

Ninguna de mis amigas diría eso en voz alta, tampoco lo haría ninguna de las mujeres, ni las jóvenes, ni las maduras, que conozco.

suscribete al periodismo feminista

Sin embargo, a mi alrededor yo solo veo mujeres exhaustas, no solo haciendo el trabajo diario de oficina por el que son, con mayor o menor fortuna pagadas, sino también cargando con otro tipo de trabajos, de enorme demanda emocional por el que en absoluto son remuneradas.

Pondré un ejemplo para que se entienda mejor: Tengo una amiga en cuya oficina, con el fin de mantener un espíritu de camaradería, los viernes se reúnen todos los empleados en la cocina de la empresa para compartir unas cervezas y unos aperitivos preparados entre todos, como una forma de relajarse al llegar al final de otra semana de duro trabajo en equipo.

Lo de en equipo es un decir, sostiene mi amiga, porque los aperitivos son siempre preparados por las mujeres. Estas se ocupan de que las cervezas estén frías, de que haya sándwiches de los que le gustan al jefe y que la tortilla de patatas sea sin cebolla. Algunas de ellas sacan tiempo en sus casas el día anterior para, a veces, preparar tartas o empanadas para que coman todos al día siguiente. Se trata de un trabajo voluntario, como el que luego realizan los voluntarios recogiendo los restos del ágape. Como es de prever, entre esos trabajos de limpieza está el de fregar los platos y los vasos sucios. Otro trabajo voluntario que, oh, sorpresa, invariablemente llevan a cabo siempre las mismas voluntarias. Los hombres las observan mientras se beben la cerveza.

Hablo a diario con compañeras de trabajo que atesoran en sus cabezas la lista de fechas de cumpleaños de sus seres queridos, eligen los regalos y mandan a veces a sus maridos- con gran temor- a comprarlos. Aseguran que les encanta ocuparse de esas infinitas tareas de catering, organización de fiestas y cumpleaños infantiles. Muchas no sólo se ocupan de llevar a sus hijas a baile después del trabajo sino que también van a hacerle la compra a su madre anciana o enferma, llevan los trajes de su marido al tinte y, además luego se van a hacer ellas mismas la compra de la semana de su casa, porque saben mejor qué es lo que necesitan. Una vez le pregunté a una de ellas si su marido no podría hacer esa tarde el bizcocho que su hijo tenía que llevar a la fiesta del colegio para que así ella se pudiera tomar algo conmigo después del trabajo. Por toda respuesta ella me miró con aire horrorizado.

Mi conclusión es que esas tareas, que son tan importantes, nunca le han importado al sistema. Si así fuera serían remuneradas económicamente pero ¿Por qué tendrían que serlo si las mujeres lo hacen de manera voluntaria y, además, la mayoría de las veces encantadas de ocuparse de ellas?

Por supuesto no soy la primera en darme cuenta de este detalle. El asunto del trabajo “emocional” de las mujeres lleva siendo estudiado desde hace décadas por las feministas y otros investigadores (mayormente economistas) En 1983 la socióloga y profesora de la universidad de Berkely Arlie Russell Hochschild publicó el libro titulado “The Managed Heart” de evidente escasísima repercusión en el feminismo ibérico de todos los tiempos ( ni siquiera me he molestado en averiguar si está traducido al castellano)

El libro habla de ese trabajo, llamémoslo “emocional” que las mujeres que trabajan en la empresa de mi amiga hacen todos los viernes: Contribuyen a que exista buen rollo en la oficina poniendo las cervezas a enfriar en la nevera y asegurándose de que la tortilla no lleve cebolla porque al jefe no le gusta nada ese sabor. Se ríen de los chistes machistas de los hombres, recogen y friegan después del ágape, se ofrecen para hacer café a sus compañeros y compañeras y actúan de manera tolerante, tranquila, haciendo notar su presencia pero sin destacar ni mucho menos, lo último que querrían sería eso.

Por supuesto, como mujer, yo también soy víctima y esclava del trabajo “emocional”. Para empezar he trabajado durante mucho tiempo como secretaria, que es un trabajo altamente exigente en ese sentido. Si existe un equivalente a una madre de familia en el mundo “oficinil” ese es el puesto de secretaria. Se quieren mujeres atractivas pero maternales, que comprendan y atiendan todas las necesidades del jefe (un hombre en el 90% de los casos me atrevería a afirmar), y que no se quejen nunca de sus asuntos personales aunque ellas sean madres también. Es muy importante que sean muy amables, y si además son atractivas y hablan idiomas mucho mejor. Una secretaria que cumpla todas esas características es el ideal masculino de hoy, ayer y siempre. Los hombres del siglo veintiuno que tienen estatus como para tener una secretaria están a salvo de todas las olas feministas del mundo. Ya puede venir un tsunami femenil, las femen haciendo el indio o el cierre de todos los burdeles del planeta. Un hombre con secretaria está salvado.

Por supuesto no quiero afirmar con esto que a los hombres no se les exija también simpatía y amabilidad en sus puestos de trabajo a pesar de que, sin lugar a dudas, si esa circunstancia no se cumple no defraudaría ninguna expectativa.

Lo que quiero decir es que las mujeres no podemos permitirnos el lujo de ser desagradables, no podemos quedarnos de pie bebiendo cerveza con los tíos a contemplar como otras hermanas nuestras, compañeras de fatigas de oficina, son las que se dedican a fregar los platos. Aunque solo sea por solidaridad femenina o por miedo a lo que murmuren de nosotras nos gusta ayudarnos. Al fin y al cabo nosotras tenemos esta propensión natural por hacer las cosas bien, por ayudar a los otros, por contribuir al buen rollo tanto en casa como en el trabajo ¿verdad?

La realidad es- como todos sospechamos- que esa tendencia natural de las mujeres a la amabilidad no es algo que venga inscrito en nuestros genes.

Que las mujeres tengamos tendencia a sobrecargarnos con el rol de la fémina complaciente y sumisa no tiene nada que ver con nuestro sexo. Es sencillamente el resultado de siglos de reparto de tareas recibiendo nosotras, invariablemente, la parte tan excitante de convertirnos en el “alma del hogar”. La posición de las mujeres en la sociedad siempre se ha definido en torno a su rol en la familia, si era abuela, si era mujer casada o si era… ¿algo más podía ser una fémina? Ah, sí, monja.

El problema es que ahora las mujeres no son sólo la familia que tienen detrás. Muchas veces ni siquiera tienen esa familia detrás pero siguen sintiendo la presión de contribuir a “hacer más femenino” el ambiente de trabajo. Estoy segura de que muchas tienen un trabajo que, probablemente, les guste mucho pero en el que no se atrevan a brillar porque eso supone ser ambiciosa o desagradable o soberbia a los ojos de los otros.

Ni que decir tiene que esos pequeños trabajos emocionales agotan aunque muchas afirmen lo contrario. ¿Habéis probado a sonreír cuando algo no os gusta? ¿Habéis pensado alguna vez por qué las mujeres fingen los orgasmos?

La alternativa a todo esto, se me ocurre, es empezar a olvidar.

Olvidar cumpleaños, olvidar la receta de las tartas, olvidar llevar a los niños a sus clases de natación. No hacer café, ni sonreír ante las bromas sexistas de tus compañeros, quejarte ante ellas, convertirte en una agria, feminazi, sin sentido del humor.

Beber cerveza como ellos, no ayudar a tus compañeras a recoger la mesa ¡ ellos nunca lo hacen y no se sienten ni por un segundo culpables!

No es una alternativa fácil, y por eso en el 2016 seguimos exactamente igual que en 1983 cuando se escribió el libro de “The Managed Heart”.

Pero sin duda más horrible es fingir lo que no eres para encajar en el papel de mujer. Ese papel que ya estaba escrito antes de que nacieras.

Y eso es, en esencia, el feminismo: Una dolorosa lucha entre yo y el papel que la sociedad reserva a las mujeres en el que la mujer, el individuo, va tomando forma, despacio pero sin pausa, hasta que alcance por fin su identidad.

Download PDF
master violencia de género universidad de valencia

Artículos relacionados

Últimas publicaciones

ayuda a Gaza
Download PDF

Título

Ir a Arriba