Consumiendo(nos)

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23/05/2016

Verónica Fernández Ramos

De las relaciones de consumo, del consumo de relaciones.

Llevo días pensando sobre este tema, hablando con amistades al respecto y teorizando… No es ni una ni dos ni tres las personas que en la treintena o adelante están solteras (especial capítulo sería para las, además, divorciadas, o saliendo del armario, o con criaturas, o con todo ello…). Tampoco son pocas las que están conociendo gente… y tampoco lo son las que están frustradas, dando palos de ciega, sin saber bien cómo actuar. Las reglas del juego han cambiado, y al parecer algunas nos hemos perdido en el camino. De pronto nos encontramos una generación, esa que por ahí denominan “perdida”. Nuestra referencia para la felicidad era la ecuación “matrimonio entre hombre y mujer + hijos e hijas + trabajo estable + hipoteca + coche + vacaciones = felicidad”. Nos educaron lo mejor que pudieron para que pudiéramos acceder a un buen puesto de trabajo y lográramos así la ecuación, su ecuación. Al carajo. Ya nos hemos dado cuenta de que no funciona (¿no?), de que tenemos que desaprender y crear nuevas reglas del juego. Menos mal que no estamos solas, que el sistema heteronormativo, patriarcal, capitalista, neoliberal se sigue encargando de decirnos por dónde tenemos que ir, cuál es su ecuación.

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De primer plato, las tecnologías. Nos hemos iniciado en las relaciones sin ellas. Nuestros primeros ligues se basaban en el encuentro y, si había interés, intercambiábamos teléfonos fijos o, más adelante, móviles. Pero a veces pasaban semanas, incluso meses, hasta que te volvías a encontrar. A veces, incluso, idealizabas ese encuentro o construías castillos en el aire. Otras conocías a otra persona interesante en ese espacio de tiempo. O volvías con tu ex. O te empezabas a encontrar “sola” (contigo misma) feliz cual perdiz. En fin, las posibilidades eran múltiples pero desde luego había eso… espacio. Ahora, no solo tenemos mensajería instantánea, sino que también es gratuita. Además, tenemos correo electrónico, siguiendo con Facebook que se encarga de mostrarnos toda la vida de esa persona, y si no bastara tenemos hasta la videollamada. ¡Qué maravilla! ¿No? De entrada parecen facilidades a la comunicación… ¿o son todo lo contrario? Desde luego, los ritmos se aceleran. Podemos conocer a alguien muy rápidamente (lo de superficial o no ya es otra cuestión) y quedar y desquedar a nuestro antojo. Podemos mandarnos canciones, la ubicación de tu rincón favorito o el título de ese libro que no recordabas en la conversación. Y, tras una noche de pasión, puedes fácilmente decirle lo bien que lo has pasado, ¡e incluso ilustrarlo con emoticonos!

Socorro. Desde tiempos remotos las personas funcionamos de la siguiente manera: si sabes que tienes a alguien dispuesta detrás de ti, pierdes el interés. Además, segundo plato: nuestras posibilidades son múltiples. Tendemos a “acumular” posibles ligues o personas que estamos conociendo, siempre “las máximas opciones” que podamos, vaya. Y además, si decíamos que estamos conociendo gente, pues seguramente haya varias personas que susciten tu interés, al menos. Y claro… si al día siguiente ya has visto la foto de su perro, conoces los nombres de su familia, sus gustos musicales, te ha mandado varios mensajes a lo largo del día… en fin, modo huída on. ¿Y qué pasa con la otra parte? Tercer plato: la frustración. Aparte de los miedos y mochilas que cada cual acarrea a estas alturas de la vida, podemos sumarle esas consecuencias de este nuestro querido sistema patriarcal, neoliberal… (vale, prometo no definirlo más). Lo de que vivimos en una sociedad de consumo es por todas sabido. Sabemos que genera desigualdad, que fomenta la competitividad, que sostiene al sistema capitalista, y un sinfín de consecuencias negativas en nuestra vida cotidiana y en nuestra salud, a nivel local y a nivel global… pero, ¿cómo afecta a nuestras relaciones “amorosas?”

Pues, de entrada, podemos hablar de la baja tolerancia a la frustración, de la necesidad de tener lo que en ese momento creemos que queremos aquí y ahora. Y desde el individualismo, claro está. ¿Que conseguimos un coche? Queremos una furgoneta. ¿Que tenemos casa en la playa? No la queremos, porque mola más viajar y conocer sitios nuevos. ¿Que conseguimos un trabajo? Ay, qué complicado… o no se ajusta el horario, o el sueldo, o tus superiores, o no nos apasiona, o nos apasiona demasiado y es agotador, o es precario… Infelicidad constante, que se cubre con el consumo de otras necesidades… Y aquí entra el postre: la pareja… vaya, qué sorpresa. Que para cubrir todos estos vacíos podemos seguir soñando con esa media naranja que nos hará sonreír como en los anuncios de Marina D´or. Publicidad que nos empuja a comprar paquetes de viajes o cenas en restaurantes, para dos personas. La televisión por cable ahora es maravillosa porque te ofrece fútbol y películas de entretenimiento en un mismo paquete. Los detergentes ya los pueden usar ellos, aunque ellas estén pululando por la cocina como accesorio. Bueno, habrá que intentarlo. Pero…. ¡anda! Que cuando conseguimos que alguien nos mire, queremos que nos mire otra. Que si nos escribe, qué agobio. Si no nos escribe, nos volvemos locas a ver qué nos falla. ¿No estaremos volviendo a ese modelo de amor romántico de Disney en el que en dos horas de película queremos ser felices y comer perdices?

Tantos años de lucha, de reivindicaciones, de logros… para volver a instaurar la ecuación de antes pero con altas dosis de consumo, a base de terapias, aplicaciones que nos sirven “nuestro perfil” a la carta, ocio (de pago) para “singles”, gimnasios para no tener dudas de que lo que falla no es nuestro cuerpo, yoga para calmar la ansiedad… compremos el paquete “post-frustración” y sigamos en la espiral de consumo… Personalmente, me encantan las espirales. Pero no las que oprimen y ahogan. Me gustan las que ponen la vida en el centro. Las que nos permiten sentir, repensar, mirar, crecer… respirar. Las que nos ayudan a liberarnos, crecer y a encontrarnos. Así que allá vamos, eso sí, siempre con sumo cuidado…

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