La violencia patriarcal mata

La violencia patriarcal mata

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11/03/2015

Lorena Calleja Lizcano

La violencia patriarcal mata, y lo hace lentamente. Somos una sociedad muriendo de patriarcado, enferma, acostumbrada al dolor, a los brotes fuertes de enfermedad cuando un femicidio es vecino, cuando la sangre derramada es demasiado evidente, cuando ya no se pudo hacer nada, la mayor parte del tiempo sin embargo, aprendimos a convivir con la muerte dolorosa y silenciosa.

Yo no quiero vivir enferma de esto, y sé que el camino de la sanación es lento, doloroso, largo y que además, os necesito, sola no puedo. Este contagio generacional está tan perfectamente integrado en las personas que ya es imperceptible.

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Hay muerte cada vez que un piropo machista acribilla a una joven que camina sola por la calle, la misma que de noche caminará apurada rodeada del miedo atroz de ser violada camino a casa, hay muerte y hay tortura. La violencia patriarcal mata, pero además tortura. Y suena irónico que se permita y se legitime en las calles de nuestro país, que debería tener varias lecciones aprendidas al respecto. Estamos rodeadas y rodeados de tortura en cada esquina, y lo permitimos, lo legitimamos y por supuesto, torturamos y nos dejamos torturar.

Es una tortura no llegar a los cinco años de vida y no poder jugar muñecas sólo por tener pene. Es tortura imponer un modelo de belleza para sentirse bien y poder ser una persona exitosa, es tortura la mirada lasciva sexualizando a las mujeres que te cruzas cada día, es tortura no poder acceder al mismo cargo de trabajo, es una tortura no poder disfrutar una paternidad responsable, es una tortura que el parto sea una violación obstétrica, es una tortura tener que demostrar cada segundo lo macho que eres, el dolor en la garganta de tragarte las lágrimas que te vuelven más femenino socialmente. Es una tortura que si me pongo pollera corta me pongo en realidad la responsabilidad de ser violada. Es una tortura que el amor de nuestras jóvenes y nuestros jóvenes se base en un control absoluto sobre la otra persona. Es una tortura comentar sobre la vecina solterona, que algún problema debe tener, o ser tortillera, comentar sobre el soltero que debe ser maraca, es una tortura que te hablen en masculino cuando eres una mujer, es una tortura tener que reproducir generación tras generación el mal patriarcal.

Ya basta. Parémonos. Frente a los espejos de lo menos hermoso. Mirémonos. Pudrámonos de asco y repulsión. Y en lugar de darnos la vuelta encarémonos en el camino de la despatriarcalización. Hay que escuchar lo que se siente, hay que responsabilizarse, dejar de mentir, ese cinismo, hacer un reparto real de los trabajos, de la maternidad, la paternidad, de las relaciones entre mujeres y hombres, de lo que significa ser mujer, hombre, del invento de lo femenino y lo masculino, de las imposiciones heteropatriarcales, del concepto del propio cuerpo y la decisión de qué hacer con él, de… De repensarnos desde la Vida.

De eso se trata exactamente, de poner en el centro la Vida, no sólo la nuestra, también la del medio del que dependemos, de las personas que nos rodean y de las que también dependemos como seres vivos, y de cómo cuidar todo eso en un espacio que permita, que entregue, que favorezca, que sea lo más libre y sano posible. De amar y que nada nos turbe.

Yo ya no le doy más la espalda a la Vida, se la doy al Patriarcado, ¿vosotras y vosotros?

Todas estas miradas las tenemos que ir abordando… mientras desaprendemos les dejo frente al espejo descubriendo sus micromachismos cotidianos.

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