El lado oscuro

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09/05/2016

Texo anónimo

Durante años me he sentido culpable por cosas tan estúpidas como no llevar el pelo bien planchado, tener granos cuando me viene la regla, por tener la regla, por no tener ganas de follar, por tener demasiadas ganas de follar y por una infinidad de hechos absurdos que en su mayoría no dependían lo más mínimo de mí.

Si echo la vista atrás, no hace tantos años que consideraba amargadas a las mujeres que reaccionaban de manera agresiva ante los piropos no solicitados cuando caminaban tranquilamente por la calle, “Encima de que les suben el autoestima” pensaba. Que estúpida e inconsciente, ese pensamiento escondía los mayores problemas de esta sociedad.

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– Eres una mujer, tu autoestima depende de que un hombre piense que eres atractiva.
– El simple hecho de ser físicamente aceptable por el género masculino es algo de lo que estar orgullosa.

Hizo falta tiempo y madurez para darme cuenta de la opresión a la que estamos sometidas las mujeres, una opresión demasiado dulce como para apreciarla como algo negativo. En un principio no molesta, las mujeres tenemos muchísimas ventajas, entramos gratis en las discotecas, nos invitan a copas solo por sonreír y estar guapas, tenemos el poder, podemos tener sexo siempre que queremos, y los cuentos nos enseñan que nuestro príncipe se enfrentará a todo tipo de calamidades solo para ver qué hay en nuestras bragas, pero hay otra enseñanza que no debemos olvidar, todo poder viene con un precio. Y el supuesto poder femenino no es más que una limosna que la sociedad nos da para tenernos tranquilas y sumisas.

Cuando entras gratis en una discoteca por el simple hecho de ser mujer, la palabra gratis nunca fue tan cara. Desde el momento en el que pones un pie en ese local te has convertido en un producto, ese cartel en el que pone “Las mujeres entran gratis” podría ser fácilmente adherido a la lista de precios del negocio.

GINEBRA: 4€ CERVEZA: 3€ MUJERES: GRATIS

Cada vez que un hombre tiene la buena voluntad de invitarte a una copa (amigos y familiares a parte), está buscando algo a cambio, por supuesto está en tu mano el decir que no, pero como todo en la vida de una mujer, ese “no” también viene con un precio, en este caso en forma de título, enhorabuena, te has convertido en una calientabraguetas. Recordemos también, que las mujeres podemos tener sexo cuando queremos. Por supuesto, los hombres siempre tienen ganas y las mujeres somos las que se lo “permitimos”. La sociedad nos enseña que una mujer puede salir un sábado por la noche y volver a casa de la mano de un acompañante masculino, si ella así lo desea. Recuerda que esto también viene con un precio, ahora eres una zorra.

Como mujer, tu feminidad está pendiente de un hilo cada vez que no te depilas, cada vez que eructas, cada vez que te sientas con las piernas descruzadas y cada vez que eliges salir con unos zapatos cómodos en vez de encima de unos tacones imposibles.

Admito que siempre he vivido en una burbuja, el mundo se me antojaba extraño, no entendía por qué las mujeres que decidían libremente sobre su sexualidad y preferían no tener compromisos sentimentales eran tachadas de putas, hasta que me pasó.

Durante seis años tuve una relación exclusiva y monógama, basada en el respeto mutuo. En todo ese tiempo, los problemas de mis amigas que habían elegido disfrutar de su vida de una manera libre me parecían exagerados. Mi respuesta siempre era parecida, “Si cree que es una puta será que no vale la pena”, desde luego no me faltaba razón, pero nunca había llegado a entender por qué esos comentarios les afectaban tanto. Cuando mi pareja me partió el corazón tuve una reacción muy habitual, lanzarme al sexo sin compromiso como un niño a una piscina de bolas. Al principio fue fácil, fue divertido, incluso llegué a pensar que la sociedad había cambiado bastante y que ya nadie te juzgaba por buscar sexo sin compromiso, incluso por ofrecerlo de una manera abierta y sin tapujos, pero una vez más mi burbuja no me dejaba ver la realidad, hasta que un día me tomé la pastilla roja y salí de matrix. Mi particular Morfeo era una ginecóloga que me comunicaba que tenía herpes. Cuando asistes a una consulta médica con este tipo de problema, esperas miradas de compresión, algo que te trasmita que no es tu culpa, que a cualquiera le podría haber pasado, pero el discurso de aquella mujer se parecía más al que le dan a un fumador empedernido cuando le comunican que tiene cáncer de pulmón, un claro “tú solita de lo has buscado”. La culpabilidad me invadió, no podía levantar la vista del suelo, realmente sentía que me lo había buscado con mi comportamiento promiscuo. Durante días no dije nada, me guardé para mí aquella A roja con la que me había marcado aquella profesional de la medicina. Me sentía sucia, me sentía una puta, sentía que estaba rota. Me armé de valor y le escribí a mi última conquista, pensé que querría saber que tenía que andarse con cuidado con sus próximas parejas sexuales, su respuesta hizo que el asco que sentía hacia mí misma aumentara.

-Mira, a saber quién te pasó eso, yo no fui, pero por lo que tengo oído, pudo haber sido cualquiera.

Aquel mensaje me destrozó, no contesté. ¿De verdad había sido tan gilipollas?, ¿tan gilipollas para creer que aquellos hombres con los que me había acostado realmente me respetaban por el simple hecho de ser una persona? La tristeza me llevó a la ira, y la ira me llevó al lado oscuro, al del feminismo.

 

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