Bebés ‘reborn’ y maternidades transgresoras

Bebés ‘reborn’ y maternidades transgresoras

En la nueva era de supremacía 'fashionista', las redes sociales lanzan a la fama objetos y prácticas que rápidamente se convierten en moda a golpe de click. Miles de mujeres comparten ya a través de Instagram las mejores fotografías de sus nuevos juguetes: los tiernos bebés 'reborn'. Analizamos lo que implica y lo que transgrede esta 'perfomance' de la maternidad.

02/09/2015
Imagen extraída de dulcesbebesreborn.net

Imagen extraída de dulcesbebesreborn.net

Keren Manzano González

Los bebés reborn son muñecos hiperrealistas que miden, pesan, huelen, e incluso se sienten al tacto como un bebé real. Durante los primeros años de expansión del fenómeno reborn, la mayoría de ellos se hacían reutilizando piezas de muñecos de vinilo para niñas que, cubiertos con múltiples capas de pintura, imitaban casi a la perfección el tono de la piel de un bebé real. Actualmente, las reborners, -así se llaman las personas que se dedican a la confección de estos muñecos-, usan materiales aún más sofisticados, como la silicona que se utiliza para elaborar implantes de cirugía estética que imitan la textura y el tono del labio o las mamas. Es necesario acercarse mucho a uno de estos muñecos y observarlo con atención para darse cuenta de que no es un bebé de carne y hueso, porque su cuerpo está hecho completamente sin juntas ni uniones y su postura, sus mofletes sonrosados, el pelo suave y las venitas y las rojeces dibujadas en su piel le confieren la apariencia total de un bebé. Hay algunos que incluso respiran, comen, hacen pis y ríen. Probablemente, lo que más conmueve de estos bebés es su aparente fragilidad que evoca ternura e invita al gesto delicado en el momento de manipularlos.

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La adopción de un bebé hiperrealista y su cuidado permite a las mujeres construirse como madres en un espacio fantástico de no ficción que les permite disfrutar de una maternidad potencialmente eterna y perfecta

Las compradoras de estos bebés se autodenominan madres que no compran sino adoptan a esos pequeños, tal y como indica la partida de nacimiento que generalmente se recibe en este intercambio. Muchas reborners ofrecen modelos ya acabados a estas madres potenciales pero algunas mujeres solicitan la fabricación de muñecos personalizados seleccionados a medida. El color del pelo, de los ojos, el tamaño, el peso, etc., se pueden escoger muchas características para conseguir todos los atributos del bebé deseado, que se crea a veces imitando la apariencia de un bebé real. Las reborners comentan que no es una petición poco común, por ejemplo, que el bebé sea prematuro y su cuerpo sea, por lo tanto, más pequeño. A mayor fragilidad mayor necesidad de protección, y el gesto sale casi automático y se concreta en los brazos de la cuidadora hecha a base de norma social. Las madres de estas pequeñas criaturas confiesan sentir ternura, amor, compañía y paz cuando los sujetan en brazos. Cuando están acompañadas de sus muñecos en un espacio que ellas mismas crean para destinar al juego, disfrutan de un momento de relajación que se procuran para sí mismas.

Ofensiva a la maternidad sagrada

Muchas mujeres en todo el mundo crean comunidades y se relacionan a través de foros y redes sociales para jugar con sus bebés, organizan fiestas de cumpleaños y celebran la adopción de nuevos miembros por parte del grupo. Algunas de estas mujeres juegan con sus bebés a solas, otras lo hacen en pareja e incorporan a su rutina diaria familiar el cuidado del bebé que practican meticulosamente reproduciendo los rituales diarios del despertar, el sueño, el momento del baño, el de la comida, etc. A fuerza de repetición, estas mujeres performan la maternidad y al mismo tiempo refuerzan la fantasía de ese juego hiperrealista. Cabría preguntarse por qué esas mujeres se muestran entusiasmadas por recuperar el hábito del juego abandonado ya antes de la pubertad.

Si algo posibilita el contacto con el bebé hiperrealista es el disfrute por parte de la propietaria de la subjetividad propia construida a partir de la interacción con el muñeco que es casi real. La adopción de un bebé hiperrealista y su cuidado permite a las mujeres construirse como madres en un espacio fantástico de no ficción, una realidad tan hiperrealista como el bebé que sostienen entre sus brazos. Además, ese muñeco les permite disfrutar de una maternidad potencialmente eterna y perfecta. El bebé de silicona no crece y nunca muere de modo que las mujeres puede encarnar de forma perpetua -o hasta que se cansen de jugar- el estereotipo de la dulce maternidad de un bebé sin tener que atravesar el camino, menos idílico de la madre de un adolescente o de un adulto. Ella será siempre la mejor madre, porque cubrirá las necesidades de su hijo todo el tiempo aunque el bebé no lo ponga fácil.

Los observadores y observadoras del juego vierten sus prejuicios y desproveen a esas mujeres de su estatus como madres para reemplazarlo, a menudo, por el de locas

Son muy pocos los muñecos reborn que sonríen, la mayoría tiene los ojos cerrados y los labios fruncidos, representan el rostro de insatisfacción permanente que pide a la mamá un mayor esfuerzo para cubrir sus necesidades con más ahínco, perfeccionándose en su maternidad.

Una de las reborners describe la elaboración del muñeco como “un proceso de creación de vida y de ilusión.” Esa misma es la ilusión de la maternidad perfecta, la maternidad no truncada que brinda ese muñeco como posibilidad. Y esa ilusión solo se desvanece en el momento del abandono del espacio doméstico, cuando las mamás reborn interactúan con la esfera pública. Muchas mujeres salen con sus reborn a la calle para pasearlos o comprar su ropa en tiendas para niños. Es entonces cuando los observadores y observadoras del juego vierten sus prejuicios y desproveen a esas mujeres de su estatus como madres para reemplazarlo, a menudo, por otro, el de locas. ¿Por qué es tan extraño pensar que las mujeres que juegan a ser madres, y por tanto, se performan como tales, se convierten en madres?

Quizás la mera representación del cuerpo de un bebé, no constituye un bebé puesto que muchos ojos leen en su cuerpo la calidad de un objeto inanimado, incompatible con aquello vivo, con lo nato; pero la representación de una madre de carne y hueso a partir de la repetición constante de esos actos de cuidado atribuidos a la maternidad construye a una madre de facto, a la vez que inviste al muñeco de realidad como bebé. Esta es la barrera con la que chocan las personas que observan el juego desde fuera y que genera las resistencias propias de un orden social que ha construido el ideal de maternidad como algo sagrado y solo aceptable dentro de las condiciones preestablecidas. Todo tipo de maternidad que extralimite los contornos del ideal de la maternidad es considerado una práctica aberrante, de hecho, el mero uso del lenguaje propio de la maternidad durante la interacción con el bebé reborn ya causa rechazo. Y las resistencias son dobles: una contra la aparente realidad del muñeco que difumina las fronteras entre lo animado y lo inanimado, y otra contra la maternidad que se construye a través de la performance.

Los hombres pueden jugar a la guerra y replicarla hasta el más mínimo detalle recreándose en su rol de género, pero las mujeres no pueden jugar a la maternidad y sublimarse en su feminidad sin ser cuestionadas

El fenómeno reborn invita a levantar el polvo que recubre la extensa superficie de la normatividad y a evidenciar los prejuicios de quien topa con los límites del orden social, de quien mira con temor la dilución de las fronteras entre lo real y lo irreal, lo vivo y lo inanimado. Ante el temor se alzan barreras y se activa la alerta, la vigilancia está en guardia.

Jugar es un acto disruptivo

Son muchos los medios de comunicación que se han aproximado a este fenómeno, la mayoría con los prejuicios propios de este orden social sobre la mesa. Muchos parten de la idea de la locura de la mujer como motor de este juego, invocando y enunciando las múltiples figuras estereotípicas construidas en base a las consecuencias de la no culminación de la maternidad entendida como destino biológico de las mujeres. Las representaciones van desde la mujer apenada por la pérdida de un hijo, hasta la que nunca ha podido tenerlo, pasando por la que padece el malestar de lo que la psicología ya se ha encargado de etiquetar como el síndrome del nido vacío.

Mientras las mujeres juegan con sus muñecos disfrutando de la tranquilidad, la paz y la ternura que les proporciona, y se relacionan entre ellas, creando grupos con los que forjar sentimientos de identidad y pertenencia, aquellos y aquellas que las observan se esfuerzan por demostrar su anormalidad o por encontrar un vacío en ellas que las lleva a fingir que son madres. Se manifiesta con toda su fuerza la existencia de un doble estándar con el que se decide quién puede jugar y quién no.

La mayoría de niñas, respondiendo al mandato de la madurez femenina, abandonan el juego antes de la pubertad para sumergirse en las demandas y la seriedad de la vida real. Los niños, en cambio, pueden extender el juego eternamente llevándolo a su vida adulta como práctica de distensión. Muchas mujeres que juegan con reborn construyen comunidades y foros del mismo modo que muchos hombres llevan haciendo desde hace tiempo para relacionarse a través de su hobby con videojuegos, muñecos -que a veces también modifican, pintan, igual que las reborners-; o juegos de rol. Los hombres pueden jugar a la guerra y replicarla hasta el más mínimo detalle recreándose en su rol de género, pero las mujeres no pueden jugar a la maternidad y sublimarse en su feminidad sin ser cuestionadas.

Además, el juego de las mujeres se sitúa en el terreno dicotómico entre la aceptación y el castigo. Ya se ha evidenciado la sutil violencia que supone premiar, valorar y reforzar en las mujeres el comportamiento fiel a su rol de género, convirtiendo su opresión en virtud. Las mujeres son valoradas por los demás en función de su fidelidad a su rol de género. Sin embargo, si este ajuste se replica en un juego, se las señala y se reprueba su actitud aludiendo a la falsedad de la maternidad que ellas abrazan. La sociedad desplaza a esas mujeres de la categoría de madres a otra categoría atribuida a la feminidad que subvierte la norma, la loca.

Una de las mujeres que aparecen en el reportaje de la revista VICE en Alemania, consciente del rechazo externo, se plantea una reflexión dual: “¿felicidad o normalidad?” La determinación de esa mamá reborn demuestra que es posible empoderarse dentro de esa contradicción, resolviéndola, decidiendo que es lícito jugar a ser lo que ha aprendido que es la mejor versión de sí misma, y realizarse en el poder relativo que otorga ser para y de los otros. En este punto cabría preguntarse si las mujeres que juegan con sus reborn son castigadas por permitirse tener un espacio propio fuera de las responsabilidades que les son atribuidas. Si el juego es desconexión y evasión de la realidad, la mujer que lo practica deja de hacer aquello que se supone que debería estar haciendo para jugar. En el reportaje que el programa de televisión ‘Conexión Samanta’ dedicó al fenómeno reborn, una mujer reprende a su hija por “dedicarse a crear muñecos en vez de estar por sus hijos” y la reportera hace un guiño a la madre mirando a la reborner de reojo y diciéndole cuán duro es que una madre riña a su hija por descuidar a los hijos. Una mujer no puede abdicar de sus responsabilidades ni siquiera cuando lo hace cumpliendo fielmente con su rol preestablecido.

Sólo hay un una justificación posible tras la cual se escudan muchas de estas mujeres, el coleccionismo. Se pueden consumir muñecos por su valor específico y potencial en el mercado y tratarlos como objetos para la acumulación, siguiendo los imperativos del sistema capitalista-patriarcal pero siempre vigilando bien el límite infranqueable que solo unas pocas transgresoras lograrán cruzar.

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