Sarah Connor debe vivir

Sarah Connor debe vivir

La superación personal queda excluida como elemento femenino en los referentes con los que nos enfrentamos, nos construimos y nos miramos a diario. La ficción ha tenido y tiene un lugar importante aquí por su posibilidad de mostrar a mujeres que eligen romper con la tradición del dolor mostrando su proceso como protagonista de la historia. Sarah Connor, Lisbeth Salander o Mamba Negra son algunas de estas transgresoras ficticias que resignifican el concepto de “fuerza interior” colocándolo como un elemento también valioso y deseable en lo femenino.

Texto: Mar Gallego
30/05/2014
Sarah Connor en Terminator 2

Sarah Connor en Terminator 2

6 de septiembre de 2009. El País publicó un artículo de Mario Vargas Llosa titulado ‘Lisbeth Salander debe vivir’. Un pedazo de explosión personal (que no mitificamos) de un escritor que entonces contaba con 73 años de edad y que exponía una alegría proveniente de sentimientos de su infancia que le inundaron tras leer los tres tomos de Millennium, del autor Stieg Larsson.

Entre sus argumentos, exponía lo novedoso del hecho de que el gran éxito de este autor fue el “haber invertido los términos acostumbrados y haber hecho del personaje femenino el ser más activo, valeroso, audaz e inteligente de la historia…”. Una Lisbeth Salander que Vargas Llosa aseguraba que podía “violentar todas las intimidades para llegar a la verdad, y enfrentarse… a los asesinos, pervertidos, traficantes y canallas que pululan a su alrededor…”.

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Acabada diciendo: “¡Bienvenida a la inmortalidad de la ficción, Lisbeth Salander!”.

Dicho así y pensando en referentes, tan válidos son aquellos que rescatamos de acontecimientos históricos (de ahí esta sección) para una reafirmación de nuestro ser persona (ser feminista); que aquellos que mamamos de la ficción que, a diario, tenemos incluso más a mano y que se acurrucan en todo aquello que hemos introducido con calzador dentro del término “mass media” (medios de comunicación de masas).

Pier Paolo Pasolini (desterrado del comunismo “por gay”), lo tenía claro: en la vida nuestras acciones “nos representan a nosotros mismos. La realidad humana es esta doble representación en la que somos a la vez actores y espectadores. Un happening gigantesto”.

En este sentido, podemos afirmar rotundamente que las mujeres hemos sido desterradas del derecho a contar con referentes en la ficción que nos empujaran a la fuerza interior, al conocimiento profundo de nosotras mismas desde un prisma no victimista, no débil, no afianzado a una idea de destino del que parece que nunca somos las principales artífices, responsables, electoras…

Muy al contario, la ficción nos invitaba a estar sentadas ante lo externo que decidía, nos alentaba a esquivar como máximo –si se podía- todas las embestidas de ese “destino” que se tornaba “dramático” y a no extender los límites de nuestras posibilidades y mucho menos la sapiencia de nuestro ser interno y la fuerza inaudita de nuestra mente para decidir el único mundo donde podíamos hacerlo: el nuestro.

Así “nuestra casa” –por esa falta de referentes para modificarnos- se abrazaba (y se abraza todavía a veces) a la tradición de dolor a falta de otras posibilidades. La realidad extralingüística que habla de nosotras nos dice que las mujeres ya nacemos muertas ante la imposibilidad de ser el motor del cambio y de entender la vida como camino.

Sin embargo, existen una serie de referentes femeninos en la ficción que nos han mostrado un proceso que iba del dolor a la supervivencia y la fuerza interior. Sin la visibilidad de ese proceso jamás hubiéramos sabido que después de un final existe un nuevo comienzo; incluso, para nosotras.

“Mueve el dedo gordo”. Kill Bill

Que cada quien valore si merece la pena o no el sentimiento de venganza, Kill Bill muestra como ninguna la relación clara entre mente y cuerpo que tiene su protagonista Beatrix Kiddo (llamada también Mamba Negra, La novia y Mami).

Motivos para vengarse no le faltan, ya que lo que la libra de la muerte no es precisamente la falta de intenciones de quienes quieren matarla ni los medios puestos en insistencia violenta de ese propósito.

Aun así, Kiddo sobrevive por suerte a una bala en el cerebro disparada directamente por su examante y maestro Bill, a quien se propone aniquilar en la trama no sin antes intentar acabar con una serie de personajes que apoyaron el propósito de su muerte.

Pero lo que realmente interesa aquí de este film es el camino recorrido por la protagonista, que abre los ojos en una cama tras un coma de años y sin la capacidad de mover sus extremidades inferiores. Aquí, los aprendizajes vitales que ha tenido hacen su aparición y la mente poderosa de la Mamba Negra la hace salir del agujero una y otra vez.

Tras el llanto inicial por asimilar lo ocurrido, varias escenas muestran cómo se salva por esos segundos “seguros” donde decide no dejarse llevar por la desesperación deteniendo los pensamientos que aluden a “imposibles”. Hay dos momentos clave y míticos en esta película que lo representan: el momento en el que clava sus ojos en sus dedos y les ordena moverse con una paciencia infinita y los instantes antes de decidir que va a salir de la tumba donde la entierran viva.

No es menos importante el rescate que se hace de la vida como un aprendizaje interno al que se le dedica tiempo y estudio desde el interior y no desde lo externo de la apariencia, como se exprime en la mentalidad occidental. En eso la cultura japonesa nos lleva ventaja.

Evey Hammond. Bajo la lluvia sin miedos

Del cine al cómic y del cómic al cine. V de Vendetta rescata también la figura de la persona maestra que guía a la protagonista femenina, Evey Hammond (16 años en el cómic y 20 en la película), a tener la experiencia de vivir sin miedo.

Para lograrlo, pasará por un tormento “ficticio” (real para ella) planeado por el propio protagonista: un túnel oscuro en el que le hace creer que ha sido atrapada por sus captores. Rapada por ellos, sometida a frías duchas para sacarle información y a duros enfrentamientos psicológicos; Hammond encuentra como alidada la carta de una mujer que murió allí donde ella se encuentra y que es castigada y torturada por amar a otra.

Solo cuando Evey deja de valorar su vida como centro de todo y a entender que no es ella el principio y fin de todas la cosas, logra conectarse con una visión más amplia del mundo donde es a la vez gota y lluvia. El momento cumbre de su transformación surge cuando se enfrenta precisamente a este elemento: la lluvia; y lo hace de una forma totalmente diferente a la de su anterior vida. Ya no es algo que cae sobre su cuerpo sino que forma parte de su propio cuerpo.

La ausencia del elemento miedo hace posteriormente que gente que conocía ni siquiera la reconozca al tenerla enfrente. Su estar en el mundo cambia en el momento en que modifica su estar dentro de ella. Lo externo y lo interno dejan de ser cosas distintas.

Trois couleurs: Bleu | El poder de la creación

La obra del polaco Krzysztof Kieslowski es una reflexión general sobre nuestra responsabilidad en el mundo para con otras personas y sobre la idea de comunidad. Al igual que en V, el director se centra siempre en un ser que trasciende y que deja de vivir en soledad tras conectarse y abrir el corazón a las señales, al mundo y al propio dolor.

Sus films más potentes siempre han tenido como protagonistas a figuras femeninas. Tal es el caso de Azul, protagonizada por Juliette Binoche, que nos cuenta la tragedia de una mujer que, de un día para otro y a causa de un accidente de coche, sufre la pérdida de su marido y su hija.

Azul nos muestra su particular estrategia de supervivencia por reponerse ante un hecho a todas luces trágico. La protagonista elude toda relación con la gente y con lo que le hace conectarse (como la música) hasta que la vida, como un rayo, empieza a colarse en pequeños rincones plasmados en el film a veces en instantes donde se hace una pausa para exponer una serie de notas musicales que la protagonista tiene en la cabeza.

Es aquí cuando la vida como creación y ella como persona creativa utiliza esta herramienta para poner en pie la obra musical que le daba vueltas. Lo más impactante de Azul es descubrir que la pérdida que sufre no es más que una ganancia y una oportunidad para salir a la luz como persona con identidad propia tras años de haber estado a la sombra de su esposo.

Sarah Connor. ¿La pionera?

Los 80 nos acostumbraron a no asustarnos por demasiadas cosas. Si bien el pelo de la Sarah Connor de Terminator 1 nos podía echar para atrás, lo bueno de ese proceso es que se logra ver en dos partes. En la primera, encontramos a una camarera joven que de pronto se ve envuelta en intrigas y persecuciones por un futuro que ni siquiera es presente en el pensamiento. Aquí empieza el proceso de Sarah.

A base de adiestramiento, su lugar en el mundo y su existencia consisten en luchar para no presenciar un escenario-holocausto que cada día ve en sus sueños. Un intento por no convertirse en la persona que no quiere ser y una metáfora sobre cómo trabajar la mente y el cuerpo para no alcanzar ese futuro que no se desea.

El cambio físico de Connor de la primera a la segunda parte es una de las cuestiones que más impactan. Idolatramos a la Connor de Terminator 2 pero, esquivando a la primera, solo estaríamos –una vez más y erróneamente- quedándonos con partes fraccionadas del camino.

A menudo, la imagen de la fortaleza en lo femenino se parece demasiado, y en la actualidad, a una portada de Vogue que nos vende una falsa seguridad basada en la apariencia. Ser fuerte y segura es hoy un complemento más que combina con el bolso, el zapato y el eslogan de las compresas.

Sin embargo, aquellos terrenos de fortaleza entendidos como superación y aprendizajes siguen quedando del lado “del masculino”. Las mujeres no somos más deseables cuantas más veces nos levantamos. Es más, las mujeres tenemos la obligación de no levantarnos y de esperar a que vientos mejores nos rescaten de nuestra indefensión. A más indefensa, más deseable.

Todos los referentes expuestos –ficticios o no- nos inspiran precisamente para no desestimar esos momentos de dolor que no son más que una oportunidad para trabajar en hacernos mujeres y personas fuertes; una oportunidad para que la fortaleza esté del lado “del femenino” a través de una acción que se apropia de ella.

De otro lado, nuestro devenir fortaleza se asume mucho mejor cuando no se afronta en solitario. El extender la mano o no para abrirnos al mundo y a otras parece ser nuestro reto feminista en este eterno construir y accionar redes en conjunto. Un caminar por romper la injusta e inhumana herencia femenina del dolor sin referentes que lo enfrenten.

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