Permiso de paternidad igual e intransferible: sí, pero…

Permiso de paternidad igual e intransferible: sí, pero…

¿Es esta medida una solución para lograr la corresponsabilidad y mejorar la conciliación entre la vida familiar y laboral de hombres y mujeres? ¿O es solo una tirita para detener una hemorragia? De momento, la demanda de un grupo de padres que quiere responsabilizarse (y que claramente representan a una minoría) puede mover una pieza sobre el tablero.

07/04/2016

La Plataforma de Permisos Iguales e Intransferibles de Nacimiento y Adopción (PPiiNA) está muy activa en su demanda de que el Gobierno acceda a la equiparación de los permisos laborales por maternidad y por paternidad. Hemos propuesto a dos feministas de corrientes diferentes, María Jesús Ortiz y Alicia Murillo, que argumenten si les parece que esta es una propuesta clave para avanzar en corresponsabilidad. Lee también el artículo de Murillo, “¿Y dónde está el padre?” Por una corresponsabilidad social y no heterosexual

Convocatoria de prensa de la PPiiNA a las puertas del juzgado para exigir a la Seguridad Social permisos de paternidad de 16 semanas./ Igualeseintransferibles.org

Convocatoria de prensa de la PPiiNA a las puertas del juzgado./ Igualeseintransferibles.org

El permiso de paternidad ha llegado a los tribunales. Un grupo de padres, junto con la Plataforma de Permisos Iguales e Intransferibles de Nacimiento y Adopción (PPiiNA), ha demandado a la Seguridad Social para reclamar las mismas dieciséis semanas por nacimiento que disfrutan las madres.

Recordemos que las madres disponen de seis semanas para la recuperación y de otras diez que pueden ceder al padre en parte o en su totalidad, mientras este tiene derecho a dos semanas propias opcionales (alrededor de un 14 % no las solicitan). Al reclamar el mismo periodo por discriminación se está obviando que ellos ni se quedan embarazados ni dan a luz, por lo que no requieren periodo de recuperación. Hecha esta aclaración, que me parece relevante, cuanto más tiempo se disponga para atender al bebé y más equitativo sea el reparto entre ambos progenitores, más igualitario será el proceso de crianza.

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Conseguir la aprobación de este permiso de paternidad exclusivo, intransferible y por el mismo periodo que el de maternidad, es una reivindicación que lleva años sobre la mesa, impulsada entre otras organizaciones por la propia PPiiNA. Su propuesta, que fue recogida en el Parlamento, plantea dos semanas tras el parto y el resto finalizado el de maternidad, admitiendo una implantación progresiva.

Pero a pesar del reconocimiento de este derecho paterno, y de sus ventajas de cara a la igualdad de género y la conciliación, por la mayoría de partidos, su aplicación permanece en cuarentena. La resistencia a su aprobación es más grave aún si tenemos en cuenta que la mera entrada en vigor de las cuatro semanas, ya reconocidas legalmente, se ha pospuesto durante cinco años por razones presupuestarias. “El coste económico” es ese comodín que, junto con las “razones de oportunidad”, ha servido siempre para mantener en el congelador político, hasta mejor ocasión, la aplicación de derechos y medidas que mejoren la igualdad real. Cabe pensar que si la función reproductiva la llevaran a cabo los bancos o las grandes corporaciones hace mucho que el Estado habría puesto todos los recursos necesarios para facilitarla.

Conviene especificar que cuando se habla de permisos de paternidad iguales e intransferibles se está hablando de tres aspectos diferenciados:

– El derecho de los y las recién nacidas a tener la atención de sus progenitores durante el mayor tiempo posible. Hay consenso en que las dieciséis semanas (más las dos exclusivas del padre) de que disponen ahora las familias es un periodo muy escaso, y uno de los más reducidos en la Unión Europea, donde la media es de 28 semanas.

– El derecho de las mujeres a que la maternidad no siga siendo un obstáculo en su vida profesional y a no ser las únicas depositarias de la responsabilidad de los cuidados familiares. Objetivo que, pese a los discursos oficiales y los múltiples planes de igualdad, está todavía lejos de conseguirse.

– El derecho de los padres a disfrutar en la misma medida que las madres de la crianza y atención de las criaturas.

Sí, pero… 

¿Es esta medida una solución para lograr la corresponsabilidad y mejorar la conciliación entre la vida familiar y laboral de hombres y mujeres? ¿O es solo una tirita para detener una hemorragia?
La hemorragia de un mercado de trabajo cada vez más exigente, en un panorama de elevado desempleo y gran precariedad y de restricción de los derechos de las personas trabajadoras; con un discurso omnipresente, por encima de cualquier otra consideración, del imprescindible incremento de la productividad –es decir, más horas de trabajo- para favorecer el crecimiento –es decir, los beneficios empresariales-.

La hemorragia de la falta de corresponsabilidad en el hogar, en el que las mujeres (madres o no) aún se ven obligadas a realizar todas o la mayor parte de las tareas domésticas y/o gestionar la logística imprescindible para que cada miembro de la familia –fundamentalmente los miembros masculinos- pueda concentrar su tiempo y su energía en otras actividades.

Todavía una gran parte de la sociedad considera que el hecho de que las mujeres trabajen fuera del hogar es un obstáculo para la correcta educación de la infancia. No se culpa a las excesivas jornadas laborales (no siempre enteramente remuneradas) o a la falta de corresponsabilidad de los varones o a la dejación institucional de su obligación de invertir en políticas sociales para mejorar el bienestar de la población.

Los permisos iguales e intransferibles para los padres son un paso que puede iniciar un cambio de tendencia. Pueden contribuir a que se normalice que éstos se impliquen más en las tareas de cuidados, cambiando la cultura de roles sociales; a que haya un mayor equilibrio de usos del tiempo entre mujeres y hombres, permitiendo a las primeras participar más en otros ámbitos; y a que las empresas no rechacen sistemáticamente a las jóvenes por tener que enfrentarse a posibles permisos de maternidad si van a tener que hacerlo igualmente con los de paternidad.

Pero es solo un paso, porque esta medida no garantiza que durante el tiempo de permiso exclusivo los padres vayan a asumir además de los cuidados todo el resto de tareas del hogar. Ni que una vez acabado el permiso la implicación en dichas tareas se mantenga al mismo nivel y no vuelva a recaer casi exclusivamente sobre las madres.

Tampoco asegura que vaya a disminuir significativamente la discriminación en la contratación o promoción de las mujeres, ya que los prejuicios empresariales no se producen únicamente por la baja maternal, sino por la creencia de que las mujeres reducen drásticamente su interés por el trabajo desde el momento en que se convierten en madres. Porque a sus ojos (los del empresariado) ese sigue siendo su principal objetivo en la vida, más allá de las dieciséis semanas de permiso. Síndrome del que creen que los hombres están completamente liberados, y que tras ejercer momentáneamente su función paterna volverán a concentrarse en “lo trascendente” (para la empresa y para sus carreras).

En cuanto al cuidado del bebé, el reconocimiento del permiso paterno igual e intransferible (siempre que sigamos hablando de otras dieciséis semanas y no de un reparto del actual permiso materno) le proporciona más tiempo bajo el cuidado directo de sus padres y madres. Pasar de cuatro a, por ejemplo, seis u ocho meses, dependiendo del disfrute simultáneo o no, es una diferencia tranquilizadora, aunque no definitivamente satisfactoria. Pero también se convierte en un beneficio del que no podrían aprovecharse las familias monoparentales.

¿Y después de los permisos qué?

A pesar de que la conciliación entre la vida personal, familiar y laboral es una necesidad que se aborda continuamente en los discursos y los programas políticos, solo se han llegado a establecer medidas que alivian la tensión familiar en las situaciones más complicadas: nacimiento, lactancia, enfermedad u hospitalización. Aparte de estas circunstancias especiales, el día a día solo se contempla con licencias no remuneradas, como la reducción de jornada o la excedencia, cuando no el abandono definitivo del puesto de trabajo, que suponen una importante mella en los ingresos familiares (justo cuando los gastos se incrementan) y en la trayectoria profesional de las mujeres, ya que son las que se siguen acogiendo mayoritariamente a estas opciones (casi el 98 % de las excedencias por cuidados).

Las consecuencias de esta dificultad para conciliar son sobradamente conocidas: elevación de la edad media del primer parto hasta casi los 31 años, de momento, y envejecimiento de la población por el drástico descenso de la tasa de natalidad. Sin entrar a analizar los efectos sobre la calidad de vida de las mujeres enfrentadas a la discriminación y la estresante doble jornada.

Es evidente que la tasa de natalidad no va a aumentar porque exista un permiso de paternidad igual e intransferible. La población en edad de procrear se enfrenta a un contexto laboral cada vez más difícil: escasas oportunidades de empleo, contratos precarios y sueldos de subsistencia. Situación que no parece que vaya a mejorar a corto y medio plazo y que, por tanto, va a convertir en una odisea cumplir el deseo de maternidad o paternidad. ¡Y cómo renunciar a uno de los sueldos familiares! Las licencias no remuneradas pueden ser cada vez menos utilizadas y una vez finalizados los permisos por nacimiento el problema no solo no se reduce, si no que puede agravarse.

Los responsables políticos dan largas a esta situación, porque las mujeres (las madres, las hijas, las hermanas, las abuelas, las empleadas domésticas…) siguen resolviendo, a su costa, una cuestión que es de interés social: la natalidad y el cuidado de personas dependientes.

El fondo de la cuestión

A la vista de que el permiso de paternidad igual e intransferible solo afronta una situación concreta (nacimiento) y en un modelo de familia determinado (con padre y madre), de que lleva más de diez años atascado a pesar de los beneplácitos de la mayoría de partidos (sobre todo en periodo electoral, que en los pactos de investidura la cosa se tuerce con permisos transferibles, que sabemos quienes los van a solicitar), y de la batalla que supone cada pequeño avance en las políticas públicas de conciliación y cuidados (que afectan principalmente a las mujeres)… la pregunta es: ¿las reivindicaciones no deberían ir más al fondo de la cuestión?

El fondo de la cuestión es que mientras hombres y mujeres dediquemos dos terceras partes de nuestra vida a generar riqueza para otros, con jornadas laborales de ocho, nueve, diez y hasta más de doce horas diarias (insisto, muchas veces sin cobrarlas todas), no es que no podamos conciliar la vida privada con la vida laboral, es que no tenemos vida. Mientras la demanda de horarios de trabajo más razonables no se convierta en una reivindicación general, que nos permita disponer de tiempo libre para desarrollar actividades personales, incluidas las familiares, la conciliación seguirá consistiendo en un conjunto de parches para resolver situaciones críticas.

Para quienes este objetivo les parezca una entelequia, deberían reflexionar acerca de cómo otros países de nuestro entorno, a los que tantas veces se hace referencia, son productivos y generan riqueza a la vez que hacen posible que las personas terminen su trabajo a las cuatro o las cinco de la tarde. No es una cuestión de volumen de población, ni de nivel de desarrollo, es una cuestión de equilibrio entre el interés económico de las empresas y el bienestar social.

Las jornadas de seis o siete horas diarias tienen ventajas: hacen menos necesarias la jornada a tiempo parcial, la reducción horaria o las excedencias; hombres y mujeres afrontarían en mejores condiciones ambas responsabilidades; y las mujeres no tendrían una espada de Damocles sobre su trayectoria profesional.

Pero en España, en los últimos años, la dirección es la contraria: reducciones de plantilla, incluso en empresas con buenos beneficios, y sobrecarga de trabajo para quienes conservan su empleo. Es decir, pocas personas trabajando demasiado y muchas personas sin trabajo. Distribuir el empleo también es una forma de distribuir la riqueza.

Bienvenidas sean las dieciséis semanas de permiso paterno, si por fin se consiguen, pero sabiendo que solo es otro pequeño paso.

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