Sincericidio

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05/05/2014

Iratxe Gil

Los malditos tacones están matándome. La puta faja oprimiéndome. Tanto literal como metafóricamente. No puedo dejar de mirarme el escote. ¿Tanta firmeza es mía? Esto no va a salir bien. Yo no soy así. Huelo tan condenadamente bien que me están dando ganas de mearme encima. No sé porque he accedido a esta parodia. Joder. Me he metido tanto en el papel de mujer de manual que ni sudo. Alguien me da una palmadita en el culo. Es ese gilipollas que dirige la campaña. Engominado. Sonrisa relampagueante. El clásico mediocre. Aspirante a lameculos de algún empresario corrupto y pedófilo. Hedonista del todo a cien. Dan ganas de ejecutarlo con su propia corbata. Cojo aire. Veo un pequeño proyectil atentar contra el público. Mierda chica. Es un botón de tu camisa. No parecen darse cuenta. Míralas. El 98% son un gallinero de mujeres recauchutadas. El 2% restante alguno de sus chóferes. Un par de periodistas que preferirían estar cubriendo un desfile de Victoria´s Secret. Y mi madre. Vale. Ahora me pongo nerviosa. Ahí está ella. Orgullosa. Satisfecha. Engañada. Yo no soy esto. Alguien me dice que empezamos en cinco minutos. Genial. Tengo que miccionar. Sentada en el baño miro mis bragas. Descoloridas. Deshilachadas. Todo el glamour de mi disfraz se escabulle por el desagüe. Yo no sé ser así. El público está en silencio. El imbécil repeinado me guiña un ojo. Un par de arcadas retan la contención de la faja. Resiste. Yo debería haber hecho lo mismo. Empiezo a balbucear. La estampa parece un anuncio hortera de La Tienda en Casa. Esto va fatal. Siento cuchicheos. Miradas que me devoran. Yo no quiero ser así. Me bajo de  los zapatos. Capto la atención de las murmuradoras. Esto me envalentona. Agarro el micrófono con una mano. Me lo acerco a los labios. Rojos. El idiota ya no sonríe tanto. Ahora soy yo quién le guiña un ojo. “Disculpa. Tienes la bragueta bajada” retumba por la sala de conferencias. Touché querida. “Señoras y señores. Soy bisexual. Tengo 25 años. La única pareja estable la tuve a los dieciséis. Por estable me refiero a que sentía una vinculación tanto física como afectiva hacía ella. Me duró 4 meses. Le fui infiel. En repetidas ocasiones. Una de ellas con su padre. Sí.  No se escandalicen. No llegamos a consumar. Nos pillo antes su madre. Yo tenía la boca demasiado ocupada para defenderme. Mi primera relación sexual con penetración la tuve con quince años. En realidad ya no era virgen. Me había hecho yo sola el apaño unos meses antes. No me dolió. Ni sangre. La curiosidad me lubricó tanto que casi no sentí nada. No he parado de hacérmelo desde entonces. Cada día. Antes tenía pavor a que se me acabasen los orgasmos. Ahora sé que soy una inagotable máquina de placer. Me he penetrado con una amplia variedad de objetos. Últimamente me regocijo con la doble. A cuatro patas. Una mano estimula tiernamente el ano. La otra castiga el clítoris. Bendito regalo de la evolución.  Sé bien como saciarme. La vagina saliva. Introduzco un pene de plástico. 19 centímetros para merendar. Jugueteo. La imaginación provoca más rápido que mis manos. Apoyo los hombros y la cabeza en el colchón. No paro de mimar mi culo. Está glotón. Las bolas chinas se recrean en su candente interior. Soy rápida. Sucia. Sacudo mis caderas. Las bolas repiquetean en mi tórrida profundidad. Gimo. Mi voz de colegiala se asfixia contra las sábanas. Duermo radiante. Desconozco lo que es el instinto maternal. La propiedad privada. El estado del bienestar. Tener más de tres cifras en la cuenta del banco. Soy más de follar. Hace tres horas aproximadamente que he tenido mi última relación sexual. Aún tengo la sensación de tener algo dentro. Incandescente.  Mi primer contacto sexual fue con una chica del barrio. Nos masturbamos mutuamente en la oscuridad de un cine. Recuerdo su sexo carnoso. Aterciopelado. Tuve miedo de meterme dentro. Exploré sus delicados pliegues. Arrullé su botón milagroso como ella estaba haciendo con el mío. Saboreamos el gozo de la otra en nuestros propios dedos. No volvimos a repetirlo. Mi cuerpo es mi campo de batalla. Chillo. Río. Lloro. Menstruo. Araño. Abrazo. Muerdo. Blasfemo. Me tiro del pelo. Mi único límite es no sentirme yo. Eso me asusta. Me reseca. Los lugares públicos son mi fetiche. Me enamoro de pieles. Sudores. Salivas. Corridas. Azotes. Cicatrices. Susurros. Jamás de personas. No recuerdo el nombre de mis últimos polvos. Quizás ni los pregunté. Practico la seducción como deporte. Soy la caperucita que se la comió al lobo. Sexualidad o barbarie. Sólo soy sumisa a mi propio deleite. He aprendido a quererme. Cuidarme. Adorarme. No ha sido fácil. Aún no lo es. Pero sigo luchando. Cada imperfección me empodera más. Alimento mis entrañas de faltas de ortografía. Acné post adolescente. Estrías. Celulitis. Pezones demasiado claros. Dientes demasiado oscuros. A la mierda. ¿Sabéis qué? Soy jodidamente feliz. A veces deseo reventar durante un orgasmo. Expandir mi clímax. Lubricarlo todo. Vuestros coches de alta gamma. El alisado japonés. La cubertería de plata. Los Picasso de imitación. Meterme debajo de vuestras uñas de porcelana. Corromper. Afligir. Embaucar. Ensuciar. Succionar a lo Tracy Lord el saco escrotal de vuestros refinados maridos. Pasar la punta de mi corrosiva lengua sobre su conducto deferente. Lasciva. Áspera. Restregarme contra su próstata. Ahogarla entre mis pechos. Turgentes. Opresores. Coquetear sobre su gelatinosa eyaculación. Monstruosamente hermosa. Catártica. Limpiarme los pies en vuestros felpudos. Satíricamente. Esto es lo que soy. Sinceramente. Gracias.” Me quito las bragas. Las huelo. Las cuelgo del micrófono. Mi madre aplaude. El capullo del traje tiene una magnífica erección. A las señoras la silicona se les ha debido solidificar. No pueden cerrar la boca. He ganado. Bien preciosa. Vamos a exterminar esta faja. Se ha quedado buena noche para una orgía.

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