¿Dónde queda la voz? Lucha y acción ante una masculinidad cómplice y una masculinidad silenciosa

¿Dónde queda la voz? Lucha y acción ante una masculinidad cómplice y una masculinidad silenciosa

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07/03/2016

Jorge Cascales Ribera

Históricamente, desde la revolución francesa, pasando por la “American Way of Life” de los años 50′, incluso en el postfranquismo progresista de ámbito nacional se impulsó que el sueño de toda mujer fuese encontrar marido, vivir en una gran casa a la última, tener hijos y dedicarse a las tareas domésticas del hogar. Como anotó Betty Friedan, todo apuntaba que la felicidad de la mujer, para ser libre y plena, pasaba por una pequeña casilla de la declaración de la renta donde se marcaba “ocupación: sus labores”. Muchas mujeres se realizaron migrando allá donde se iban sus maridos, viviendo en grandes ciudades o barrios residenciales como amas de casa, pero dentro de ellas y de muchas otras emergía un sentimiento, una insatisfacción, un malestar y anhelo femenino que ni ellas mismas en aquel tiempo de letargo feminista llegaban a comprender.

Por aquel entonces, la buena nueva era que toda mujer debía cazar a un hombre y conservarlo, contraer matrimonio y servirlo a través de la actividad doméstica y la crianza de los hijos e hijas. Las mujeres, obligadas a renunciar a sus sueños y amedrentadas por toda una sociedad androcéntrica que les decía que no había nada mejor para ellas, llegaban a convencerse que carecían de aspiraciones más allá de lo doméstico y matrimonial. Actualmente, todavía quedan reminiscencias de aquellas épocas y muchas otras anteriores, cimentando un mundo desigual entre hombres y mujeres. Una historia de la humanidad, escrita en masculino singular, que carga de inmovilismo los temas de género que van apareciendo, resistiendo los embates feministas, disidentes e igualitarios. Un inmovilismo social que favorece a los hombres ante un mundo que les otorga el privilegio de un valor social superior falazmente incuestionable. Un inmovilismo social que levanta muros y reinventa barreras, laberintos y techos de cristal cada vez que salen nuevas propuestas e iniciativas cargadas de igualdad, propuestas que apuntan a otras formas de organización familiar y laboral, otras formas de concebir el género o la sexualidad, otras formas de convivir en sociedad.

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Sin embargo, ante este inmovilismo, aquello que más me atormenta es que los procesos de cambio hacia un mundo más igualitario no son movimientos indoloros, son movimientos de poder y como tales, cuando los de arriba tienen algo que perder la historia repite la más cruenta de las realidades, ofreciendo la potestad de la utilización del ejercicio de poder y la violencia como medio de resistencia social y personal. Actualmente, llevamos 18 mujeres asesinadas por violencia machista en el país español. Otros cientos de ellas viven en su día a día situaciones de extrema violencia por el simple hecho de ser mujeres, sin hablar de las violencias cotidianas y los micromachismos que se repiten cotidianamente en lo habitual de nuestra propia sociedad. Injusticia, miedo, agresión y muerte son apelativos que acompañan las vivencias de un colectivo formado por más de la mitad de la población mundial por el simple hecho de haber nacido mujer. Así pues, cuando estas situaciones se repiten, muchas mujeres y ciertos hombres se preguntan por aquellos los hombres que no se reconocen machistas, ¿dónde están? ¿qué hacen cuando estas cosas suceden? ¿qué significa su silencio?

 

La campaña del lazo blanco

En este sentido, la Campaña del Lazo Blanco (WRC, White Ribbon Campaing) nació en 1991 como respuesta a la Masacre de Montreal de 1989, donde 14 mujeres fueron asesinadas al grito de “feministas” en la Escuela Politécnica de la misma ciudad. El asesino consideró “delito” el que hubiese mujeres estudiando ingeniería y él hubiese sido rechazado. Aquel varón, como muchos otros, había sido construido en una sociedad que nos ofrece la posibilidad de aprehender como hombres la legitimidad moral para el ejercicio de la violencia de género e impulsado por la rabia y la frustración de su fracaso hizo responsable de su desdicha a las mujeres diciendo en su carta de suicidio que “las mujeres exitosas han abdicado de su derecho a ser protegidas por un hombre individual o por el género masculino”.

Dos años después, unos pocos hombres en Canadá, entre ellos el investigador Michael Kaufman, hartos del silencio de los hombres ante la atrocidad de tal masacre, deciden impulsar la Campaña del Lazo Blanco con la finalidad de visibilizar, obligar a posicionarse e implicarse, a los varones en contra de la violencia contra las mujeres. Ruedas de hombres y concentraciones se sucedieron y el lazo blanco pasó a ser un símbolo que evidencia un compromiso por parte de los hombres hacia la erradicación de la violencia de género. Un problema social incipiente en muchos formatos todavía a día de hoy en todo el mundo.

Actualmente, la campaña del Lazo Blanco y las Ruedas de Hombres se suceden tanto en Canadá como en Estados Unidos, Australia, Latinoamérica y en muchos puntos de la geografía europea. En el estado español, diferentes grupos de hombres que trabajan en favor de la igualdad entre hombres y mujeres siguen impulsando la campaña de las Ruedas de Hombres contra la Violencia de Género buscando la repulsa de la violencia machista e impulsando un cambio por parte de los hombres hacia la igualdad.

Este año, el 21 de Octubre, los hombres se volverán a reunir en la plaza del ayuntamiento de la ciudad de Valencia para formar de nuevo la Rueda de Hombres contra la Violencia Machista, realizando un acto en repulsa contra el terrorismo machista que sigue agrediendo y asesinando mujeres, no solamente por todo el estado español, sino por todo el mundo. Dando difusión y apoyo a la Marcha del 7N contra las violencias machistas, construyendo un pequeño espacio de varones, un pequeño paso de visibilización que se espera sea uno de muchos otros, entre ellos la participación en el 25N, la repulsa contra la ley Gallardón, el apoyo al movimiento LGTB o el rechazo a cualquier asesinato por terrorismo machista (#ensvolemvives). El 21O es un acto bajo el lema “el silencio nos hace cómplices”, una acción para romper el silencio y seguir trabajando como hombres por un mundo más justo e igualitario.

 

El rechazo de una masculinidad cómplice y una masculinidad silenciosa

Hace tiempo aprendí de un buen amigo que si eres hombre y depositas tu mirada en el pasado seguramente encontrarás recuerdos que responderán a aquello de “los hombres no lloran”, “nada en cosas de mujeres” o “mariquita el último”. Vivimos en un mundo donde mucho antes de nacer nos precede una corriente, unos códigos culturales, que nos impulsan a aprehender que hombres y mujeres somos diferentes, que tenemos cuerpos diferentes, capacidades diferentes, funciones diferentes. Sin embargo, aunque sigan esforzándose por hacernos creer que somos diferentes, las luchas feministas han demostrado su falaz argumentación, su intencionalidad, su posicionamiento, su construida desigualdad. Nos hablan de funciones diferentes, sexualidades diferentes, capacidades diferentes y sin embargo yo, como hombre, no me atrevería a retar a un pulso a Lidia Valentín (campeona de halterofilia), ni me veo capacitado para igualar la capacidad dialéctica y el raciocinio que poseen muchas mujeres intelectuales del calibre de Judith Butler o Amelia Valcárcel, ni llegaré a hacer tanta ciencia como hizo Marie Curie o Jocelyn Bell en su momento. Hay muchas cuestiones que ponen en entredicho la susodicha desigualdad entre hombres y mujeres, tantas que negarlas probablemente sea uno de los más grandes efectos de resistencia ante la posición de privilegios sobre la que crecemos los varones en esta tipología de organización social sobre la que vivimos.

Por suerte, cada vez que se organiza una protesta o concentración por la violencia de género, parece ser que ya se vislumbran algunos cuerpos masculinos, heteronormativos. Cuerpos de una masculinidad que empieza a plantearse que las desigualdades y la consecuente violencia ejercida contra la mujer que acotaban como normal, no es tan normal. No obstante, no estéis imaginando una horda masculina gritando contra la violencia de género, este problema social sigue siendo una reivindicación femenina mayoritaria y una reivindicación masculina minoritaria. Mi abuelo decía que “a quien no le pica no se rasca” y en realidad el mundo sigue siendo así. Sigue configurando un problema social alimentado por una masculinidad silenciosa y ausente que verbaliza estar en contra del machismo, en contra de las agresiones sexuales, en contra de la violencia de género…, y que cuando se suceden cuatro asesinatos de mujeres en una misma semana y se plantea participar en la repulsa a dicho tipo de actitudes terroristas siguen haciendo la suya, no dándole la más mínima relevancia en su vida como hombres. Sigue siendo una masculinidad que está cómoda con la cosificación y el asedio sexual a la mujer. Sigue siendo una masculinidad que no desea cambiar el valor social de normalidad y naturalidad que le atribuye la sociedad y que le da ventajas ante el empleo, ante las relaciones públicas, ante la política, la apreciación personal o las capacidades falazmente atribuidas. De este modo, estamos ante una masculinidad cómplice y silenciosa que se queda en el sillón diciendo que eso son cosas de mujeres, que no va con ellos porque es cosa de unos pocos individuos y no del genérico hombres, que no todos somos así…, manteniéndose al margen, frenando el cambio de este valor social que se nos atribuye por el simple hecho de ser hombre y que aporta una amplia diversidad de ventajas que se alimentan desde el mismo sistema imperante.

De este modo, como hombres, nos queda un largo recorrido por hacer, por ver, por divisar y reconstruir. Es importante la implicación de los hombres en las luchas contra la desigualdad de género, es importante el repensarnos como varones, salir a la calle como hombres y decir no a la violencia, no a las agresiones por cuestiones de género, no al ejercicio del miedo para que nada cambie, no a las más de setenta muertes por violencia machista que llevamos a lo largo de este año en este país, no a las desmesuradas cifras de abusos y muertes de mujeres que se suceden por cuestiones de género en todo el mundo. Es necesario romper el silencio, el miedo y la complicidad de aquellos hombres que no se reconocen como machistas, en tanto que ellos forman parte de un cambio necesario para toda la sociedad, en tanto que es necesaria una voz masculina que también se reúna y reescriba el término género, sexo, equidad, corresponsabilidad e igualdad en complicidad con las mujeres. Siendo conscientes de la posición que poseemos, siendo conscientes que formamos parte como hombres de la posición privilegiada que alimenta la dominación de la mujer y que formamos parte de la construcción y reproducción de los códigos culturales que absorben nuestros hijos e hijas, que les hacen aprehender la violencia machista y un sentido del derecho masculino que nos lleva a la catarsis más extrema de la historia, la muerte y el asesinato.

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