A los alrededores de Vita

A los alrededores de Vita

Las personas extraordinarias suelen estar rodeadas de otras personas extraordinarias. Ése fue el caso, al menos, de Vita Sackville-West cuya historia y antepasados fueron más propios de la ficción que de la vida misma. Las mujeres que rodearon a Vita (como ella se hacía llamar) fueron en su mayoría cazadas para la historia de Orlando por Virginia Woolf. Entre el reparto, una abuela andaluza y gitana, una madre coraje; una amante más valiente -si cabe- que la propia Vita y unos cuantos escándalos por amoríos y herencias. Y es que, si de algo “pecó” su familia, fue de “escandalosa”.

Texto: Mar Gallego
27/03/2014
Victoria Mary Sackville-West

Victoria Mary Sackville-West

Victoria Mary Sackville-West (9 de marzo de 1892- 2 de junio de 1962), más conocida como “Vita” es una de las presencias feministas más latentes en nuestro imaginario en torno al Reino Unido de finales del diecinueve y mediados del siglo veinte. Junto a ella, resuenan nombres como “Virginia Woolf” -su amante más reconocida mas no la más “importante”-, “Knole House”, su amada e histórica casa que nunca pudo heredar por el mero hecho de ser mujer; y “el círculo de Bloomsbury”, grupo al que pertenecían ella y su marido Harold Nicolson y que se caracterizaba por su intelectualidad y el sostenimiento de relaciones de abiertas.

Además, Vita fue una escritora consagrada y su protagonismo literario fue más allá de su autoría al convertirse su increíble vida y la de su entorno en protagonistas de una de las obras más alabadas de Woolf: de nuevo, Orlando; en la que Vita era y es el centro que amarra todas las historias.

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La abuela de Vita era una bailaora malagueña de raíces gitanas conocida artísticamente como “la estrella de Andalucía”. A pesar de estar ya casada, decidió hacer su vida junto al abuelo de Vita

Precisamente es aquí, en Orlando, donde se puede vislumbrar una serie de personajes femeninos en torno al principal que nos hacen entender que lo excepcional en la vida de Vita no fue solo su presencia, sino la de mujeres -todas ellas también excepcionales- que marcaron su carácter y su trayectoria vital. Tras su publicación, el libro se convirtió en la “comidilla” de las sociedades altas de Reino Unido deseosas de averiguar quiénes encarnaban en la vida real cada personaje.

Finalmente, si se escarba en lo más profundo de la vida de Vita Sackville-West descubrimos que tuvo un camino lleno de luces y sombras. A la par, se descubren datos impredecibles como sus orígenes andaluces, y sus raíces gitanas.

Pepita, la condesa gitana; la abuela de Vita

Pepita

Pepita

“La única ocasión en que mi abuelo rompió su reserva habitual fue, según recuerdo, una mañana que seguí a mi madre a la sala agarrada a su larga, larguísima trenza. Se puso en pie de un salto y exclamó: no quiero volver a ver a la niña haciendo eso, Victoria. […] Al parecer, de niña mi madre tenía la costumbre de agarrarse así a la cabellera de la abuela”.

En los diarios encontrados de Vita donde confiesa su propia historia, su pasado, sentimientos y su relación extramatrimonial con su amante más longeva, Violet Trefusis, ésta ya deja ver la pasión que sentía por la figura de su abuela (madre de su madre) y bailarina malagueña que hacía pensar tanto a Vita como a su entorno que ésta pertenecía a ese ambiente romántico que imaginaban de una Andalucía llena de bailes, pasiones y bandoleros.

Las propias cartas que Trefusis le procesaba con tanta dedicación hablaban constantemente de Vita como una mujer de sangre gitana, con rasgos gitanos; justificando así -con ese “agarrarse” al romanticismo que ejecutaban estas dos mujeres- el hecho de que Vita no podía permitirse ser “un pájaro en una jaula”:

“Estás hecha para conquistar , Mitya [así se dirigía Violet a Vita], no para ser conquistada. […] Esta noche, después que te marcharas, han dicho que era como una gitana deslumbrante. Son palabras de mi hermana, no mías. Una gitana poderosa, gobernante, lo que quieras, pero una gitana”.

No obstante, Vita escribió la obra Pepita, en la que hablaba de las indagaciones realizadas en Málaga y de lo que conocía de la figura de su abuela. La propia Vita fue a conocer en persona los lugares originarios de la misma.

Ilustración de Josefa Durán.- Autor: Adolph von Menzel

Ilustración de Josefa Durán.- Autor: Adolph von Menzel

“Tengo dos fotografías de esta última que muestran claramente lo hermosa que debió ser; hermosa de facciones y expresión, no solo bonita, aunque se trate de viejas fotografías desvaídas tomadas en Arcachón en torno a 1870. Era la hija ilegítima de una gitana y un duque español; la gitana, su madre, había sido acróbata de circo y sin duda provenía de una familia circense; el duque era descendiente de Lucrecia Borgia. Creo que ascendencia materna es difícil de superar por su carácter pintoresco. Explica en gran medida cómo es mi madre, que a veces se comparta con gran tosquedad”.

El propio hijo de Vita, Nigel Nicolson afirmó que esos orígenes tan nobles de su abuela no eran tal. Lo cierto es que Josefa Durán (Pepita de Oliva) fue una bailaora malagueña que conquistó los escenarios de la Europa del XIX y que, según su leyenda, “enamoró a los hombres de medio continente”.

Josefa Durán nació en una humilde familia de orígenes gitanos. Bajo el nombre de “La estrella de Andalucía” dio sus primeros pasos artísticos de la mano de su maestro, Juan de Oliva, con quien contrajo matrimonio. Su fama fue tal que el periodismo de aquella época contaba que, tras sus actuaciones, era muy difícil proteger a Durán debido a las contundentes muestras de cariño de sus admiradorxs. A esta actitud sin igual se le bautizó incluso bajo el nombre de “delirium Pepitatorium”. Y no fue pionera solo en eso. La bailaora solía llevar un peculiar pantalón en sus presentaciones que, todavía hoy, se conoce en la sociedad checa como “pepitahosen”.

La madre de Vita, al ser hija ilegítima del lord, acaba casándose con su primo recuperando así sus derechos de herencia y sus apellidos, de manera indirecta

La relación entre la abuela de Vita y su abuelo, Lionel Sackville-West comenzó precisamente porque este último, lord y secretario de la Embajada de Inglaterra en Alemania, era gran admirador de Josefa Durán. Su historia de amor comenzó a pesar de que la malagueña ya estaba casada. De la historia, nacieron seis hijas e hijos, entre quienes se encontraba la madre de Vita: también Victoria. A pesar de todo, ni las unas ni los otros fueron considerados legítimos.

El lord compró un hotel en Arcachón (Francia) al que llamó “Villa Pepita” donde residieron con sus hijos e hijas. Fue también allí donde murió la bailaora, que fue enterrada entre sus jardines. Actualmente una lápida queda como testimonio de su existencia: “Aquí yace Josefina, condesa de Sackville”. Además de esto, Virginia Woolf la inmortalizó en su obra bajo el personaje de Rosina Pepita, una mujer española en Turquía.

La madre de Vita: la otra Victoria Sackville-West

En la imagen, Vita y su madre

En la imagen, Vita y su madre

La condición de “ilegitimidad” de la madre de Vita y sus hermanas y hermanos, acarreó luego incontables juicios, cuando uno de los hijos del lord reclamó la herencia. La familia de Vita llegó a contratar a un detective privado para seguir la historia de Pepita Durán y encontrar los datos de su casamiento. La razón era que, si se demostraba que el hijo era ilegítimo, la madre de Vita (que no hubiera podido heredar por ser mujer) perdería su casa y la herencia de su padre de la que disfrutaba de manera legal, únicamente por haberse casado con su primo, el heredero legítimo de Lionel Sackville-West.

Todo un escándalo en la sociedad inglesa que llegó hasta España, donde recogieron la noticia. La única que hemos podido encontrar es del diario ABC del 28 de febrero de 1909, que afirmaba que “Lionel Edward, sobrino carnal de Lord Sackville, había casado con la hija mayor de Pepita Durán y habitaba también el castillo de Knole. Sabía que su esposa, hija quizá del lord, figuraba inscrita como de padres desconocidos; pero no ignoraba que la bailarina estaba casada con Gabriel de la Olivia y, por consecuencia, que Enrique, único que podía disputarle la herencia, era hijo adulterino”. En definitiva, un culebrón en toda regla.

Finalmente, Victoria, la madre de Vita, llevó el juicio a su terreno -según cuentan tanto su hija como su nieto- de una forma admirable. Ambas descripciones de la figura materna coinciden en que la madre de Vita fue una mujer hecha a sí misma. Vita, a pesar de todo, siempre tuvo una relación de amor-odio con ella. Sin embargo, siempre destacó la autenticidad de su madre como el rasgo por el que la admiraba profundamente: “Era siempre ella misma, y ser siempre uno mismo hasta ese punto es una forma de genio”. Su historia también se recoge en la obra Pepita.

Otra imagen de madre e hija

Otra imagen de madre e hija

Tras la muerte de Josefa Durán, Victoria fue a parar a un convento en París donde sufrió duramente la pérdida de su madre. Allí, y de manera prácticamente aislada, permaneció hasta cumplir los dieciocho. Por entonces, su padre era ministro británico en Washington y allí que aterrizó Victoria, -según contó la propia Vita en sus diarios- “hermosa, autoritaria, caprichosa, con un inglés titubeante y marcado acento francés”. Ese viaje se convirtió en el inicio de “su carrera”.

Las mujeres contemporáneas a Vita y su madre no tenían derecho a heredar. Independientemente de su clase social, sus existencia estaba siempre supeditada a la dependencia económica masculina. Ésta fue la razón por la que Virginia Woolf celebrara más la herencia que recibió de su tía que la consecución del voto femenino en Una habitación propia

“Triunfó” en Washington y acabó casándose con su primo. La familia de Victoria no vio con buenos ojos el matrimonio con éste, salvo su padre. Tal y como cuenta Nigel Nicolson, su abuelo “consideró que esto le permitiría mantener en Knole a su hija favorita y, en cierto modo, legitimar al menos a uno de sus hijos”.

Sin embargo, Victoria tuvo que soportar burlas en torno a sus orígenes. Así, mientras algunas personas la consideraban “la honorable Sackville-West”, otras no hacían ademán de reconocimiento alguno hacia su persona.

La madre de Vita tuvo tantos admiradores en vida como su propia hija. Uno de sus amantes más directos, John Murray Scott, contribuyó enormemente al mantenimiento de la gran casa Knole. Ambas mujeres: Victoria y Vita; nacieron conscientes de la eterna dependencia económica que tenían por ser mujer y ambas llevaron a cabo sus estrategias de supervivencia. Murray Scott dejó gran parte parte de su herencia a Victoria, mientras que a Vita la obsequió con un collar de diamantes y la “esperanza de que su madre le entregara el grueso de su fortuna al morir”.

Como aseguró su contemporánea Virginia Woolf, en Una habitación propia, “de las dos cosas —el voto y el dinero—, el dinero, lo confieso, me pareció de mucho la más importante”. Frase que refleja de un plumazo la increíble dependencia económica que las mujeres de la época padecían. La misma por la que no podían plantearse una existencia sin la presencia de un varón al lado.

Violet Trefusis: la princesa Sasha en Orlando

Portrait of a Marriage.

Portrait of a Marriage

Gracias a estas acciones y a su matrimonio con Harold Nicolson, Vita no tuvo una vida ausente de lujos. Parte de los motivos por los que no se atrevió a dar el paso hacia una huida sin regreso con su amante Violet Trefusis fue precisamente este miedo a la escasez y a la inseguridad económica. A pesar de todo, la historia tuvo lugar, aunque con muchas interrupciones, a lo largo de 40 años. La propia BBC ha llevado su historia de amor a la televisión en formato serie bajo el nombre Portrait of a Marriage.

Trefusis, cansada de convencionalismos e hipocresías, de espíritu y corazón libres, la animaba constantemente a ir más allá de sus propios límites, a vivir libres en un zulo en París, y a que se desprendiera de su papel de esposa para encontrar así, el rol de “conquistadora gitana”; el que ella sentía que estaba hecho para Vita. En una de sus cartas, Trefusis le escribía.

“Me gustaría denunciar a los tribunales del mundo a las personas que ni dicen que sí ni que no, sino que esperan a oír el veredicto de su árbitro de la elegancia antes de atreverse a expresar una opinión. Sé malvada, sé valiente, emborráchate, sé imprudente, sé disoluta, se despótica, sé anarquista, sé una fanática religiosa, sé una sufragista, sé lo que quieras, pero por piedad sélo hasta el límite. Vive, vive plenamente, vive apasionadamente, vive desastrosamente si es necesario. Vive la gama de las experiencias humanas, construye, destruye, vuelve a construir. ¡Vive, vivamos tú y yo, vivamos como no ha vivido nadie hasta ahora, exploremos e investiguemos, avancemos sin miedo por donde hasta los mas intrépidos han titubeando y se han detenido”.

Tras la muerte de Vita, unos insólitos diarios fueron encontrados en su refugio particular: su habitación propia. Los diarios fueron encontrados por su hijo Nigel que, tras echar una mirada a su salón privado de la torre de Sissinghurst, reparó en una maleta Gladstone cerrada. Dentro encontró un gran cuaderno de cubierta flexible con las palabras de Vita: “Era una autobiografía escrita a los veintiocho años, una confesión, un intento de purificar cabeza y corazón, de liberarse de un amor que la había poseído, un amor a otra mujer, Violet Trefusis”.

A ambas, Violet Trefusis y Vita Sackville-West, les encantaba imaginarse como parte de unos orígenes temperamentales. Una vida, la de Vita, que ella interpretaba como consecuencia de su mezcla británica y andaluza. Y una familia a la que una vez hizo alusión asegurando que era “una raza demasiado pródiga, demasiado amorosa, demasiado débil, demasiado indolente y demasiado melancólica (…). Un lote podrido y casi todos locos como unas cabras”.

Bendita locura…

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