Los pequeños gestos sí importan

Los pequeños gestos sí importan

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13/03/2016

Rosa Pérez Cerbán

Son esos pequeños gestos los que reafirman el sistema dominante y, sin embargo, otros pequeños gestos pueden empezar a cambiar conciencias desde lo más simple. Vivo en una aldea gallega -especifico que es gallega porque el Naturalismo que hace más de un siglo describió tan duramente Emilia Pardo Bazán en Los Pazos de Ulloa o en Madre Naturaleza todavía está muy presente, y es algo tan duro y vergonzoso que incluso la gente de aldea lo negamos y no queremos creer-. Existe, creedme, algún día os contaré algunos casos que dejarán la imagen de Perucho comiendo con los perros a la altura de un juego de niños. Esa es la base desde la que hay que partir en la lucha, no se puede dar por sentado nada, sé que este texto no llegará a esas mujeres en las que estoy pensando porque la lectura no es algo común en sus vidas, y no lo digo como crítica. Es duro, muy duro, pero es cierto. Por eso considero que son los pequeños gestos de los que hay que hablar, empezar por lo básico.

Ayer acompañé a mi prima pequeña a una fiesta donde los protagonistas eran los niños y niñas de las aldeas cercanas. Estas niñas y niños empezaron a reunirse en dos grupos: chicos a un lado, chicas a otro. Eso acabó en lo que todas estamos pensando: fútbol para niños, pintura de cara e hinchables para niñas. Solo las más pequeñas corrían libremente de un lado al otro del pabellón, sin hacer grupo, simplemente corrían, saltaban y bailaban sin música libremente, sin miedo a nada y como si nadie las estuviese mirando, eso que los adultos ya ni recordamos como es.

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Pues bien, en un momento dado llegaron un par de padres, se pusieron a jugar al fútbol con los niños y las niñas se organizaron para jugar al balón prisionero. Hasta aquí ya hubo varios detalles, como habréis podido leer, que despertaron y activaron mi parte feminista, porque todas esas actividades estaban llenas de estereotipos, pero lo que encendió mi interruptor fue que una de las niñas del balón prisionero era la líder del grupo. Organizaba y distribuía a sus compañeras como lo haría una entrenadora, desprendía mucha confianza y decisión. En seguida escucho calificativos por parte de algunas madres como “marimacho” y “mandona”, porque era ella quien dirigía el juego. En esta parte fue cuando por fin me vi obligada a intervenir.

Estos gestos y palabras que muy poca gente se cuestiona en mi actual entorno importan. Son palabras y pensamientos que perpetúan el sistema patriarcal, y lo más doloroso es que la mayoría no ve el error y el daño en hacerlo. Me llaman radical, a mí, que ya me gustaría serlo, pero mi actitud pacifista me lo impide, a mí, que durante la escenificación de los dibujos del Capitán planeta que emitían cuando era pequeña yo escogía siempre el poder corazón, dejando de lado el viento, agua, tierra o fuego porque pensaba que eran demasiado destructivos. Ahora me llaman radical, y están equivocadas, como en tantas otras cosas. Por eso me gusta pensar que mi actitud y conversaciones son parte de esos pequeños gestos que pueden cambiar las cosas. En estos momentos no puedo ser una feminista metida en grandes proyectos. Me conformo con que a esa madre le quedase claro ayer que no puede seguir utilizando términos como “mandona” o “marimacho” (palabras que odio con toda la fuerza del poder corazón).

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