Autocrítica masculina sobre la gestión de atracciones no correspondidas

Autocrítica masculina sobre la gestión de atracciones no correspondidas

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03/11/2015

Raymond K. Hessel

Hace unos años conocí a una chica que me gustó mucho desde la primera impresión. Tuve la sensación de que la atracción podía ser mutua; no era una certeza, pero sí una impresión considerablemente fuerte, lo que ya era mucho más de lo que yo acostumbraba. Después de conocernos, quedamos tres veces. A mí me parecía -y este es el gran error que querría compartir- que yo debía de atraerla, si no (me decía yo, y asentían amigos y amigas cuando se lo decía), ¿por qué quedábamos a solas? Y, con tan simple razonamiento en mente, y con un gran miedo a ser convertido en un «sólo-amigo», intenté besarla sin venir realmente al caso, justo antes de despedirnos, aquella tercera vez que nos vimos en persona. Ella me esquivó, nos despedimos, ambos nos disculpamos por SMS por el momento incómodo pasado y nunca más nos hemos visto en persona. Yo, que hasta entonces había llevado la iniciativa en cuanto a vernos, decidí esperar a que ella la tomara y ella no lo hizo en ningún momento (quizá por aquella torpeza mía, quizá por falta de interés, quizá… ).

Después, no he podido evitar pensar que, por discurrir con aquellos sobreentendido simplones, me porté como un capullo. Para colmo, pensé que habría otra ocasión en que aclarar el malentendido y no la ha habido, pero lo peor es haber sobreentendido a la ligera y, por ello, haberlo puesto todo en riesgo. Tal vez perdí a una posible amiga, o tal vez aquello no habría dado para una amistad, pero sí para algo agradable y enriquecedor para amb@s, o quizá ni eso, pero ya no lo sabremos. Esta autocrítica, que ya estaba en mí desde hace tiempo, me ha parecido inevitable viendo algunos mensajes (ejemplos aquíaquíaquí) sobre la llamada «zona de amig@s» o «zona de amistad» y la manera en que los varones heterosexuales gestionamos nuestras frustraciones e inseguridades al respecto.

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Veo últimamente que circula entre feministas -donde menos cabría esperarla- la idea de que esta situación «no existe» (¡!) o de que es un problema específicamente masculino y heterosexual (idea doblemente falsa, pues) y además un problema del que los hombres, según esa caricatura, responsabilizaríamos a las mujeres (aquí la cosa se vuelve doblemente sexista y triplemente falsa, en todo momento heterocéntrica, de rebote). No podemos excusar el que la falta de atracción se presente como una agresión, sólo faltaría eso, ni como una excusa de otro tipo para la misoginia; de igual modo que rechazamos ese tipo de conclusiones, ¿por qué no rechazar las premisas en las que se basan? Me refiero tanto a esas premisas sexistas como a la idea de que no ser correspondid@s en la atracción sea un drama (que nos golpee en la inseguridad o nos duela no lo convierte en un drama) o coloque a quien nos rechaza en una especie de deuda para con nosotr@s, todo son sobreentendidos prescindibles y dañinos.

Es la necesidad de puntualizar esto lo que me ha llevado al deseo de compartir la parte de autocrítica que a mí me toca. Si algo tienen en común unos y otros problemas es que giran en torno a sobreentendidos evitables, pero que, a mi juicio, no sólo deberíamos evitar en nuestro fuero interno, sino compartir para intentar socializar soluciones y no sólo problemas.
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