Culpa

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25/04/2016

Pili

Cuando estaba en 8º de E.G.B, yo tenía 12-13 años y junto a otras compañeras de clase fui víctima de abuso sexual por parte de uno de nuestros profesores. De este hecho fui consciente muchos años después, ya de adulta, con más de 30 años, cuando dicho profesor fue condenado por un delito de abuso sexual.

Estudié mis últimos años de la E.G.B. en un pequeño colegio católico mixto donde nos inculcaban día a día que si nos comportábamos mal nos íbamos abriendo camino en el infierno, si teníamos un comportamiento inadecuado durante las clases o simplemente no acabábamos las tareas nos castigaban haciéndonos quedar en el colegio una hora más después del horario de clase, lo llamábamos “estar castigada/o de 17h a 18h” .

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Desde principios de curso nuestro profesor de ciencias naturales, al cual teníamos desde 6º, empezó a mostrarnos otra cara. Solía castigar muy a menudo a ciertas de nosotras de 17h a 18h con la mínima excusa, el castigo consistía en quedarnos esa hora de más con él en un aula y ahí realizar las tareas que nos imponía. Durante ese castigo él venía a nuestras mesas para comprobar que hacíamos la tarea y desde principios de curso notamos que cuando se acercaba para ver qué hacíamos en nuestros cuadernos se rozaba con nosotras, nos refregaba su sexo endurecido en nuestras espaldas, brazos, donde podía, nos tocaba de una manera que nosotras captamos rápidamente no era normal, ya que sutilmente al pasar su mano para indicar algo en nuestro cuaderno o libro intentaba rozarnos los senos y apretaba más su pene contra nosotras. Había algunas de nosotras que le gustaban más que otras, y esto se notaba en que las castigaba más a ellas que a las otras. Quedó claro desde el principio quienes eran sus preferidas, hoy día me doy cuenta de que eran las que estaban más desarrolladas físicamente- a los 12-13 años ciertas niñas teníamos ya cuerpo de mujer-.

Sus rozamientos continuos no eran solo en estas horas de castigo sino que en clase normal él no perdía la ocasión de “refregar” su sexo contra nuestros cuerpos adolescentes siempre que se acercaba a nuestros pupitres. Entre nosotras lo llamábamos “el guarro”, por dicho comportamiento.

Lo hablábamos mucho, y desarrollamos estrategias para evitar que nos tocara, colocábamos los pupitres de forma que si se acercaba le resultara difícil rozarse, aunque a veces nos pedía volver a poner la mesa correctamente, lo que significaba colocarnos en posición que a él le facilitara el acercamiento, cuando esto ocurría nuestras miradas cómplices se cruzaban en medio de la lección. Otra de nuestras estrategias era dejarnos puesto el abrigo para que así su sexo no nos tocara tan directamente. También intentábamos tener un comportamiento ejemplar en clase para no darle la excusa de poder castigarnos de 17h a 18h. Lo peor era cuando castigaba a una sola, ya que quedarse a solas con él era mucho más aterrador que cuando estábamos en grupo. Tengo que decir que éramos unas 6 o 7 niñas de ese curso las que caímos en el juego perverso de este profesor. A la salida del cole o en encuentros que teníamos entre nosotras fuera de clase o en el recreo hablábamos tanto de ello, tantísimo, sin embargo nunca hablamos de la posibilidad de comunicárselo a un adulto, no sabíamos que podíamos denunciar su comportamiento, no sabíamos que se llamaba acoso sexual, no sabíamos que era un adulto macho que estaba abusando de su poder, solo sabíamos que él era “un guarro”. Ya de adulta, analicé la situación y comprendí que no lo hicimos porque teníamos vergüenza, porque sentíamos culpa! ¿Culpa?, ¿de qué?. Pues de ser objeto de deseo. Culpa inculcada desde nuestra más temprana edad, culpa asimilada a la potencia máxima, ya que de forma directa e indirecta recibíamos constantemente el mensaje de que cierto tipo de vestimenta y de comportamiento podía despertar el deseo masculino, con lo cual si despertábamos ese deseo en un hombre era más que evidente que era nuestra culpa. Mis amigas y yo jamás nos planteamos hablarlo con nadie más fuera de nuestro círculo. Eso sí, en el grupo desarrollamos nuestras estrategias de defensa contra el agresor y de apoyo entre nosotras, así cuando alguna de nosotras se quedaba de 17h a 18h, el resto esperaba en la puerta del cole a que la/s castigada/s saliera/n para que contara/n qué había ocurrido durante esa hora con el “guarro” de Don Benjamín. Nos unimos como grupo, nos apoyamos las unas a las otras, pero nunca se lo contamos a nadie.

Al siguiente año pasamos al instituto, nuestra vida adolescente nos hizo dejar atrás ese horrible pasaje, nos separamos, cada una hizo su vida y nunca más lo volvimos a hablar. Yo lo olvidé, creo que nunca más volví a pensar en ello, mi inconsciente decidió dejarlo en algún lugar de mi mente escondido, guardadito en mi interior, no lo dejó salir durante mucho tiempo, supongo que como autodefensa, sin embargo, muchos años después, en 2008 (yo tenía 32 años) mi hermano mayor me contó que su hija de 12 años estaba de entrevistas con psicólogos del centro donde estudiaba porque su profesor de ciencias naturales había abusado de 7 de sus compañeras de clase de forma continuada. Pueden imaginar mi sorpresa cuando descubrí que se trataba de mi antiguo profesor de hacía 20 años, Don Benjamín, el guarro.

Me faltan las palabras para expresar el nudo que se apoderó de mis entrañas al recibir esa noticia. Yo, una mujer adulta, emancipada, feminista nunca denuncié estos hechos, los olvidé y este olvido mío afectó a mi querida sobrina, a sus compañeras de clase y no sé a cuántas niñas más a lo largo de esos 20 años que habían transcurrido desde que me pasara a mí y a mis compañeras. CULPA! Sí, otra vez esa palabra, es la que mejor define el sentimiento que me invadió. Me culpaba por no haber hablado, por haber guardado ese secreto, por haberlo olvidado, porque debido a mi silencio y al de mis amigas, muchísimas otras niñas habían sido víctimas de esos abusos sexuales que tanto intimidan, te hacen sentir vulnerable, débil, indefensa y sucia, sobre todo a esa edad.

La culpa es un sentimiento que nos acompaña tanto a las mujeres, pero eso es otro tema en el que no entraré aquí. He sentido culpa por culpa (y valga la redundancia) de un abusador, por culpa de una sociedad patriarcal que me ha inculcado sentirme culpable por ser quien soy, por ser mujer.

Al reflexionar sobre ello años después he comprendido tantas cosas, no solo negativas sino también positivas. He comprendido mejor de donde venía esa culpabilidad que me acompañó durante años, he comprendido como la unión entre mujeres/niñas ante una injusticia nos sirvió para superar lo mejor posible el acoso del que estábamos siendo víctimas, el miedo se aplacaba cuando lo hablábamos entre nosotras, nuestro grupo se apoyaba, desarrollaba estrategias de defensa y nos consolábamos y apoyábamos cada vez que nuestro acosador actuaba. Aunque nuestro silencio grupal fue debido a la culpa y al miedo a ser juzgadas, entre nosotras teníamos claro que nosotras éramos las víctimas y él era el culpable, pero a esa edad no teníamos madurez suficiente para comprender que no sólo éramos víctimas dentro de nuestro grupo sino también de cara al exterior, al mundo adulto, hasta ahí no llegaron nuestras conclusiones, lástima, porque si lo hubiéramos comprendido, seguramente lo hubiéramos contado a algún adulto y muchas otras niñas a lo largo de esos veinte años no habrían sido víctimas de ese mismo abusador.

Afortunadamente a mi sobrina nunca la tocó, por desgracia a sus compañeras de clase sí y supongo que a tantísimas otras a lo largo de su carrera docente. Sobre todas ellas hoy me pregunto ¿qué sentirán?, ¿qué pensaron cuando supieron como yo que lo habían condenado?, ¿cómo les habrá afectado a ellas en sus vidas?, ¿lo dejarían como yo aparcado en algún lugar del olvido? o ¿lo habrán recordado todos estos años?, ¿también habrán sentido culpa por no denunciarlo? Y muchas preguntas más que salen de mi interior herido, fragilizado, vulnerado.

Don Benjamín, el guarro, fue condenado a 4 años y medio de prisión incluyendo 8 años de inhabilitación como profesor. Supongo que ya hoy día goza de libertad y posiblemente pronto esté de nuevo habilitado como docente. No lo sé, ni quiero saberlo, quiero olvidar de nuevo, me duele demasiado la culpa que se apodera de mí cada vez que lo pienso.

Gracias por este espacio que me ha dejado liberarme un poco de mi culpa.

 

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