En Gaza no solo se resiste al bloqueo

En Gaza no solo se resiste al bloqueo

Laila y Shawqiyeh son dos mujeres palestinas que sobreviven a tres frentes: la ocupación israelí, el bloqueo israelo-egipcio y una hermética sociedad patriarcal que somete a las mujeres en todos los ámbitos de la vida

11/04/2016

Isabel Pérez./ Franja de Gaza (Palestina)

Laila ha sobrevivido a la guerra y a la violencia de su exmarido y la familia de este./

Laila ha sobrevivido a la guerra y a la violencia de su exmarido y la familia de este./ Isabel Pérez

Pocas son las mujeres en la franja de Gaza que deciden no portar su anillo de boda. Aún estando divorciadas, o siendo viudas, el anillo es como un talismán ante las miradas de aquellas personas que viven sujetas a rígidas interpretaciones de la religión y a tradiciones y costumbres ancladas en el pasado.

suscribete al periodismo feminista

Laila se despojó de su anillo tan pronto murió su marido en un bombardeo israelí. Desde ese mismo instante, en el que también perdió a sus dos hijos varones y a una hija, la vida de Laila se convirtió en una lucha con varios frentes: el de la ocupación y el bloqueo israelí, y el de la sociedad poco acostumbrada a ver a una mujer sola sacando adelante a sus cuatro hijas.

Cinco días durmiendo con los muertos

Laila se casó cuando tenía 21 años. Su marido trabajaba cuidando huertos en la zona de Jabalia, en el noreste de la ciudad de Gaza, pero él codiciaba más y en varias ocasiones intentó forzarla para que se prostituyera.

En 2008, cuando estalló la operación israelí ‘Plomo Fundido’ contra la franja de Gaza, la familia se vio atrapada en línea de fuego, muy cerca de las tropas israelíes que comenzaban a invadir la franja.

“Cuando empezaron a bombardear cerca de casa, le pedía a mi marido que metiera a los niños dentro”, relata Laila. “De repente, cayó un misil justo en la puerta del corral. Mi hija mayor, Feda, fue herida en la pierna. Empecé a gritar a mi marido: ¡Hay que salir, debemos salir de aquí! Él no quería abandonar la casa”.

El siguiente ataque israelí cayó sobre ellos.

“Yo caí al suelo con mi hija menor, Malak. No veía nada, había mucho humo y polvo. Entonces, oí a alguien gimiendo de dolor y pidiendo ayuda”.

Laila se seca las lágrimas, respira profundo y continúa.

“Mi hijo Ibrahim estaba tirado en el suelo. Quise levantarle la cabeza, pero mi mano se metió dentro de su cabeza abierta por el bombardeo. Mi otro hijo, Rakan, estaba hecho pedazos. Mi marido yacía sin vida debajo del techo”, describe Laila.

Mientras escucha las palabras de su madre, Neda, que ahora tiene 26 años, se lleva las manos a la cara al recordar la escena. Su hermana Feda murió con los libros del instituto en la mano. “Siempre estaba estudiando, quería ir a la universidad”, dice Neda, que quedó tan afectada que no ha querido completar sus estudios.

Su madre la mira con compasión, le pide que deje de lamentarse y que vaya a la universidad. Neda no responde, no solo tiene grabada en la memoria la imagen de su hermana muerta, también los cinco días que tuvieron que pasar durmiendo con los muertos en el corral de los carneros.

“No teníamos comida, pero lo que más me preocupaba era que llegaran los soldados israelíes y les hicieran algo a mis hijas”, asegura Laila.

La batalla por la liberación y la independencia

Después de dicha guerra, Laila y las cuatro hijas que sobrevivieron, Neda, Sana, Yasmín y la pequeña Malak, tuvieron que vivir en la casa de la familia materna. Lo habían perdido todo.

“Al tiempo, la familia de mi marido nos consiguió un piso, pero nos trataban mal. Nos querían quitar el dinero que luego recibimos de ayudas y subvenciones”, aclara Laila. “Incluso propagaron una campaña de difamación contra todas nosotras, contra el honor de mis hijas”.

Finalmente, se vieron obligadas a volver con la familia de Laila. Con apoyo financiero, lograron construir varias habitaciones; pero llegó otra guerra, esta vez más destructiva.

“En 2014, los israelíes bombardearon la casa. Yo ya comenzaba a ser independiente”, lamenta Laila.

Hace unas semanas, las cinco se trasladaron a un nuevo hogar en régimen de alquiler. Un precio que pueden costearse no sin pocos esfuerzos.

“Aquí en Gaza lo peor es la guerra. Es dura, pero nos da fuerza y determinación para pensar cómo seguir adelante y continuar viviendo como nosotras queremos, siempre en el buen camino. Yo estoy enseñando a mis hijas a ser independientes y fuertes”, afirma.

Laila sabe que la sociedad en la que viven no es todo lo comprensible que ellas esperan.

“Somos una sociedad en la que la mujer debe someterse”, asiente Laila mirando a sus hijas. “Las chicas de ahora, la nueva generación, se han empezado a mover, han despertado y están liberándose poco a poco”.

Un divorcio como castigo

Shawqiyeh./ I.P.

Shawqiyeh lidia, entre bombardeos, con un exmarido acosador./ I.P.

La vida de Shawqiyeh no es más fácil que la de Laila, a pesar de tener en casa un hijo varón. Dos veces divorciada, además de enfrentarse a las guerras y a su segundo exmarido, que intenta arrebatarle la custodia de sus tres hijas e hijo, Shawqiyeh también debe luchar contra un hermano déspota y manipulador.

“Fue mi hermano mayor el que me obligó a casarme las dos ocasiones -asegura Shawqiyeh-. Con el primero no estuve mucho tiempo. Con el segundo, en cambio, estuve casada catorce años y tuvimos hijos. Él había tenido anteriormente otra mujer y vivía con sus hijos, Ashraf y Anwar”.

Cuando la hija mayor, Zakiyeh, tenía 12 años y su hijo Mohammed 7, Anwar, que doblaba la edad de Zakiyeh, golpeó a ambos violentamente.

“Yo quise defenderles, pero Anwar provocó una gran pelea entre la familia de mi marido y la mía. Después del suceso, mi marido me rechazó, se divorció de mí y me echó de casa diciéndome que se quedaba con las niñas y con el niño”, cuenta Shawqiyeh.

El juicio por la custodia resolvió que las hijas y el hijo vivirían con el padre cinco días a la semana y con la madre, dos.

“Un día, mientras los niños estaban conmigo, llegó mi marido y se los llevó”, relata. “Cuando intenté evitarlo comenzó a pegarme. Luego, se sentó en el patio e impidió a los vecinos que entraran para ver qué sucedía”.

Los niños y su madre pasaron dos meses sin poder verse, tiempo durante el cual Zakiyeh, Basma, Mohamed y Tamam se negaron a bañarse como señal de protesta.

Tamam tenía entonces 7 años. Una noche no se contuvo más y escapó de casa.

“Mientras todos pensaban que yo dormía, salí por la ventana de mi habitación y salté el muro”, cuenta Tamam sonriendo. “Salí a la calle y fui corriendo a la casa donde estaba mi madre”.

El descontento de los niños y las continuas reclamaciones de Shawqiyeh hicieron que el juzgado le entregara la custodia completa. En ese momento la madre se vio obligada a buscar, lo antes posible, un hogar donde vivir con sus hijos y un medio para poder sustentarlos.

“Mis hermanos no querían que viviéramos con ellos: mis hijos no portan el apellido de la familia, sino el de mi exmarido. No querían ayudarnos”, atestigua la mujer.

En guerra con la sociedad gazatí y la ocupación israelí

Shawqiyeh marchó a la casa de sus difuntos padres: una choza hecha de adobe con unas placas metálicas como techo. Vendió todo lo que tenía, incluido el oro y las pocas joyas que sus exmaridos le habían dado, según marca la tradición palestina, como parte del acuerdo matrimonial. Con el dinero recaudado habilitó la casa.

Diez años después, los bombardeos israelíes de la operación militar ‘Margen Protector’ de 2014 destruyeron el hogar que tanto le costó mantener, no solo por su endeble estructura, sino también porque sus hermanos querían obligarla marcharse de ahí. Con el humilde salario que perciben su hija Zakiyeh y Mohamed se costearon el alquiler de un piso, hasta que llegó un golpe de suerte.

“Un alto cargo de la policía se enteró de nuestra situación y habló con la familia de mi exmarido. Finalmente, uno de los hermanos de mi exmarido sintió compasión y nos ofreció quedarnos en una casita suya cuyo alquiler debe pagarle mensualmente mi exmarido que, por supuesto, lo hace a regañadientes”, explica Shawqiyeh.

Su exmarido, colérico, ha comenzado a ejercer un mayor cerco contra todas ellas y al hijo, Mohamed, le llama por teléfono en cada momento.

“Mi padre, bueno, Abdelsalam me llama y me promete que me va a comprar un piso y que va a casarme con una buena esposa”, arguye Mohamed con una mueca de desprecio.

En cuestión de segundos dicho desprecio se torna en miedo.

“Abdelsalam también intenta meterme en la cárcel. Su hijo Ashraf ha ido a la policía tres veces acusándome de haberle robado y la policía me ha dado ya varias palizas en la comisaría”, denuncia el joven.

Shawqiyeh no puede esconder la preocupación y la agonía por la que ha pasado los últimos 30 años de su vida. Alega que su exmarido quiere llevarse a sus hijas para convertirlas en sus sirvientas, no quiere pagarle la pensión conyugal a la que está sujeto según dictó el juez y quiere quedarse con todo el dinero que puedan llegar a ofrecer los futuros maridos de las jóvenes.

“Por mis hijas y mi hijo estoy en guerra con mi exmarido, con mis hermanos y con la sociedad. Al mismo tiempo, estoy en guerra con la ocupación israelí que nos ha bloqueado todas las salidas de la franja de Gaza y la vida”, asiente Shawqiyeh. “Como mujer, sufro el bloqueo de todos lados. Es una difícil situación que espero que mis hijas no tengan que sufrir nunca. Nunca”.

Download PDF

Artículos relacionados

Últimas publicaciones

ayuda a Gaza
Download PDF

Título

Ir a Arriba