De viajes, gafas, mapas y otras cosas que se cuelan en la maleta…

De viajes, gafas, mapas y otras cosas que se cuelan en la maleta…

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17/12/2015

Dani

Todos los viajes empiezan de la misma manera: decidimos nuestro destino, lo planeamos todo, preparamos nuestra/s maleta/s, salimos de casa y nos dirigimos a ello.

Pero, ¿qué pasa cuando un día, algo hace clic en nuestra cabeza y nos detenemos unos minutos a revisar nuestra maleta? ¿Por qué cuando la compramos elegimos esa precisamente?

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¿Por qué escogimos ese color tan feo? ¿Por qué le hemos ido poniendo esas pegatinas tan horrendas? ¿Por qué metemos en ella todas esas prendas y no otras? Es entonces cuando ese inocente clic lo cambia todo para siempre.

Porque los viajes siempre empiezan de adentro hacia afuera, y ambas fases son crueles, dolorosas, a veces traumatizantes pero a la vez liberadoras, maravillosas e irrepetibles.

Cuando el sentido arácnido se activa, nos negamos a escucharlo: “no puede ser”, “son imaginaciones mías”, “estaré exagerando o no lo estoy entendiendo bien”… Todo grita en contra de ese sentido: nuestra educación, nuestros valores, nuestro entorno, nuestra familia, amigos, compañeros, jefes… Todo un sistema que se pone de acuerdo al unísono para tranquilizarnos, acariciarnos y adormilarnos. Todo el engranaje es insistente, incansable y muy eficiente. Pero ese chirrido sigue ahí y un día te das cuenta que algo se cuece a tu alrededor y que hasta ahora no te habían invitado a la fiesta: eres machista.

No has maltratado, no has insultado, ni vejado. No has insinuado ni piropeado. No has asesinado ni violado. Nunca has pegado. Jamás has acosado. Pero eres machista. Has callado, mirado a otro lado e ignorado. Y ahora lo sabes.

Es traumático y dar el siguiente paso da miedo, porque implica cuestionarte una masculinidad que te han construido y que has ido puliendo con los años, a tu alrededor. Implica avergonzarte, agachar la cabeza, reconocer que eres parte del problema, que lo has sido y que seguramente lo seguirás siendo. Supone hablar menos y escuchar más, aprender a ser humilde y a ser responsable de un dolor que no has infligido pero que has permitido (aunque sea por omisión).

Pero a la vez, es emocionante. Porque al entrar en la segunda fase, abriendo el proceso hacia el exterior, empiezas a contemplarlo todo desde un nuevo enfoque; se abre una puerta a un mundo de aprendizaje, de formación y de sororidad, que hasta ahora desconocías y que, con el tiempo aprendes, a amar y, sobretodo, a respetar. Se inicia entonces el viaje más apasionante, desde lo más íntimo, que te hace crecer cada día, donde las etiquetas que llevamos en nuestras maletas, el color que elegimos o las prendas que arrastramos, ya no tienen importancia. No es un viaje agradable y está plagado de dudas, interrogantes, lágrimas y vergüenza. Pero tiene momentos de ternura, alegría y sonrisas melancólicas.

Un viaje en el que llenamos las maletas de frustración ante una sociedad preprogramada para ignorar, discriminar, anular, maltratar y dejar en la cuenta a más de la mitad de la población; indignación ante la clase política que nos demuestra cada día lo lejos que está de entender que la violencia de género, la igualdad y la paridad son algo más que párrafos en unos programas electorales; enfados ante el bombardeo de mensajes a través de los medios de comunicación con los que se refuerzan unos roles que únicamente buscan la sumisión, el letargo y la ostentación de unos poderes y supremacías que constituyen una lacra en el camino a la igualdad plena, a la liberación de las personas y a la construcción de una nueva sociedad, menos injusta y cruel. Pero, curiosamente, y aunque entre berrinches y berrinche parezca imposible, a veces, se cuela una breve brisa que da sentido a todo y nos impulsa a seguir avanzando por un camino complejo que en general iniciamos solos, pero que acabamos recorriendo en compañía de tod@s.

Un viaje que no tiene fin y que nos enseña a verlo todo a través de unas gafas que son a la vez la mejor de las maldiciones y la peor de las bendiciones.

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