Mujer y ciencia

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09/05/2016

Iris Sancho Sanz*

Cuando yo estaba en el cole también pensaba que eso de la desigualdad de género era algo que podría “no tocarme a mí”. Pensaba que si yo no me lo creía, si verdaderamente hacía un esfuerzo por saberme igual, por sentirme igual, por ser igual, iba a notar las mermas en mis derechos y los iba a poder defender. Que en realidad la cuerda siempre se rompe por el lado chico, y que siempre es el débil el que es objeto de las burlas y que si de hecho quería ser igual tenía que comportarme como ellos. Estaba convencida de que era la actitud el factor delimitante, y de hecho ese convencimiento me ha funcionado mucho tiempo como escudo, espada, y carta de presentación. He tenido una infancia, adolescencia y temprana madurez (por llamarlos de alguna manera) relativamente exitosas, naturalmente no sólo por ese convencimiento, pero en parte también gracias a él. He ido superando las metas académicas y sociales con relativa facilidad y elegancia en el tiempo y forma en las que se me proponían y he contestado a los entresijos de la vida sin miedo ni vergüenza. Igual por eso, y aunque el feminismo es para mí tan fundamental como el oxígeno (molecular y no solo) no he reflexionado mucho hasta ahora sobre sus significancias.

A la luz de unos talleres escolares para difundir a diferentes científicas con méritos mundialmente reconocidos me he encontrado con grupos muy heterogéneos de escolares, madres, padres, profesores y abuelas. Los niños, y algunas niñas (aunque realmente menos) me han respondido con mucho ímpetu que había la misma cantidad de científicos que de científicas (cosa que estadísticamente y con los datos en la mano no es verdad)[1] y que la decisión era una cosa vocacional no relacionada con el sexo. Para el próximo taller me gustaría abrir el abanico un poco más y plantear la cuestión no desde el punto de vista ciencia/sexo-binario-asignado-según-caracteres-externos-al-nacer sino ciencia/género. Posiblemente necesite otro tipo de espacio para que algo así prospere, pero acepto sugerencias.

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De cualquier manera y siguiendo con el tema del que hablaba, no me sorprende la frescura libertaria de los niños y niñas asistentes a mi taller. Como yo fui en su momento, creen que la represión de la mujer es cosa del pasado, que ahora mismo (y no sabemos hasta cuando) cada una puede estudiar lo que una quiera y por tanto ejercer la profesión que más le guste. No saben nada de presión reproductiva, ni de brecha salarial. No saben que las enfermedades y dolencias derivadas de tener vagina están menos estudiadas que las enfermedades de los que portan pene, ni que las dosis de casi todos los medicamentos están testadas en animales macho, sí incluso los medicamentos para embarazadas.[2] Todavía no se han dado cuenta de que el hombre, varón blanco heterosexual es la medida de todas las cosas. Y que en esa medida no caben tetas, totos, pieles tostadas, ojos rasgados, parejas homo, ni otras muchas maneras de ser feliz y de ser humano. Y yo me pregunto hasta qué punto el enterarse de todo eso puede quitarte las ganas de lucharlo. Me pregunto si no es mejor crecer pensando que tienes todos esos derechos para que te de rabia cuando te los arrebaten, o crecer pensando que te los vas a tener que ganar palmo a palmo. Son pensamientos de esos que se quedan en la trastienda de la mente, porque me ciño en mi taller a diez científicas ultra reconocidas, y que tristemente muy pocas científicas que yo conozco pueden nombrar. Me acojo a ellas y a su tenacidad y les pregunto a la gente que me mira, por qué piensan que no las conocen.

Es una pregunta con mucha trampa, la mayoría de la gente se siente un poco abrumada, como si estuvieran faltando a un deber cívico, pilladas en una falta… ¡Conozco a Marie Curie! Dicen algunas, sí… Marie Curie fue la primera persona en obtener dos premios Nobel, uno en física y otro en química, descubrió dos elementos, dio un uso médico a la radiactividad, fue una persona incansable, hipotecó su casa para comprar toneladas de pechblenda cuando nadie le daba dinero para trabajar, y montó un laboratorio en una nave que alquiló con su dinero para lavar el mineral con ácido y procesarlo y recristalizarlo hasta sacar menos de un gramo de radio puro. Fue una científica apasionada, convencida de la necesidad de su trabajo y devota de su profesión.

Y además, si conocemos a Marie Curie hoy, es porque se murió su marido. Su marido, que era físico y la conoció en la carrera, siempre alabó la capacidad intelectual de Marie Slodowska, escribió varias cartas a la sociedad científica francesa y a la universidad para que aceptaran a Marie. Puso por escrito en varias ocasiones que los trabajos con la pechblenda eran de autoría única de Marie, y no lo creyeron. La sociedad científica francesa no admitió a Marie Curie como una igual hasta que su marido se murió. La mayor parte del reconocimiento científico que ella obtuvo fue como viuda. No es que yo me alegre de que él se muriera tan pronto, yo soy muy fan de Marie Slodowska y le deseo el bien retrospectivo, y leyendo su diario creo que habría sido más feliz si él no hubiera muerto por el caballo. Pero pienso que es una reflexión que vale la pena hacer. Cuántas mujeres (en ciencia y fuera de ella) no se han quedado sepultadas bajo sus maridos. Cuántas a pesar de sus maridos y cuántas a pesar de los esfuerzos que hacían ellos porque eso mismo no pasara.

Retomando la pregunta, explico también, que en realidad lo que nosotros conocemos tiene que ver con lo que queremos conocer, claro. Pero no únicamente. Yo sé muchas cosas que me interesan poco, como por ejemplo sé de qué diferentes maneras se puede presentar un paso de semana santa, bajo palio o sin palio, crucificado, o con la cruz a cuestas. Sé cómo suenan las marchas de procesión… Me he sabido los nombres y los colores de las hermandades cofrades (de Granada y de Sevilla) y nunca he hecho algo por aprendérmelo. Durante un tiempo realmente pensé (y no estoy ni bautizada) que era algo importante, y no porque en mi casa se hablara del tema, sino porque llegada la época del año salen hasta en la sopa. ¿Has visto alguna vez a Ada Yonath salir hasta en la sopa? ¿O a Barbara McClintok? (Son dos científicas y las dos tienen un premio Nobel) Pues entonces es normal que si no te dedicas a la genética o a la bioquímica no te suenen. El problema es que te dediques y no te suenen porque no tengan sitio en los libros.

Y la de gente que se me ha quedado loca cuando les he contado que el primer programa “de ordenador” antes de que los ordenadores se fabricaran lo escribió a tinta sobre papel Ada Lovelace, también poeta, que al traducir la “Máquina Analítica” de Menabrea al inglés adjuntó como notas un código que permitiría calcular una serie de números de Bernouilli. Que levante la mano aquella a la que no le han vendido que la informática es cosa de hombres, porque aunque en ciertos círculos no se pueda decir es como un prejuicio pringoso que infecta muchas latitudes.

Hablando con un amigo músico me decía que lo mismo ha pasado con la música electrónica, que las pioneras fueron mujeres y que ahora no hay quien les vea el pelo en la industria. Yo le comentaba que parece que solo tenemos el potencial para romper, para abrir camino, pero que no sabemos defender la fortaleza. Porque en el papel que el género en esta sociedad nos impone una mujer tiene derecho a entretenerse con cosas de poca monta, como era el escribir programas antes de que pudieran ser usados o experimentar con una nueva música. Pero cuando la actividad que sea empieza a tener una cierta relevancia, entonces hay que llenarla con la medida de todas las cosas, y si además de tener relevancia da dinero (que es la otra medida y la medida de la medida si es que cabe) parece que se desata una especie de neblina mágica que solo se puede traspasar si tienes pito.

En fin esas cosas, esa neblina, es la responsable, o sostenedora de una parte importante de la responsabilidad de que no sepáis quien fue Rosalind Franklin (y sí conozcais a Watson y Crick que le robaron miserablemente el trabajo cristalográfico que sirvió para elucidar la estructura de doble hélice del ADN y se llevaron el Nobel por ello). Y con el taller que he hecho en la feria del libro, con este texto y con otros muchos que espero estén por venir mi intención es traer un poco de aire nuevo. Poner a las científicas en el lugar de nuestra memoria que merecen. Porque las necesitamos, nosotras y ellos.

[1]    La cantidad de científicas (entendiendose como mujeres que ejercen una profesión remunerada en una disciplina entendida como ciencia o STEM) disminuye con la edad, y el cargo y sólo en niveles de estudiante son equiparables en número a los hombres llegando en algunos casos a ser más de la mitad. Fuente: MUJERES CIENCIA E INFRMACIÓN Editorial Fundamentos, María Teresa Gracía Nieto (ed.)

[2]    Aquí se puede leer sobre la talidomida y sobre cómo la mujer es negada (también) en la industria farmaceútica.

*Iris Sancho Sanz es doctora en química. Investigadora de la reactividad de las palabras. Enamorada del olor a ozono tras la lluvia y de la transición prohibida del azul del mar.

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