Aprendiendo de las muertes de Leelah y Carla

Aprendiendo de las muertes de Leelah y Carla

Los recientes suicidios de dos adolescentes, que enfrentaban transfobia y lesbofobia respectivamente, han de servir para reflexionar acerca de la responsabilidad educativa y social hacia la juventud que rompe con las normas de género.

06/01/2015
Adaptación gráfica de la foto de Leelah Alcorn difundida por la prensa estadounidense./ Wunking

Adaptación gráfica de la foto de Leelah Alcorn difundida por la prensa estadounidense./ Wunking

Estos días todavía algo navideños se está haciendo trágicamente conocida Leelah Alcorn, una joven trans* norteamericana de 17 años, que no pudo soportar el aislamiento e incomprensión a la que le habían sometido sus religiosos padres, y que finalmente decidió suicidarse el 28 de diciembre de 2014. Parte de la atención que ha recibido se debe a que dejó en su tumblr  (una red social que usan mucho los jóvenes LGTBQ) una nota de suicidio que se publicaría por defecto si algo le pasaba y que ha circulado por las redes (ya está retirada). Más allá del efecto mediático, querría que pensáramos en el suicidio de Leelah como una oportunidad para reflexionar sobre las vidas de los y las jóvenes trans*, y no sólo de aquellos que viven en el contexto norteamericano.

Es frecuente que el profesorado vea las rupturas con las normas de género como “ruptura de la disciplina escolar” u otros adjetivos que sitúan la responsabilidad en los propios chavales y chavalas

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Incapaces de entender que su hija era trans*, esta familia hizo lo que se suponía que tenían que hacer unos “buenos padres”: llevarla a un terapeuta de su congregación, quitarle el ordenador, cambiar de instituto y aislarle de sus amistades para prevenir malas influencias… ¿Os suenan estas medidas? ¿No parecen fruto de cierta noción de “sentido común” conservador? Algunas familias creen que cuando sus hijos e hijas no son como el resto, están manifestando un egoísmo y rebeldía que deben ser controlados, que en realidad estos sentimientos son fruto de una fase pasajera y que con un poco de disciplina se les puede corregir. Por su parte, en los centros escolares, es frecuente que el profesorado problematice las rupturas con las normas de género, tildándolas de “negativismo desafiante”, “egoísmo”, “ruptura de la disciplina escolar” u otros adjetivos que sitúan la responsabilidad en los propios chavales y chavalas, en lugar de preguntarse por su responsabilidad educativa frente el acoso o el abandono escolar.

Leelah hizo como tantos otros adolescentes, trató de encajar en las expectativas que proyectaba su entorno, que van más allá de cumplir con los mandamientos propios de tus creencias religiosas, sacar buenas notas y comportarte bien dentro y fuera de tu hogar, aludiendo también a un sentimiento íntimo de quién se es, como es la identidad de género. Leelah se sintió perdida en unas exigencias que le resultaban imposibles, estaba inmersa en un rechazo que llegó a interiorizar y la vida le empezó a resultar invivible, de manera que el suicidio se convirtió en una posible respuesta a su desesperación. ¿Qué hubiera necesitado Leelah para poder encontrar asideros a la vida, para poder enfrentarse a la angustia y resistir? Algunos profesionales se fijan en los factores de riesgo que señalan la vulnerabilidad que puede experimentar una persona, que puede redundar en conductas de riesgo y suicidio. En el caso de Leelah serían la ausencia de apoyos familiares y en la escuela, un entorno social que condena sus sentimientos y que le imposibilita proyectarse en un futuro posible, una falta de atención especializada que apoye sus procesos y medie con su familia, una sociedad tránsfoba, su propia personalidad…

El concepto “factores de salud” indica cómo tienen que ser los entornos sociales que protegen a las personas trans*, así como qué hace que algunas sean “más resistentes” a las dificultades cotidianas

Otros profesionales utilizamos otro concepto, y es el de “factores de salud” o “factores de protección”, cuyo objetivo es fijarse en qué hace que una persona pueda vivir bien a pesar de los problemas que se le presentan, siendo capaz de sobreponerse al impacto de los mismos. Se refiere tanto a cómo tienen que ser los entornos sociales que protegen a las personas trans*, así como qué hace que algunas personas trans* sean “más resistentes” a las dificultades a las que se enfrentan cotidianamente. Este cambio de enfoque permite fijarse no sólo en el rechazo y el impacto negativo de la transfobia, sino también en qué cosas se pueden hacer en positivo, que redunda en una mayor calidad de vida y posibilidades vitales que permiten a los menores trans* imaginarse que su vida tiene futuro. Aluden no sólo a la persona y su entorno más inmediato sino también a una sociedad que tiene que hacer cambios importantes. Algunos de estos factores de salud son: a) Conectar con otras personas, ofreciendo un reconocimiento y escucha positivos a una persona aún muy joven; b) contar con el apoyo del profesorado de la escuela así como de otras personas adultas cuando (o mientras) tu familia no puede apoyarte; c) asistir a una escuela que trate de ser un entorno seguro para sus estudiantes y profesorado y d) conocer a profesionales trans* y otras personas trans* adultas que puedan ser modelos posibles. Los factores de salud no son una receta mágica que va a acabar necesariamente con la transfobia, pero sí que representan un esfuerzo por pensar en cómo situar a los y las jóvenes trans* en la posibilidad de vivir mejor, generando un movimiento en espiral que implica a los agentes sociales (familia, escuela, entorno escolar, servicios sociales, espacios de ocio y tiempo libre, etc.) que habitualmente trabajan con menores.

Lo ocurrido a Leelha se puede poner en relación con otra noticia que aparecía en la prensa, la condena a dos menores por inducir el suicidio de una adolescente en Asturias. Carla fue sometida a un intenso acoso escolar por parte de sus compañeras, que le llamaban “bollera” y “bizca” en el colegio y en las redes sociales, haciéndole la vida imposible e incitaban a otras compañeras a participar en el acoso. A diferencia de Leelah, Carla tenía a su familia de su lado, de hecho su hermana tuvo un papel muy importante a la hora de apoyarla, pero en su colegio, desafortunadamente llamado “Santo Ángel de la Guarda”, decían aquello de “son cosas de crías”, minimizando sus vivencias y cómo el acoso estaba haciendo mella en Carla. La fiscalía de menores de Asturias en principio desestimó la acusación de inducción al suicidio, y ha sido sólo gracias a la insistencia de la familia y su abogada que se está haciendo justicia.

Demasiado a menudo en nuestra sociedad se le quita importancia a las vivencias de aquellos jóvenes que no cumplen con las expectativas sociales, que sitúan en la “normalidad” unos estándares imposibles de alcanzar, ya sean sobre la corporalidad, las capacidades, la sexualidad o la identidad de género. Además, es importante señalar que en el caso de Carla, la prensa no está explicando el impacto concreto que tiene la lesbofobia generalizada que se respira en nuestra sociedad, ya que puede presentar la identidad sexual a modo de insulto (“¡bollera!” era uno de los gritos favoritos de las acosadoras contra Carla). Es como si el acoso o la discriminación fueran problemas individuales o personales, de unas personas concretas, convirtiendo a las víctimas en responsables de lo sucedido, “algo habrá hecho ella”, o “tendría que haber sido más fuerte y haberse defendido”. En realidad, son jóvenes que participan de los valores sociales dominantes, los mismos que hay en muchas familias y escuelas.

Carla y Leelha son dos jóvenes cuyas vidas se han acabado demasiado pronto, cuyos suicidios han de sacudir nuestras conciencias y plantear que es insoportable vivir con estos niveles de transfobia y lesbofobia que hacen que el suicidio sea una salida plausible a la desesperación. No son sólo las familias o las escuelas las que han de hacer cambios, sino la sociedad en su conjunto, y para eso, cada quien  ha de contribuir a cuestionar qué es eso de la “normalidad” y lo extendido de ideas como “nunca seré lo suficiente”, “tienes que ser fuerte”, “esto es sólo una fase”, “son cosas de crías”… Me gustaría terminar recordando unas palabras de Leelha en su mensaje de despedida: “Las cuestiones de género deben enseñarse en las escuelas, cuanto antes mejor. Mi muerte tiene que significar algo”.

Postdata:

Nótese que escribo trans* con asterisco, como un concepto «paraguas» que puede incluir diferentes expresiones e identidades de género, como son: trans, transexual, transgénero, etc. Lo que el asterisco añade es señalar la heterogeneidad a la hora concebir el cuerpo, la identidad y las vivencias que van más allá de las normas sociales binarias impuestas. Trans*, trans y transgénero son términos que tienen en común ser autoelegidos por sus protagonistas, frente a aquellos que provienen del ámbito médico y que señalan una patología. El asterisco quiere especificar que se pueden tener luchas comunes, al tiempo que reconocer que hay muchas otras cuestiones en las que no hay un consenso o una única visión de lo que supone ser trans, trans*, transexual o transgénero.

Lucas Platero acaba de publicar con la editorial Bellaterra el libro ‘Trans*exualidades: Acompañamiento, factores de salud y recursos educativos’, en el que aporta estrategias concretas para la promoción de la calidad de vida de las personas trans, especialmente en la infancia y la adolescencia, así como para la prevención e intervención comunitaria sobre la transfobia.

 

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