¿Hasta dónde te has dejado?

¿Hasta dónde te has dejado?

La sexóloga Mónica Quesada nos habla sobre la necesidad de aprender y de reaprender en el deseo para llegar a ser como realmente queremos ser.

Ilustración de Sonia R. Arjonilla

Ilustración de Sonia R. Arjonilla

¡Hola, Mónica! Te escribo porque ando jodida y no sé qué hacer. El otro día, hablando con unas amigas sobre nuestra adolescencia, recordamos algo que todas habíamos vivido de alguna manera, a pesar de ser de diferentes ciudades. Era la famosa frase: ¿te has dejado? Yo recuerdo que, tras liarme con algún chico y volver al grupo, mis amigas siempre me preguntaban: ¿te has dejado? o ¿hasta dónde te has dejado? Era como que tenía que ir marcando hasta dónde me tenía que dejar para no ser una fresca. Es curioso porque, aun siendo feminista y viviéndome de una manera más libre, todavía a veces me pillo en un ‘he ido demasiado rápido’ y me culpo porque supuestamente esto ya lo tenía superado. Y ahora veo que esta sensación de ir demasiado rápido no deja de ser un ‘hasta dónde me he dejado’… ¡pero dicho con otras palabras! Entonces me empiezo a plantear hasta qué punto me he autoengañado durante todos estos años con que estaba más liberada, si lo único que he hecho ha sido cambiar la formulación de la frase ¡Buf! (Firmado: ‘La que se deja sin darse cuenta’).

¡Hola, Laquesedejasindarsecuenta! Hasta aquí oigo el restallido de tu látigo, amiga. Antes de entrar en materia, la inversión de energía que haces en los autolatigazos tal vez te dificulten centrarte en el camino recorrido y en que, gracias a él, puedas darte cuenta de este aprendizaje. ¡Enhorabuena! ¡Qué bueno verlo porque, al pasar de la culpa a la responsabilidad, las acciones comienzan a ser más eficaces! Si cuando aprendíamos a andar nos hubiésemos centrado en las caídas —¡maldita sea! ¿Cómo es posible que a estas alturas siga cayéndome?— y no en que gracias a ellas sabíamos cómo dar el siguiente paso, aún andaríamos en la profundidad de la culpa y, encima, con el culo limado de estar toda la vida sentadas.

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“En el placer no es necesario conquistar ni defender. Lo que hace falta es, simplemente, disfrutar de lo que hay”

A veces pasa que damos por hecho que tenemos cosas superadas porque hemos leído todo lo posible sobre el tema. Sin embargo, una cosa es leerlo y tener muy clara la teoría y otra, que se haga carne en nuestra vida. Son los llamados ‘puntos ciegos’, que se producen entre la imagen ideal que tenemos de nosotras mismas y lo que es en realidad. ¿Os suena aquello de ver la paja en ojo ajeno y no la viga en el propio? Esto se produce porque la imagen que nos creamos no siempre coincide con lo que somos. Para descubrir lo que somos y lo que queremos sin caer en lo que se espera de nosotras, hay que ir ahondando en lo que se es en realidad, responsabilizándonos de nosotras mismas y viendo que el mundo no es como lo vemos, sino como somos. Al final, el aprendizaje y el reaprendizaje son los caminos para ser como realmente queremos ser. Y no desde el ‘¡esto tenía que saberlo ya!’, sino desde el ‘¡qué bien que lo estoy viendo ahora!’

Dicho esto, ¿hasta dónde te dejas? En el caso de que hubieses sido educada como hombre, la frase que habrías recibido iría en la línea de ¿hasta dónde has llegado/te ha dejado? Así, el disfrute del contacto pasa a ser la búsqueda de amoldarnos al rol que nos ha tocado. Es decir, es probable que mucho del disfrute experimentado se pierda cuando comienzan las tormentitas —¿Iré demasiado rápido? ¿Me estaré dejando demasiado? Van a pensar que…(pon aquí el estereotipo que más te resuene) ¿Hasta dónde me dejará llegar? Si hago tal cosa, seguramente pueda avanzar un poco más; Va, que ya está cerca, espero que no me deje así; Uf, espero dar la talla—. En resumen, todo centradísimo en el placer del momento (modo ironía on). Como hablábamos en el artículo de ‘¿Aún eres virgen?‘, las enseñanzas que recibimos en función de si somos consideradas mujeres u hombres vienen dadas desde si tienes que defenderte o atacar. Imagínate que nuestro cuerpo es una casa. En el caso de las mujeres, se nos anima a construir vallas lo suficientemente altas como para que no se nos cuelen en el patio, mientras que a los hombres se les anima a meterse en todos los patios posibles. En consecuencia, por un lado, está la preocupación de ellas por defender su patio y, por otro, el abandono de la casa por parte de ellos. Total; ni unas ni otros disfrutan de su casa porque la atención está fuera y el disfrute queda abandonado. En el placer no es necesario conquistar ni defender. Lo que hace falta es, simplemente, disfrutar de lo que hay. Tenemos una casa entera para pasear y sentir. Pero si nos dejamos llevar por el cómo nos han dicho que tienen que ser las cosas, caemos en el continuo de tener que llegar a la meta en vez de disfrutar de la caminata, llegue a donde llegue y sea como sea.

“Si nos dejamos llevar por el cómo nos han dicho que tienen que ser las cosas, caemos en el continuo de tener que llegar a la meta en vez de disfrutar de la caminata”

Para concluir, te lanzo la siguiente pregunta: ¿qué pasaría si fueras considerada una fresca? ¿Qué es exactamente ser una fresca? A veces mantenemos creencias porque pensamos que, de no hacerlo, las consecuencias podrían ser peores. Por ejemplo, hay mujeres que prefieren no parecer unas frescas (¿?) porque llevarían peor lo que se dijese de ellas. Sin embargo, tal vez el mantenerse ahí se debe a que no han indagado qué pasaría si diesen el paso… (Por cierto; el término ‘fresca’ me recuerda al de ‘calientapollas’ del que hablábamos en este otro artículo).

Qué bonito sería si al ‘¿hasta dónde te has dejado?’ le añadiésemos un ‘disfrutar’. Así pues, te lanzo la pregunta maqueada: ¿Hasta dónde te dejas disfrutar?

 

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