Veo Gran Hermano

Veo Gran Hermano

¿Soy la única en la sala que decide dedicar sus jueves y domingos por la noche a observar a una fauna cuyos comportamientos en ciertas burbujas feministas creíamos abolidos y penados por ley? No lo defiendo, no me gusta porque sea televisión de calidad, ofrezca modelos ejemplares o me haga aprender sobre mí misma. Me gusta porque me entretiene.

Imagen: Núria Frago

Ilustración: Núria Frago

Hoy quiero hablar (superficialmente y entre otras cosas) del método de evasión por excelencia conocido mundialmente por adultxs y menores de muchos rincones del planeta tierra: ver ‘Gran Hermano’. ¡¡¡Buuuuuuuuuuuuu!!! ¡¡¡Fueraaaaaaaaaaaaaaaaa!!! ¡¡A la hogueraaaaaaa!!. ¡¡Que la quemen!! Qué vergüenza. Es inaceptable. Esto con Franco no pasaba. Ya ya. Lo siento. Veo Gran hermano. Y este artículo podría ser tachado por mi amiga Izaskun como un acto de apología al terrorismo. Bien. Ahora que  ya nos hemos quitado de un plumazo a todxs lxs que detestan dicho programa, ¿hay alguien en la sala? Cri, cri, cri. Canto de grillas. ¿Soy la única persona que decide dedicar sus  jueves y domingos por la noche a observar el comportamiento ajeno? ¿Hay alguien más que decide por voluntad propia y sin amenazas ni coacciones, pasar de diez a tres de la madrugada escandalizándose con comportamientos que en ciertas burbujas feministas creíamos abolidos y penados por ley? Yo sí. Lo confieso. No voy a defender el valor de este espacio televisivo en el que casi todo vale. No me parece un estudio sociológico, ni la pera limonera. Yo lo veo porque me gusta cotillear la vida de las demás personas, y en este caso se puede hacer de manera legal sin que puedan denunciarte por allanamiento de morada. Cuando voy a casas de amigas, me dan ganas de abrir todos los cajones y husmear entre las pertenencias ajenas. Como es políticamente incorrecto, he decidido ver Gran Hermano. A efectos, es lo mismo. Y además, al mando de las galas tenemos a Mercedes Milá, que hace las delicias de todas las tripolares de mi calaña. Un día está relúcida hablando de feminismo y quieres tirarle pétalos a la pantalla. Otro día le da por aplaudir el toreo y quieres tirarle tomates. Pero nunca te deja indiferente.  Venga, como en alcohólicos anónimos. Vamos a destapar nuestras vergüenzas y admitir lo inadmisible: “Hola, me llamo María Unanue y veo Gran Hermano”. ¿Alguien más se anima?  No sé muy bien por donde empezar, así que posiblemente acabe pronto. Yo no sé para qué me meto en estos embolados. No soy una intelectual. Está claro. Si lo fuera, haría algo normal con mi vida, como opositar para administrativo de Osakidetza. O al menos trataría de poner puntos y aparte en mis elaborados escritos. No soy una intelectual, pero conozco las reglas de acentuación españolas, que ya es motivo de estatus superior según mucha gente, y el caso es que a mí Gran Hermano, me gusta. No me gusta porque sea televisión de calidad, ofrezca modelos ejemplares o me haga aprender sobre mí misma. Me gusta porque me entretiene. Por las noches llego cansada a casa después de tantx niñx, y lo cierto es que la manera más fácil, legal y gratuita que tengo de apagar el cerebro es esa. Entiendo que hay quien lo desprecie. Porque por supuesto, acepto que la tele realidad  y la telebasura sea criticada noche y día. Lo que me cuesta más entender, es por qué razón una estupidez del tamaño de un partido de fútbol masculino merece ser portada de periódico o noticia en el telediario, y lxs expulsadxs de Gran Hermano, no. Y digo yo: si el telediario se ha convertido en un circo de anécdotas, ¿por qué no pueden hablar sobre los rizos de Azahara o su vegetarianismo? ¿Acaso es  más importante dar patadas a un balón que cobrar por dormir mientras te graban? Esta es mi adicción. No voy a defenderla de nada. Sé que está visto como algo estúpido, sé que está visto como algo ridículo, sé que no tiene ni pies ni cabeza, pero me entretiene. Y como gracias al cielo, mi ocio es  más o menos mío, por ahora, se me permite dedicar mi valioso tiempo a este tipo de actividades inservibles. Convenzámonos: la fauna granhermánica es exactamente igual que la que puedo encontrarme en mi clase de francés, en la parada del autobús o en la cola del Inem. ¿Por qué no voy  a observarla con detenimiento mientras como uvas, y a opinar sobre sus acciones?  Los jubilados se reúnen alrededor de las obras. Mis amigas y yo lo hacemos alrededor de la pequeña pantalla. Aprovecho para rescatar otra perlita: ‘Mujeres, hombres y viceversa’. A mí cada vez que me aparece en la pantalla, me da por pensar en la hija de Emma. No sé al resto. Pero sigamos. A modo broma, el otro día leí en algún lugar  internetero que en el programa “Mujeres, hombres y viceversa”, el 90% de lxs participantes, piensan que “Viceversa” es la presentadora. Tuve que reírme. Es bueno. ¿Pero por qué tengo la manía de pensar que soy más listas que lxs participantes de este programa, y por lo tanto mejor? Me lo quiero revisar. ¿A qué viene esta maldita manía por categorizar a la gente como lista y tonta? Por algún motivo, siento la necesidad imperiosa de hacerlo conmigo misma y con el resto  24/7. “No soy tonta. No soy tonta. No soy tonta.” Me diferencio. Hago podium. Bueno, vamos a ver, ¿y si fuera tonta, qué pasaría exactamente? ¿Ya no tendría derecho a vivir? ¿Acaso la gente que no lee el periódico, no aprobó selectividad,  o no sabe colocar en el mapa California, tiene menos interés que la que sí sabe? ¿Por qué se necesita saber lo que significa “Viceversa”? A mí personalmente, hasta los diecialgo, me constaba que  era el grupo musical que creó el hit veraniego “Tupielmorenasobrelarena”, pero nada más. ¿Para qué necesitaba yo saber lo que era ese palabro? Luego, en una clase de inglés volvió a salir, y ya ahí me dio por mirar el significado. Pues vale. Ahora lo sé. ¿Mi voto a partir de ahora vale por dos? ¿Me abaratarán el coste del autobús? ¿Dejará de llover en Bilbao? No.  Yo entiendo que la información es poder. Que la sabiduría y el conocimiento nos hacen libres. Bueno, esto no sé si lo entiendo, o si en realidad pienso justo lo contrario, porque yo desde que vivo en este estado de consciencia de mierda, soy bastante más infeliz de lo que era antes, cuando oía campanas pero no sabía dónde. Poner nombre a las cosas a veces es duro. No abogo por vivir en un estado de ignorancia e indiferencia perpetuo, ¿o sí?, ¿qué más dará? ¡Si la vida, a lo sumo, son 90 añitos! Que uno de mis objetivos vitales sea desconocer menos (¡arriba Sor Juana!) no hace que las alusiones al chonismo como algo negativo me molesten menos. Y ojo, que me muevo por la red y sé que de repente está de moda decir que lo choni es la monda. Sobre todo en el caso de las mujeres, ya que se les hace poseedoras de ese preciado derecho a disfrutar de unos cabreos monumentales y usar el tono y la cantidad de decibelios que les sale de la peineta, cada vez que les place. No, en serio. Me altera los nervios esa manía que tenemos siempre de cuestionarnos absolutamente todo, menos las clases intelectuales.¿Por qué? ¿Por qué hay vidas “mejor” aprovechadas que otras? ¿Si la vida son (más o menos) elecciones, y cada cual hace (más o menos) las suyas, quiénes somos para ponernos pesadas y señalar qué bien y qué mal? ¿Acaso no nos damos cuenta de que esto también nos lo imponen desde arriba? ¿Somos bobas las que vamos de listas? Pongamos ejemplos lingüísticos. Siempre me acuerdo de una peazo de profesora que tuve, Isabel Velázquez, mexicana residente en Estados Unidos. Era la hostia. Decía que “la lengua es de quien la usa”. Hablaba sobre el estigma del  spanglish en general. ¿Por qué está tan mal valorado hablar un idioma pidgin o tener  acento de otro lugar? ¿Es el objetivo del aprendizaje de una lengua, usarla para comunicarse, o mimetizar la manera de hablar de las personas nativas? Yo hablo euskera con acento de Guadalajara y me da una vergüenza que me muero. Ya vale, ¿no? Me viene a la cabeza mi amiga Janani. Es India. Supongo que huelga decir que muchas veces actúo sin pensar. Una vez, en un alarde de generosidad, recuerdo que le dije: “Hablas tan bien, que pareces nativa”. ¿Hola? Resulta que es nativa. Jarro de agua fría y gota de dibujos animados japoneses. Su primera lengua es el inglés.  Me quedé planchada. Y ahí me empezaron a asaltar dudas tipo: ¿por qué subtitulan el inglés de Ghana o India  y no el de Canadá? ¿Si mi abuela dice “dijistessss” y mi padre dice “dijistessss” y yo dijera “dijistessss”, habría algún problema? ¿Por qué es mejor la manera de hablar de Arturo Pérez Reverte que la de Lucía de Gran Hermano 15?  Pero es que luego me da por reivindicar el “magrebíes”, “subsaharianxs”, TODXS, y tal. Supongo que las reivindicaciones a receptores con vidas pudientes y acomodadas que se creen la Panacea, están bien reivindicadas. Aunque sólo sea por visibilizar que existimos, opinamos que tenemos capacidad para  molestarles un poco. En cambio las exigencias de correción política a “minorías”, son una soberana estupidez. A veces. ¿Es eso?. ¿o no?  Ay, no sé. Quien quiera decir algo, que lo diga. Yo aquí lo dejo. Quizás en el siguiente artí-culo, si hablo de Adán y Eva, acabe divagando caóticamente y de manera inconclusa sobre el valor curativo de las algas. Yo lo único que hoy quería decir era que a veces me cansa que los que sólo encienden la cajatonta para ver películas en La 2 se metan con lxs telespectadorxs de Gran Hermano todo el tiempo. ¿Vale? Pues eso: ‘life is hard, and then you die’.

Posdata: Quiero pedir perdón y dar las gracias, porque el mes de noviembre no envié artículo, y no hubo represalias, ni presión pasivo agresiva, ni nada. Supongo que sería contradictorio que en un espacio como este se esperara de mí una producción lineal de arti-culos sin altibajos ni montañas rusas. Como yo no soy regular y estable, mi capacidad para teclear lo que se me ocurre tampoco lo es. Ni quiero que lo sea. El motivo principal por el que no tenía nada que contar, era que estaba demasiado ocupada viviendo como para tener tiempo de quejarme. Y ya lo dice mi idolatrada Furia en su última canción: “Cuando estoy bien vivo, cuando estoy mal escribo”, Palabra arriba, palabra abajo.  Ah.  En un segundo plano, un apunte para quienes se preocupan por el dinero de sus bolsillos que brindan a esta revista con sus impuestos. Deciros solamente,  para vuestra tranquilidad e irritación, que lo mío es un voluntariado por elección personal. Cada tecla que yo presiono con más o menos gracia, no os cuesta ni un duro. ¡Lo hago gratis! Lo cual sé que os alegra muchísimo, porque esto quiere decir que si alguna vez hay  época de vacas flacas en la revista Pikara (Diosa no lo quiera), yo seguiré aquí a no ser que June o Andrea me digan que me pire. En ese caso me iré. ¡Bieeeeeeeeen! Aplausos. Queridos insultadores, ¿a que no cabéis en vosotros del gozo que esta noticia os proporciona? Me alegro. Mi único objetivo vital es haceros sentir ese cosquilleo de vergüenza ajena por los brazos cada vez que leéis lo que escribo.

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