Testimonio

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09/05/2016

Texto anónimo

Soy ex-prostituta y abolicionista. Me da vergüenza decirlo en voz alta, siempre creo que se burlarán de mí. “¿Si no te gustaba, porque lo hiciste? Nadie te obligó”.

Es cierto, nadie me puso una pistola en la cabeza. Pero mi decisión fue todo menos libre. Mi padre era alcohólico. Ni siquiera había nacido la primera vez que estuvo a punto de matarme: le dio una paliza a mi madre cuando estaba embarazada de mí. Sobreviví́, pero a menudo he deseado no haberlo hecho. Creo que solo tenia dos o tres años la primera vez que me violó. No puedo recordarlo, pero todavía sueño con ello. Aún dormía en una cuna.

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Tenia catorce años cuando pedí ayuda a mi madre. Me dijo que a ella le hacía lo mismo y se aguantaba, asi que tambien tenia que aguantarme yo. Le contesté que si no pedía el divorcio me iba a suicidar y me dijo que no tengo corazón, que solo una mala persona querría tirar a su propio padre a la calle como un perro.

Después de eso pedí ayuda a mis tíos y abuelos, se lo conté todo para ganarme su compasión. Resultó que ya lo sabían. Uno me dijo que no era asunto suyo; otra, que a muchas niñas les pasa lo mismo y si me había tocado a mí, era la voluntad de dios y tenia que aceptarlo. La última, que era muy egoísta por querer marcharme de casa y dejar a mi pobre madre sola con ese hombre. Que si me iba la mataría. “¿Y si me quedo y me mata a mi?”. No respondió, no creo que le importase. Mi vida nunca la ha importado a nadie.

Esperé con paciencia a ser mayor de edad, solo para encontrarme con el desempleo, la precariedad, los salarios de miseria y la burbuja inmobiliaria. Todo lo que yo quería era salir del infierno, tener una segunda oportunidad en la vida. Al parecer, estaba pidiendo demasiado.

Me hice prostituta porque era el único trabajo que podía conseguir sin haber terminado los estudios, sin experiencia, el único donde podía aspirar a ganar lo suficiente para marcharme de casa. Tal vez había otra salida a mi situación y yo no la vi, no fui lo bastante lista para verla. Es una duda que me ha quitado el sueño muchas noches. Fue mi elección, sí. Las otras opciones eran quedarme en el infierno para siempre o cortarme las venas y acabar de una vez. Elegí vivir cuando todos querían que muriera.

Estuve allí tres años. Los tres años más largos y miserables de toda una vida larga y miserable. Pero lo conseguí, y me he esforzado todo lo que he podido por olvidar. Por fingir que nunca sucedió.

Ahora, quince años después, escucho a los que quieren legalizarlo y se me cae el alma a los pies. ¿En serio alguien cree que es un trabajo normal?, ¿cómo va a ser un trabajo normal donde te intentan violar todos los días? Porque si le dices a un cliente que no quieres hacerlo por detrás o que te lo suelte en la boca y aún así́ lo hace, o lo intenta, ¿qué otro nombre tiene?, ¿y los tipos que se quitan el condón cuando ya los tienes encima, y tienes unos segundos para decidir si cedes o te pegas con él? O el tipo que me cogió del cuello con las dos manos y empezó a apretar mientras se corría. Casi me estrangula allí mismo. Si, muy normal todo.

No importa cuan grandes o pequeños sean tus límites, basta que haya algo que tú no quieras hacer, para que vayan a por ello, como perros que se lanzan por un hueso. Obligarte a hacer lo que tú no quieres es lo que más les pone. Les hace sentir triunfadores, mientras tú te sientes basura. Y así es como me siento cuando escucho a alguien decir que la trata está mal, pero la prostitución voluntaria está bien. Siento que no tengo derecho a mi dolor porque no estaba encadenada a la pata de la cama.

Las mujeres no necesitamos que se legalice la prostitución. Necesitamos que se elimine la violencia y la pobreza que nos empujan a ella. Si ni siquiera las mujeres que se autodefinan feministas tienen esto claro, la próxima generación de niñas como yo están perdidas, condenadas a repetir la historia.

En el nombre de todas ellas, nuestras hijas y nietas aún no nacidas, os suplico, hermanas. No las dejéis solas.

 

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