Maternidad, ¿privilegio o derecho?

Maternidad, ¿privilegio o derecho?

Mientras el movimiento feminista lo está dando todo en defensa del aborto, hay otro ataque frontal a los derechos reproductivos que está pasando desapercibido: la discriminación en el acceso a la reproducción asistida en el sistema público a las mujeres sin pareja masculina (parejas de lesbianas y mujeres solas)

13/02/2014

Susana Cañete, activista de Lumatza

'Mujer y lesbiana: doble recorte', mostraba en su cartel una manifestante el pasado 8 de marzo en Barcelona./ Bárbara Boyero

‘Mujer y lesbiana: doble recorte’, mostraba en su cartel una manifestante el pasado 8 de marzo en Barcelona./ Bárbara Boyero

Tan terrible es obligar a parir a alguien en contra de su voluntad como impedir ser madre a quien quiere serlo. Y no, no me he vuelto loca ni me he adherido al discurso del PP.

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Poco queda ya por decir de la agresión retrógrada de Gallardón. Quizá sobre un efecto de esta: la enorme respuesta del movimiento feminista, lo que debería ser un motivo de alegría para nosotras. Pero a pesar de la potencia de la lucha emprendida y de las luces que brillan en la oscuridad, no dejo de tener un sabor amargo.

Mientras el movimiento feminista lo está dando todo contra esta violación de nuestros derechos reproductivos (y no es para menos), hay otro ataque frontal a estos que está pasando desapercibido: la discriminación en el acceso a la reproducción asistida en el sistema público a las mujeres sin pareja masculina (parejas de lesbianas y mujeres solas).

Si bien hubo una respuesta feminista este verano, lo que me ilusionó, ante el revés de la ley del aborto, ha quedado en segundo plano, si es que no se ha desvanecido de nuestra agenda política definitivamente.

La cuestión de clase es fundamental: un tratamiento privado de reproducción asistida puede costar entre 2000 y 8000 euros, y quienes tengan medios económicos podrán seguir abortando en condiciones de seguridad

Y creo que ambos asuntos deben ir de la mano en la reivindicación de los derechos reproductivos, pues ambos violan un derecho fundamental y tienen igual relevancia y urgencia. Ambos son, al fin y al cabo, las dos caras de la misma moneda.

El control sobre los cuerpos y la reproducción de las mujeres es función patriarcal y capitalista, pues el papel de la mujer como reproductora de la fuerza de trabajo y como madre de los hijos de los hombres, está en la base misma del sistema.

Tuve el placer de escuchar a Sivia Federici en un momento en que estaba reflexionando sobre estas cuestiones, lo que me ayudó entender diversos aspectos de este tema. Las distintas formas de ejercer este control pueden tener distinta dirección, aunque el mismo sentido. Mientras en unos países o en unos grupos sociales se persigue y controla el aborto, en otros se aplica la esterilización obligatoria. O, como está ocurriendo en el Estado español, a un sector de la población se le quiere impedir decidir abortar y a otro impedir el libre acceso a la maternidad.

El sistema necesita controlar no sólo la cantidad, sino también la forma en que se realiza la reproducción de la mano de obra. No le vale cualquier manera de reproducirse: más pobres o más gentes educadas fuera de su control, pueden ser un peligro para el status quo y no son de su agrado.

La cuestión de clase es fundamental en las medidas discriminatorias que nos ocupan. Al sacar la reproducción asistida del sistema público, se impide el acceso a ésta a las mujeres que no tienen medios suficientes para recurrir a la sanidad privada, donde un tratamiento puede costar de media entre 2000 y 8000 euros. Quienes tengan medios económicos podrán seguir abortando en condiciones de seguridad y acudir a las carísimas clínicas de fertilidad. Así pues los derechos reproductivos dejan de ser tales para convertirse en privilegios.

La construcción de familias y la crianza sin hombres desde la elección y el deseo, supone una subversión radical de la estructura social; una patada al patriarcado

Federici dice también algo que me interesa mucho: que el feminismo se ha centrado más en las reivindicaciones por el derecho al aborto que en la construcción de maneras alternativas de maternidad y crianza (y creo que hay muchas formas posibles). Lo que podría ser a la larga un elemento de desestabilización del sistema patriarcal-capitalista.

En la cultura occidental, desde tiempos clásicos, el padre es el dueño de la descendencia y la mujer es un mero receptáculo de la progenie. La figura del “pater familias” aún sigue siendo el centro de la familia tradicional.

Por todo esto, la discriminación a bolleras y a mujeres sin pareja masculina no tiene nada de ingenua ni de aleatoria. Que las mujeres sean madres al margen de los hombres, que se reapropien de sus cuerpos y de sus criaturas, es un asunto que no agrada a los sectores conservadores. Y por algo será, porque malos está claro que son, pero tontos no tanto.

La construcción de familias y la crianza sin hombres desde la elección y el deseo, supone una subversión radical de la estructura social. Le da una patada a la esencia misma del patriarcado: la autoridad paterna, la autoridad masculina. Al menos dentro de la familia, el agente socializador por excelencia, lo que no es poco.

Recuerda al sentido político del lesbianismo. Es una de las pesadillas para el patriarcado: mujeres que se enrollan entre ellas, mujeres que tienen hijxs sin hombres… Una amenaza para la supervivencia del papel del “macho”, del cabeza de familia, un descoloque total. Ya no es protagonista, ya no es imprescindible, nosotras hacemos lo nuestro. Con semen de donante podemos quitarnos de encima para siempre a maltratadores y a jueces fascistas, con su SAP y su custodia compartida impuesta. Un mal trago para ellos.

No obstante, de las discriminaciones que las lesbianas somos susceptibles de sufrir (y sufrimos), esta es la más flagrante que se nos ha venido encima en los últimos años, en los que se han conseguido grandes avances en materia de igualdad legal. Porque este ataque, que tanto temo pase inadvertido para la mayoría de las compañeras de lucha, legaliza una vez más la desigualdad de derechos. Y esto no lo vamos a admitir.

Por ello, el movimiento feminista debe ser capaz de responder a esta agresión aquí y ahora. Y de dar a este asunto, que atañe a las bolleras que quieren ser madres y a quienes están fuera de la monogamia heterosexual obligatoria, el lugar importante y prioritario que le corresponde.

La discriminación en el acceso a la reproducción asistida debe abordarse conjuntamente con la reivindicación por el derecho al aborto, pues además de ser un asunto de primer orden, forma parte de los derechos reproductivos.

Aunque entiendo que nos están atacando desde muchos frentes, que desafortunadamente no somos nosotras quienes marcamos el calendario y que no siempre es fácil articular las respuestas, no quiero dejar de apuntar la necesidad de que la agenda feminista aglutine las reivindicaciones de todos los colectivos que forman parte del movimiento, incluidas las lesbianas, lxs trans, las trabajadoras sexuales, domésticas, mujeres sin papeles, etcétera.

Es igual de prioritario y necesario que todas clamemos por el derecho al aborto como que lo hagamos por el derecho a preñarnos en la seguridad social sin un maromo al lado. Porque es la misma lucha y porque si nos tocan a una nos tocan a todas.

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