¿Eso fue violación? Las violaciones de las que nadie habla

¿Eso fue violación? Las violaciones de las que nadie habla

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28/05/2016

Disparadas

Cada siete horas una mujer es violada en España. En solo un día se cometen 903 violaciones a mujeres alrededor del mundo, registrando hasta 329.708 violaciones en un año. Pese a lo escandalosas y dramáticas que son estas cifras, solo hablamos de las violaciones que constan como denunciadas. Por ello, la violencia sexual que las mujeres sufren a lo largo de su vida por parte de sus propios amigos, familia, compañeros e incluso parejas son continuamente normalizadas e invisibilizadas. Sí, tu novio puede violarte y de hecho es muy probable que haya sucedido y aún no puedas/quieras ponerle nombre. Por eso, un grupo de mujeres hemos decidido contar nuestras historias. Decidimos no callar para señalar y exponer estas agresiones porque queremos dejar claro una vez más que no significa siempre no.

La cultura de la violación proviene en gran medida de cómo se concibe la sexualidad de las mujeres y los hombres, y de todos los estereotipos que han calado en el pensamiento dominante que trae consigo. Mujer como objeto deseado no como sujeto deseante. Desde la idea de virginidad como algo valioso que se entrega a alguien que “se lo merece”, ¿un premio?, hasta el tópico de “hacerse valer” que divide a las mujeres entre buenas y putas. Parecer demasiado deseante nos resta valor, incluso feminidad. Muchas no nos atrevemos ni siquiera a indicar lo que queremos y cómo lo queremos porque nos han enseñado a anteponer el placer y el contento ajeno antes que el nuestro. La educación de que las chicas esperen la iniciativa del otro, toda esa mierda que al final incluso acaba colonizando nuestro erotismo, relegándonos a asumir meramente el rol pasivo.

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Y el dolor de huevos, el estigma de la “calientapollas”, de que la mujer es alguien a conquistar, el “cansadamas”, quien sigue la consigue, que si el consentimiento si se dio una vez permanece, “si ayer te gustaba tía, anda déjate, qué te cuesta, si soy muy bueno contigo, si sabes que te amo y me vuelves loco, anda, prémiame, premia mi atención por ti, premia el visto bueno que te doy, premia que te he elegido. ¿No es gustar precisamente lo que os gusta a las tías?”.

Sin olvidar las ideas preconcebidas que subyacen en el formato pareja, monógama o no, la relación indisociable entre sexo y afecto, y lo de concebir a la pareja como alguien que nos suministra sexo y a quien debemos suministrarle, “si no le tienes contenta lo buscará fuera”. Ahí a que cuando una persona emparejada está inapetente por el motivo que sea se siente mal, culpable, porque le está cortando el suministro sexual que espera de ella, su pareja. Y esto lo maman estos chicos tan majos, tan buenas personas, tan amigos, que un día se pasan por el forro lo que te apetece a ti y te VIOLAN, sí, te violan.

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Un chico con el que estaba saliendo me envió un WhatsApp pidiéndome perdón por lo ocurrido. No entendí nada porque habíamos pasado una noche genial. Me contó que esa mañana se había despertado cachondo, por lo que me comenzó a besar pero yo seguía adormilada. Así que se colocó encima de mí, me la metió y como vio que me estaba enterando de más bien poco, decidió retirarse. Cuando me lo contó me sentí fatal, no recordaba absolutamente nada de lo ocurrido. Victoria

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Tu colega, el del grupo, el de las risas, el de las fiestas, el de hace años. Tu colega, con el que, al final de una noche con mucho alcohol de por medio, acabas enrollándote. Tu colega, al que creías conocer, tu peor experiencia sexual.

Todo empieza con unos besos al final de la noche en una discoteca. La tensión sexual siempre estuvo ahí, a ti te hacía gracia desde hace tiempo y él lo sabe. Esa noche estáis todo el grupo a tope: copas, porros, y alguna droga más de por medio. Él, muy seguro de sí mismo, al final de la noche te dice: qué, ¿nos liamos? Sé que lo estás deseando. Tú, que estás pletórica, le excusas la actitud chulesca y le besas. A los cinco minutos ya estáis yéndoos a su casa, y cuando llegáis os falta tiempo para comenzar. Todo empieza fenomenal, vosotros ya habíais hablado en alguna ocasión sobre sexo y conectáis rápido. Podría haber quedado ahí la historia, pero no. Cuando tú ya estas cansada, él sigue a tope. Te quejas de que ya te duele, ¿su solución? quitarse el condón, que estás muy seca. Vuelves a quejarte, quieres acabar ya, él quiere acabar por detrás. Es imposible, te está doliendo mucho, le paras, le empujas para que se quite. Él interpreta tus quejas como un juego, ¿a ti te iba el sado, no? y te empuja hacia la cama. Empiezas a sangrar, te asustas. Él no se está dando cuenta de nada, estás de espaldas y te tiene la boca tapada para que no se despierten sus padres. Cuando consigues quitártelo de encima se da cuenta de lo que está pasando, la cama está llena de sangre. ¿Te ha bajado la regla? No, no me tiene que bajar la regla, he tenido un desgarro. A la mañana siguiente vas al médico. Efectivamente, ha sido un desgarro. Tú ante el médico te excusas de que habéis sido muy brutos, él te comenta que puede haber infección interna, que estéis pendientes. ¿Él va a estar pendiente? Él te ha borrado de todos lados, te evita por la calle, le ha contado a todos que haber acabado la noche contigo fue un error, que te estás poniendo pesada. Tu infección acaba en el riñón y tu autoestima por los suelos. EDE

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Era mi pareja. Habíamos salido juntxs de fiesta, habíamos consumido drogas, y volvimos a casa por la mañana. Yo me encontraba francamente mal, el momento bajón de la droga, apenas podía moverme del sofá. Él, sin embargo, seguía bajo los efectos e insistía una y otra vez. Yo inmóvil mientras él me besaba, me tocaba y me metía mano. Pensé que mi lenguaje corporal era suficiente para que entendiese que no quería. No fue suficiente así que le pedí que parase. Siguió. Con una asertividad que hoy día no volvería a usar en esa situación, le expliqué que me encontraba mal, que no podía moverme, que estaba muy cansada. Él me reprochó que cómo habiendo consumido drogas no tenía ganas. Le volví a pedir que no, una y otra vez, le sugerí que fuese a cualquier otra habitación a masturbarse y me dejase tranquila. Pero claro, yo era su pareja, ¿no? Se supone que debía complacerle, ¿no? Así que finalmente “me dejé”, y seguí pensando durante mucho tiempo que aquello no tenía importancia, como tantas otras compañeras. No es no.  Marga

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Él tenía 40 años, yo 26. Éramos de ciudades diferentes y nos veíamos en un hotel de mi ciudad. Empecé a salir con él porque me daba miedo estar sola. Todo era fantástico, maravilloso. Me trataba muy bien, me llenaba de regalos y era respetuoso. En una de esas veces, me pidió hacerlo sin preservativo y le dije que no. Me dijo que no había riesgo de quedarme embarazada porque ya intentó tener hijos y le dijeron que era estéril. Yo continué diciendo que no, que seguro que con la suerte que tenía, me quedaba embarazada o simplemente me pegaba algo. Después de un rato insistiendo y yo resistiéndome, me abrió las piernas y me penetró. Él terminó y me di la vuelta mezcla de enfadada y triste. Él no entendía qué me había pasado para que estuviera enfadada con él. Le pedí que me comprara la píldora del día después y que la pagara él. Sabía que algo había pasado porque no había respetado mi decisión. No le puse nombre hasta varios años después, que mi cerebro hizo clic. Desde entonces, lo tengo bloqueado de todo lo habido y por haber. Para sus personas amigas y conocidas, es el mejor que me podría haber encontrado. Para mí, no.

La segunda vez que me violó, fue probando el sexo anal. Le pedí que parara porque me dolía. No sólo no paró, sino que empujó hasta el fondo. Sentí un pinchazo que me llegó a lo más profundo. Le pegué y él no entendía por qué, si para él no estaba haciendo nada malo. LMR

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Él era mi primo segundo. Tendría 25 o 26 años, yo solo 8. Un día, hablando con su novia, inocente de mí, le dije que él “me gustaba”. Ella se lo contó, y el quiso empezar un “juego” secreto conmigo. Al principio solo trataba de “ser novios” hasta que el quiso ir más allá. Todo empezó, con besos con lengua que me ahogaban, y que yo no le quería dar. Una tarde que no había nadie en su casa, decidió llevarme a la cama. Yo no entendía nada, pero me daba miedo. Me obligó a chupársela. Solo recuerdo el “cuidado con los dientes”. Después de eso intentó penetrarme, pero al ver que sin desgarro no lo conseguiría, paró. Entonces salí corriendo de su casa, para ir a refugiarme a la mía y durante muchísimos años no lo conté. Ojalá lo hubiésemos denunciado y hubiese pagado por todo lo que hizo, porque a mí esa imagen y su “cuidado con los dientes” me perseguirá toda la vida. LPV

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El tío me gustaba a rabiar, amigos desde los 15 y empezamos a enrollarnos a los 21 poco antes de que yo me fuera a estudiar a otra ciudad. Un fin de semana que volví a mi ciudad de origen quedamos, salimos, risas, subidón, nos emborrachamos, llevaba un mes deseando volver a tener sexo con él. Llegamos muy borrachos a su casa y me quedé dormida al echarme en la cama, me desperté con el encima, penetrándome. Me había desvestido sigilosamente mientras yo estaba dormida, abierto mis piernas, encaramado encima mía y había empezado sin mí. Quizá hubiera terminado también sin mí, pero me desperté. Abrí los ojos, no me moví. Sentimientos encontrados, por una parte estaba haciendo algo que yo deseaba que ocurriera desde hace un mes, pero no así, no de esta manera. Estaba borracha, confundida y no dije nada. Desayunamos juntos y me fui a casa de mi familia. No me podía quitar de la cabeza lo que había pasado, no sabía gestionarlo, menos aún juzgarlo. Era el chico que me chiflaba, ¿no? Habíamos tenido sexo, ¿no? Era lo que me gustaba hacer con él, ¿verdad? ¿”Habíamos”? ¿Yo había tenido sexo con él? Se lo cuento a mis amigas, dos de ellas estaban de acuerdo en que eso ha sido algo muy morboso, dado que el me gustaba tanto. Una de ellas se quedó callada, recuerdo muy bien su mirada, una mirada que me molestó mucho porque me decía algo que yo no quería asumir, porque estaba dando en el clavo, poniendo nombre sin palabras a lo que había ocurrido y señalando un lugar donde me resistía a mirar, porque no me convenía. Y preferí narrármelo a mí misma de la manera más confortable: fue algo morboso, sí, me gustó, estaba bien. ¿Pero entonces por qué me sentía tan sumamente incómoda cuando pensaba en ello? ¿De dónde salía esa sensación dolorosa, ese asco si fue algo tan morboso, algo que estaba bien, algo que a la fuerza TENÍA que estar bien? Durante años abracé la coartada del morbo y traté de no pensar nunca más ello. Cuando me venía a la cabeza lo ahuyentaba. Pero le ocurrió lo mismo a una amiga mía y cuando me lo contó lo vi claro y me vino todo encima. ¿Qué es tener sexo con alguien inconsciente, con alguien que no está, que no consiente? ¿Usar el cuerpo de alguien, follarse A en vez de follar CON? Esta es la primera vez que lo cuento y por primera vez voy a nombrarlo con propiedad: Eso fue violación. M.

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Éramos jóvenes, tendría yo 15 y el 16 años, llevábamos un tiempo juntos en una relación a distancia y yo fui a verle a su casa durante el verano. Una noche me pidió sexo y yo me negué, empezó a dar golpes en la pared alegando que no le quería, que no le demostraba mi amor, así que finalmente cedí a ello… porque yo entonces le quería. Luego supe que había cometido un grave error. Anónima.

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Me gustaba un tipo que conocía hacía tiempo, era amigo de unas amigas. Salimos todxs una noche y él y yo estuvimos tonteando, parecía que acabaríamos enrollándonos. Nos fuimos todxs a su casa a terminar la fiesta. En su casa yo me sentí regular, estaba cansada y había bebido bastante. Él me dijo que si me quería tumbar en una cama y le dije sí, me dejo una camiseta y me acosté, sola, a dormir. Aún no nos habíamos enrollado. Me dormí y él se fue con lxs demás. De pronto me desperté, estaba desnuda y el tío me estaba penetrando. Me despertó el dolor, obviamente ¡yo no estaba excitada ni nada! ¡Estaba dormida! Me sentí fatal, me dolía la cabeza, estaba mareada y me estaba haciendo daño. No me atreví a decirle que parase, se suponía que yo había ido a su casa habiendo tonteado, me dio miedo y vergüenza decirle que parara por quedar como una calientapollas y además podía hacerme algo peor, lxs demás se habían ido ya y estaba sola y súper vulnerable. Así que permití que terminara de, literalmente, violarme. Desde entonces pensé en lo importante que es que entre nosotras nos cuidemos, nunca más dejaría a una amiga durmiendo en casa de un tío por mucho que al principio de la noche le molase…por supuesto el culpable fue él y quienes no tienen que forzar a una chica dormida son ellos. CAV

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Era la primera vez que creía estar enamorada de alguien y si no lo estuve, fue desde luego la vez más cercana a estarlo. Llevaba algo más de un año con el que era mi novio y mi mejor amigo. Yo siempre he sido una persona con depresiones cíclicas y diagnosticada con cuadro depresivo mayor, hecho que me obligaba a medicarme. Esta medicación no solo me quitaba las ganas de follar, sino también las ganas de vivir en general (irónico, ¿no?). El hecho es que llevábamos bastante tiempo sin sexo, él ya me había empezado a preguntar que si ya no le gustaba, cosa a la que respondí que obviamente no se trataba de eso (ya que a mí me gustaba mucho hacerlo con él) sino que ya no me sentía con ánimos. Un día estando medio dormida empezó a tocarme y aunque yo le dije que no me apetecía siguió hasta empezar a penetrarme. Yo no estaba mojada y aún estaba medio inconsciente. Después de estar un buen rato paró, al ver que no me movía, ya que me resistí a seguirle. Nunca lo hablamos y yo no le di mucha importancia en ese momento, pero en mi interior algo se rompió, y le pude poner nombre tiempo después de dejarlo, no sin mucho dolor. También había otros gestos bastante frecuentes que me molestaban, cosa que él sabía porque se lo había comentado, como el gesto de sobarme las tetas cuando no me apetecía, pese a ello nunca dejó de hacerlo. Me sentí bastante cosificada y mal, cosa que anuló totalmente mi ya baja autoestima. EMC.

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Llevamos mucho tiempo siendo amigxs. Alguna vez nos habíamos liado pero nunca habíamos tenido sexo. Una noche fuimos a tomarnos unas copas y cuando llegó la hora de irnos a casa, decidimos dormir juntxs. Ambxs sabíamos que íbamos a follar porque la tensión sexual entre nosotrxs siempre ha estado presente. Al entrar en la habitación me dirigí a la ventana para asomarme al patio. Aprovechó ese momento para agarrarme por detrás y meterme la mano en el coño de manera muy brusca. Le aparté y le dije que prefería ir más despacio. Me tumbé en la cama y le pregunté por sus gustos sexuales. Me respondió que no era momento de hablar esas cosas. Empezó a desnudarse y en cuanto terminó me desnudó a mí. Me esperaba que fuera a tener mucho más tacto pero estaba equivocada. En cuanto me bajó las bragas, se tiró encima de mí y me metió la polla. Estuvimos un rato follando hasta que se corrió. Después de esto, charlamos un rato tirados en la cama, hasta que me entró el sueño. Él quería volver a hacerlo pero yo no, estaba cansada, medio dormida y además el polvo anterior no me había dejado muy buen cuerpo, así que me mostré reticente. Insistió varias veces con palabras del tipo “con lo que te gusta follar, joder, tía, uno rapidito, va…”. Me sentí acorralada. No me atreví a decirle de forma clara y concisa que no me apetecía. Me volvió a penetrar hasta que se corrió y finalmente se quedó dormido. A la mañana siguiente, nada más levantarse empezó a frotarse con mi cuerpo y a besarme todo el rato con la intención de despertarme -claro, como diciendo “eh, tienes aquí una polla dura ¿¡Y no piensas hacer nada?!” Yo sólo pensaba ” mierda… otra vez.” Intenté pensar algún tipo de excusa, ya que mi aparente resaca y cansancio acumulado no parecieron valerle… Pero en cuanto vio que estaba despierta se abrazó a mí y me penetró. Me hizo daño. Tenía el coño dolorido de la noche anterior y no había lubricado. Me quedé prácticamente inmóvil, sólo quería que acabara cuanto antes. No fui consciente de la gravedad de esta agresión hasta varios días después. Para mí, yo simplemente había cumplido. MGM

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Llegó un punto en la relación con mi ex que, atravesando una muy mala época en mi vida, la libido me bajó a 0. No tenía ganas de sexo nunca, ni conmigo misma. Si me masturbaba era un acto puramente mecánico, para llegar al orgasmo, sin sensualidad ni erotismo de ningún tipo. Con él me pasaba lo mismo. Follábamos para no herir su ego. Aun así a él no le llegaba lo que yo le ofrecía (un polvo sin pasión una vez a la semana como mucho). Aun habiéndolo hablado muchísimas veces. Aun habiéndole explicado la época por la que estaba pasando, y cómo eso influía en mi apetencia sexual. Aun diciéndole que “no era él, que era yo”, no le bastaba. Todo era válido para conseguir lo que se proponía. Chantaje emocional, culpabilizarme, victimizarse… Discusiones de horas en las que mi voluntad acababa mermada y cedía a hacerlo. Llantos, muchos llantos. “Es que si no te apetece follar es porque no te pongo, y si no te pongo es porque no me quieres”. “Dime qué hago mal, dime qué tengo que hacer para que quieras follar conmigo”. Contaba el tiempo que llevábamos sin follar y a la mínima oportunidad me lo echaba en cara. “No quieres follar conmigo, no me quieres, pero en cambio me has contado historias sexuales con otras personas. Dime qué quieres que haga para que te apetezca follar conmigo, qué hago mal”. “Hija de puta, mentirosa, te ponen todos menos yo. ¿Por qué me haces esto?”. No sé decir a ciencia cierta cuánto tiempo estuvimos así, pero demasiado. Muchos meses. Quizás hasta casi un año, hasta que pude dejarlo. Me pasaba el día fumada para tener excusa para mi inapetencia y evitaba estar a solas en mi habitación con él, nada más que para dormir, y después de todo lo que me había fumado, caía redonda en la cama. Fueron muchos meses de manipulación y chantaje. Muchos meses de sentirme una escoria por no querer follar con mi novio. Y la contradicción de, a su vez, intentar buscar artimañas para no tener que follar. Mucho tiempo donde estando con él intentaba evitar cualquier situación que pudiese evocar algo sexual. Imaginad lo difícil que es eso en este mundo hipersexualizado. Podía hablar de sexo con mis amigas, pero fingía. Qué vergüenza decir, reconocer(me), que sólo follaba con mi novio porque él me manipulaba constantemente para ello. Qué vergüenza no haberlo sabido frenar. La culpa por haberle permitido tanto abuso todavía me visita. Tiempo después he podido reconocerme a mí misma que yo no hice nada malo, que no, no “era yo”, que era él, que él me había sumido en una relación abusiva que había acabado con mi autoestima al completo, y que mi falta de libido era una reacción de rechazo de mi cuerpo avisándome que algo no andaba bien. Y que no quieres menos a una persona por no querer acostarte con ella. Y que nadie que te quiera bien, jamás va a usar en tu contra tu estado anímico-sexual para controlarte. Ni mucho menos forzarte a través de la manipulación, el chantaje emocional y la coacción. Por mucho que sea tu pareja y se suponga que tengas que querer follártelo. No es no, y debería serlo, antes que para nadie, para tu supuesto compañero. Y en especial, para ti. No es no, dan igual los motivos, y no hay más vuelta de tuerca. MVD

***

Esto sucedió hace 20 años. Me gustaba mucho un chico y según nuestros amigos comunes yo a él también. Entonces no teníamos ni teléfonos móviles, ni internet, ni mucho menos redes sociales. Lo de conocer a alguien y establecer contacto era un proceso más largo. Meses más tarde me preguntó si quería ser su novia y yo obviamente le dije que sí. Ya no recuerdo si fueron horas o días los que fuimos novios de palabra, no nos habíamos dado ni un beso pero éramos novios. Para darnos nuestros primeros besos queríamos intimidad. Nos subimos a su coche y me llevó a un bosque. Nos besamos un rato y me sentía feliz. Pero no se conformó con los besos, pronto quería tocarme y quitarme la ropa. Le pedí que no tuviera tanta prisa pero no me escuchaba, o me escuchaba poco, porque si me respondió alguna vez que no me hiciera la estrecha. Empezó a asustarme, intentaba apartarlo pero a él debería parecerle un juego y no paraba. Miraba a mi alrededor y sólo veía bosque. No sabía dónde estaba, sólo quería volver donde hubiera más gente. Al ver que mis negativas no funcionaban sentí mucho miedo y creí que la única opción para salir de aquella situación sería callarme y dejar que hiciera lo que tuviera que hacer. No participé en nada, no quería que se enfadara conmigo porque temía que me hiciera daño. Cuando intentó penetrarme hablé cuidadosamente una vez más para pedirle que no lo hiciera sin preservativo, pensando que por fin había dado con la excusa perfecta para terminar aquella pesadilla. Pero esto tampoco sirvió para que parara. Cuando se dio por satisfecho, volvimos con nuestro grupo de amigos y no nos hablamos más el resto de la noche ni el resto de nuestras vidas. He pasado años sin querer hablar con nadie del tema, pensaba por un lado que me harían responsable de lo sucedido y por otra parte que aquellos que comprendieran que no había sido una situación agradable me tratarían con lástima. Cuando el que te viola no es un señor en gabardina que te asalta por sorpresa en medio de la noche y una calle poco transitada se dice que te han “forzado”. Veinte años más tarde me doy cuenta de lo perjudicial que es abordar el abuso sexual con eufemismos. Llamando a las cosas por su nombre y compartiendo mi experiencia he podido hacer las paces conmigo misma. Escuchar a otras mujeres que han pasado por lo mismo y ver la frecuencia en qué se dan estos sucesos me ha hecho revivir el dolor y abrir heridas, pero también darme cuenta de que no son ni el azar ni nuestra falta de prudencia los que nos han hecho víctimas de agresiones, es una cuestión estructural de nuestra cultura y la sociedad patriarcal las que permiten con complicidad que esto se dé repetidamente. L.

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