Mujeres libres: de Uma a Sia y vuelta a empezar

Mujeres libres: de Uma a Sia y vuelta a empezar

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19/02/2015

Ángela Freebird.

A nadie coge de nuevas el bombardeo mediático al que ha sido sometida Uma Thurman tras su última aparición pública, cuando la pasada noche del lunes 9 de febrero acudió a promocionar su trabajo en la nueva serie de la NBC, The Slap. Ahora bien, si lo que esperas encontrar aquí es un artículo morboso que recopile y se regodee en una orgía de nombres y fotografías de famosas que han decidido pasar por el quirófano con desiguales resultados, puedes googlear el nombre de la actriz y buscar ahí. Esta entrada caminará por derroteros distintos, obviando esa vorágine de hipócritas ataques donde el sexismo se maquilla de opinión, y que ofenden no sólo a Uma y al resto de mujeres que conformamos el 50% de la población de este planeta, sino a la inteligencia de cualquier lector.

El punto de partida podemos situarlo en el concepto de libertad, la libertad de una persona a hacer con su físico y su apariencia lo que desee. Tu cuerpo es tuyo, puedes tatuarlo, perforarlo, trabajártelo en un gimnasio, engordar, ponerte pechos, quitártelos, ser una fan de las diademas, ir siempre con gorro, raparte, alisarte el cabello o emplear la rizadora. Puedes ir maquillada o sin maquillar, con pantalones o con falda, luciendo escote o con una camisa de cuadros. Si eres una mujer libre, puedes hacer cualquiera de estas cosas, a sabiendas de que sólo repercuten sobre tu cuerpo y tu propio aspecto, sin ningún miedo a ser censurada ni lapidada públicamente. Aunque tu decisión sea no depilarte las piernas o teñirte el vello de las axilas… ¿verdad?

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No, claro que no. Dejémonos de hipocresía. La mayoría de las mujeres no nos sometemos a una exhaustiva sesión de depilación porque nos encante esa sensación de cera caliente sobre nuestro cuerpo. O puede que sí, pero no en ese contexto. La mayoría de cosas que nos empujan a hacer como mujeres en pos de la buena prensa, ya sea escrita o en radio patio, nos resultan sumamente desagradables. Basta con encender la tele para comprobarlo, palabra de publicista, pero la pregunta es si Cristina Pedroche habría acabado como reportera en La Sexta de lucir un entrecejo a lo Frida Kahlo o una estética más parecida a la de la también modelo Erika Linder. Y no saco este caso por casualidad, como tampoco pienso que fuera casual que la propia Pedroche tuviera que justificar la elección de su vestido de transparencias para el especial de Nochevieja.

Ninguna de nosotras puede huir del juicio social, un juicio que, paradójicamente, se emite ante algo tan cotidiano como tomar decisiones acerca de nuestro propio aspecto. ¡Larga vida a la libertad! Sé que el ejemplo de Cristina Pedroche puede ser rebatido con un “Ella se dedica a eso, vive de su cuerpo”, pero el puesto que ocupó en Sé lo que hicisteis o que ocupa hoy en Zapeando no estaba reservado para ninguna modelo, y si lo estaba, por favor, que alguien se pase urgentemente por las Facultades de Comunicación y las convierta en algún tipo de reality show a lo Cambio Radical, porque no todas las estudiantes de Periodismo y Ciencias de la Comunicación somos capaces de alcanzar esas medidas. La talla sí la damos de sobra, incluso en sus cotas más altas, al menos en cuanto a resultados académicos se refiere. Lo digo por si a alguna cadena le interesa saberlo. Y si el problema es que se trataba de un show televisivo, pensad en la cara masculina más conocida de La Sexta y buscad un nuevo argumento.

¿Qué fue antes, el huevo o la gallina? Técnicamente el huevo, al menos de momento. Antes de salir por la puerta de casa ya sabemos qué vamos a encontrarnos al otro lado en función de cómo vayamos vestidas; y también antes de vestirnos, cuando abrimos la puerta del armario. Uma Thurman ya era consciente del revuelo que se armaría cuando posara ante los fotógrafos cuando vio los resultados de su cirugía. O cuando decidió no llamar a su maquilladora de confianza para el estreno de The Slap. Porque Uma Thurman no es tonta, si lo fuera su cuenta corriente se parecería más a la nuestra. Y porque no es tonta, ni ciega ni sorda, también sabía que las actrices de más de cuarenta años tienen sus días contados en Hollywood. No importa lo buenas que sean en su trabajo, algo que no sucede con sus homólogos masculinos. Russell Crowe hace mucho que perdió la forma física que lucía en Gladiator, del mismo modo que Mickey Rourke dejó de ser el ídolo sexual de Nueve semanas y media, y no por eso se les ha apartado de las cámaras. De hecho, es ahora cuando están llevando a cabo sus trabajos más valorados por la crítica.

No, ni Uma Thurman, ni Renée Zellweger, ni Cristina Pedroche son idiotas. Tampoco la cantante y compositora australiana Sia, que en julio de 2014 decidió no volver a mostrar su rostro en entrevistas, conciertos o videoclips. Todas ellas son muy conscientes de lo que hacen y de la trampa que supone su físico. Es su carta de presentación, deben conservarse eternamente jóvenes, eternamente perfectas. Si engordan, envejecen o dejan de maquillarse serán castigadas. Si se someten a las tendencias y se hacen algunos “arreglos”, que jamás se note… o también serán castigadas, del mismo modo que una señorita no se quitaría los puntos negros de la nariz en presencia de su amante. Aunque su amante, casualmente, viva con ella desde hace años. Seamos muñecas pero parezcamos reales, vistámonos con un trabajado look casual y un tocado cuidadosamente despeinado. Ahí está la magia, en ser lo que pareces sin que se note lo que en el fondo eres, vaya a ser que te encuentres a ti misma y a golpe y porrazo lo vean los demás. “Vivimos en una sociedad libre, esto es lo que hay”.

Por todo lo expuesto hasta ahora, me niego a sumarme a las especulaciones sobre el rostro de Uma Thurman, a los berrinches de sus fans y al periodismo amarillo. Lo que me interesa -como mujer y como persona que cree en la libertad- no es si el manager de Uma la arrastró hacia el quirófano o si a Cristina Pedroche su estilista le apuntó con un arma para que se enfundara en su famoso vestido; doy por supuesto que no fue así. Lo que me interesa es que dejemos de poner el foco en ellas y lo pongamos en las desproporcionadas exigencias que se nos imponen con respecto a nuestro físico, seamos actrices, periodistas o cajeras de supermercados. Que nuestra libertad no se reduzca a decidir hasta dónde podemos tirar de bisturí “sin que se note” o cuándo vamos a dejar de aparecer en público, porque sencillamente la mayoría de nosotras no lo haremos. Y esto es lo que hay.

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