El ocultamiento: la nueva forma de maltrato

El ocultamiento: la nueva forma de maltrato

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27/02/2016

Puka

“La mirada cruel dice lo que uno es… y, en mayor medida, incluso dice si es, si existe, si tiene derecho a ser, si tiene derechos y qué derechos tiene. Y si es cruel es porque al decir lo-que-es dice también lo-que-no-es y, por lo tanto, señala a aquel que no tiene derechos ni deberes, que puede ser destruido sin tener mala conciencia”.

Esta es una de las maneras en que Joan Carles Mèlich nos explica cómo opera la lógica de la crueldad, del mismo modo en las relaciones de pareja que no tienen nombre y que por lo tanto “no-son”, que nadie conoce pero perfectamente definidas por oposición a las “relaciones formales” conocidas y re-conocidas por el círculo social de sus integrantes, subyace una crueldad y un trato despreciativo con consecuencias psíquicas y emocionales equiparables a cualquier otro tipo de maltrato.

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Una vez más son las mujeres las que padecen en su gran mayoría estas prácticas de ocultamiento ejercidas por algunos hombres. Por algún motivo, expreso o no, creíble o no, el hombre decide ocultar la relación de pareja que está manteniendo y le prohíbe a la mujer cualquier tipo de gesto público que lo delate. Amenaza con el abandono si lo desvela, la obliga a mantenerse en silencio mientras habla largo y tendido al teléfono, le habla con distancia ante sus amigo comunes y le advierte de los límites que debe mantener siempre en el campo social, tanto si se refiere a palabras como a conductas que expresen que poseen una relación íntima. La obliga a entrar y abandonar por separado algún local donde han quedado con su círculo social, limita sus palabras y expresiones, la obliga a mentir ante sus allegados y amigos y ejecuta un constante ejercicio de manipulación y alerta en la víctima que debe cumplir a rajatabla estos parámetros de conducta.

Supuestamente se trata de una decisión personal, pero lo cierto es que permite un control absoluto sobre los movimientos de la víctima ocultada a la vez que una libertad total por parte del que la oculta, pues se ve libre de cualquier compromiso cuando ella no está presente, puesto que nadie podría jamás reprocharle un comportamiento infiel o inapropiado respecto a su pareja.

Los mensajes son contradictorios, en el terreno privado la relación avanza y se asienta, hay proyectos como el de convivir o realizar trabajos juntos, pero en el ámbito público nada se mueve, y la insistencia en el secreto hace crecer cada vez más la inseguridad en la persona obligada a ocultar su relación de pareja.

Cuando no existe un motivo claro para el ocultamiento, la que lo sufre no para de preguntarse una y otra vez por qué se produce esto, qué finalidad tiene, qué es lo que a ella le falta para poder ser presentada socialmente, cuál es su defecto, etc. Estas preguntas la acompañarán incluso tras la ruptura y serán un muro contra el que tropezarse a diario.

Las mujeres que se ven sometidas a este tipo de maltrato psicológico pasan por diversas fases durante el proceso.

-Una primera fase de aceptación. No saben cómo se va a definir la relación y no les preocupa si el entorno próximo la conoce o no.

-Una segunda fase de estrés y confusión. La relación avanza y se establece, pero solo en el entorno privado. La ocultada no sabe cómo debe comportarse en público, hasta dónde puede mostrar confianza, qué gestos puede o no realizar, qué debe decir…

-Una tercera de anulación total. La persona pierde la conciencia de sí misma puesto que está volcada en controlar su comportamiento.

-Intento de cambio y ruptura.

Secuelas: contradicción entre alejarse del maltratador y a la vez la necesidad de confirmar una relación que pareció no existir, y donde él es el único que puede hacerlo. Al igual que otros maltratos psicológicos, la víctima queda anulada en cuanto a su autoestima e identidad personal, lo que produce depresión acompañada por ideaciones de suicidio, pasando por diferentes fases de sentimientos de culpa e indefensión acompañados por niveles elevados de estrés crónicos y ataques de ansiedad. Aparecen también secuelas físicas como alteraciones del sueño, hipertensión, alteraciones digestivas y fuertes dolores musculares. En cuanto a las consecuencias sociales estas son las más extremas: el aislamiento es la principal repercusión del maltrato; la víctima se siente distinta e incomprendida frente al resto y cree que nadie la creería, por ello, toma la opción de distanciarse. También ve afectado su rendimiento por lo que es común que aparezcan repercusiones serias en sus actividades laborales o académicas.

En el caso de este tipo de maltrato por ocultamiento, las secuelas se agravan, puesto que se trata de una lógica perversa de lo invisible y de aquello que no puede ser demostrado. Como nadie lo sabía, lo primero que experimenta la víctima es una sensación de irrealidad que le devuelve su entorno y que puede dar lugar a un verdadero asesinato psíquico. Al manifestar que ha mantenido una relación de este tipo lo primero que le achaca su círculo es “cómo ha podido permitirlo” descargando sobre la víctima toda la responsabilidad, que se ve obligada a defenderse cuando denuncia a su maltratador, al tiempo que nadie pone en tela de juicio a este, argumentando que el otro tendría sus motivos para realizar el ocultamiento y negando la perversidad del maltratador. Este tipo de respuesta no deja de ser, además, profundamente reaccionaria y podemos equipararla a comentarios del tipo de “si le pega es por algo” o “ella ha sido quien ha permitido las palizas”. No cabe duda de que alguien que tenga un conocimiento básico sobre la violencia doméstica jamás realizaría este tipo de comentarios tan machistas pero, sin embargo, ante el ocultamiento parece justificable una respuesta análoga sin que a nadie le parezca reprochable. Estamos, una vez más, ante la lógica de la perversidad que siempre justifica y perpetúa la estigmatización de la víctima. Ante esta situación y la falta de intervención por parte del entorno, la víctima llega a sentirse aún más desestabilizada emocionalmente, pues aparece una fuerte contradicción entre lo vivido y lo que le devuelve la realidad que le crea aún más confusión sobre su propia capacidad mental, memoria y percepciones, estableciendo con ello el abuso coloquialmente denominado “Luz de Gas” que se suma a las secuelas propiamente dichas del maltrato psicológico. Además de lo dicho, la defensa del maltratador suele basarse en la manipulación de la información e infravaloración tanto de la relación como de la víctima, arguyendo que simplemente se trataba de una mera relación sexual y cuestionando a la víctima en cuanto a sus capacidades psíquicas y dando a entender que esta tiene delirios, lo que agrava el proceso de destrucción de la víctima y su sufrimiento.

En realidad este tipo de acciones son más comunes de lo que pensamos y las relaciones pueden durar años; llegando incluso a ser relaciones en las que la pareja convive bajo un mismo techo pero que se mantiene oculta en el ámbito social y familiar. Ello es debido a otra lógica; la del patriarcado, en la que bajo una aparente y falsa liberación sexual también llamada poliamor, se diluye la falta de compromiso de tener una relación formal para mostrar así que el otro sigue libre en el mercado sexual.

El perfil de estos maltratadores no dista mucho de otros ejemplos: suelen ser personas controladoras y grandes manipuladores con un bajo nivel de autoestima que quieren aumentar a medida que bajan la de la persona a la que agreden; baja capacidad para gestionar sus propias emociones y de empatía hacia los demás, baja tolerancia a la frustración, perfiles psicopáticos como falta de compasión hacía los otros y creencias sobrevaloradas sobre su persona y generalmente amables y encantadores con la mayoría de las personas con excepción de su víctima.

El comportamiento general con su víctima se caracteriza por diferentes amenazas, advertencias, uso de la ironía para dar lugar a la ambigüedad de sus actos, poner en duda la estabilidad emocional de la víctima, intimidaciones, humillaciones e infravaloraciones, cambios bruscos en su estado anímico y cambios de opinión constantes junto con verter toda la responsabilidad y culpa a la víctima de que todo vaya mal por no seguir sus preceptos.

 

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