Puedes llamarme Dista: Tremen-Dista.

Puedes llamarme Dista: Tremen-Dista.

Y un buen día tu no-relación te dice que se va de viaje con sus amigas, incluida su exnovia. ¿Soy la única que en una situación así se entrega a la paranoia?

itsaso

Ante la siguiente pregunta, por favor haga una X en la opción que considere oportuna: ¿Qué es la vida? A)Un frenesí B)Una ilusión C)Una sombra D)Una ficción E)Un sueño F)Todas son correctas G)Otras. Y el caso es que, por muchas opciones de este cariz que baraje de vez en cuando, yo sé que la vida no es más que una estúpida coincidencia culminada por exageraciones tremendistas enlazadas entre sí. Al menos la mía. Y como somos todas del mismo club, ¡generalicemos! Pongamos, es un suponer, que empiezas a salir con una chica. Salir en el sentido más literal y menos metafórico de la palabra. Salir a la playa. Salir a la calle. Salidas de ese tipo. Porque parece que todo el mundo teme salir con otra gente. Y me refiero a salir, del verbo “SALIR CON” en mayúsculas, lógicamente. Las habitantes terráqueas de esta era no quieren relaciones. Ni planes. Ni compromisos. Ni ataduras. Ni paratodalavidas. La gente sólo quiere fluir. Y a mí me parece bien. Entre otras cosas porque yo también soy la gente, pero sobre todo porque me han educado para ser complaciente. (Y sin haberlo deseado, me ha salido un pareado). Aunque en realidad, a una, a veces, le da por pensar que siendo animales sociales interdependientes, lo de negarse a forjar relaciones es un sinsentido. Todo es una relación. Subir al autobús y hablar con la conductora, elegir sentarme en un asiento u otro según quién tenga al lado y cómo huela, dejar a la niña de turno dar al botoncito de “próxima parada”, quedar con mi abuela para comer pizza de microondas, acompañar a mi madre a comprarse un vestido, encontrarme con aquella chica a la que no recuerdo bien qué hice, pero de golpe y porrazo dejó de hablarme (seguro que con razón)… Más estrechas o más distantes, todas las interacciones que tenemos en nuestros días, son relaciones. Y quien denomina “relación” sólo al vínculo de letargo-racional que se da en las historias amorosas, se equivoca. O al menos eso pienso hoy. El caso es que imaginemos que yo tengo una no-relación de esas sin etiquetas, pegatinas o reglas establecidas. Sé que para quienes me conocen, el mero hecho de imaginarme en una no-relación, teniendo en cuenta mi currículum, es difícil e incluso gracioso, pero finjamos por un momento. Ahora pongamos que este adorable ser que me quita el sueño con sus perjúmenes, decide irse en un viaje de un puñado de días a visitar a unas amigas a… ¿Extremadura? Por ejemplo. (Un saludo a todo el mundo de Extremadura. Maravillosa tierra con maravillosas personas). El viaje lo hará con su exnovia. (¡¡Gritos, aplausos, carcajadas!!). Lo que empieza siendo un trayecto de bus amenizado por mensajitos melosillos aquí y allí, termina con un silencio sepulcral sin feedback alguno por su parte. Vamos a ver: ¿qué es lo primero que se nos pasa por la cabeza? Un, dos, tres, responda otra vez: A) Se ha pillado los dedos en la puerta del bus y no puede escribirte. Se ha quedado encerrada en el WC del bus y al no conseguir salir, se pasará el resto de su vida allí metida amenizando los trayectos con gritos de socorro. C) Se ha quedado sin batería y se ha olvidado el cargador. D)Se le ha roto el teclado. O la pantalla. O el teclado y la pantalla. E) Todas son correctas. F) Otras. Bien. ¿Hay algún alma cándidamente ingenua que haya elegido alguna de las opciones anteriores? Parecen totalmente normales, comprensibles, razonables y posibles. Pero en general, seamos francas: no nos convencen. La idea que cualquier histérica como yo vería como única y exclusivamente cierta sería la de: “En el idílico trayecto sin aire acondicionado por carretera provincial, entre tanto traqueteo se ha re-enamorado de su ex, están montándoselo en el baño, la conductora las ha pillado y las ha dejado tiradas en el arcén a modo castigo, porque en el bus el sexo está mal visto. Ellas, que han re-encontrado su amor en la ex-planada castiza a 4875394 grados a la sombra, ajenas a todo, pagan una habitación de un club de carretera y se pasarán allí días y noches hasta que sus clítoris dejen de tener sensibilidad”. ¿Es esta la opción más probable, sí o sí? ¿A que todas habíais pensado algo similar? Y es que yo no sé los vuestros, pero mis pensamientos sólo tienen una cosa en común: el tremendismo exagerado. Yo no sé si estoy mal hecha. Mal educada. Mal criada. Mal relacionada. Mal socializada. Si simplemente soy una malpensada de mierda, o si por el contrario, soy intuitiva. Pero por alguna razón que desconozco, no puedo evitar “ponerme en lo peor”. Y entrecomilleo “ponerme en lo peor” porque soy fiel seguidora de las teorías del poliamor y en realidad sé que de trabajarlo, podría gestionar divinamente cualquier situación irregular(mente común) que se dé en mis no-relaciones. Pero ese es otro tema. Hubo un momento en mi vida, en el que me convencía a mí misma de que lo de “ponerme en lo peor” era una mera forma de protección. “Seguro que pierdes el autobús”. “Seguro que no te cogen en ese curro”. “Seguro que no te cabe la XL”. Una especie de táctica donde me ponía en lo peor, para no salir mal-parada y posteriormente me alegraba cual niña de seis años aceptada en el equipo de fútbol si la cosa salía bien. Pero es que la vida me va dando pistas que no puedo ignorar. En mi breve pero intensa existencia, la duda no existe: cuando algo tremendamente rocambolesco puede suceder, sucede multiplicado por mil. Porque además, me apuesto las uñas de los pies a que, casualidad de casualidades, con sus clítoris insensibilizados, de camino a la gasolinera de turno a comprar fosquitos (el pastelito más enrollado), se encuentran un riachuelo de petróleo, en el que hay un capazo, con una niña recién nacida dentro que lleva una nota cosida al pijama que dice “Mi madre biológica quiere que sea educada por una pareja de lesbianas del norte”. Y entonces se la llevan con ellas. Se casan, son felices, y comen fosquitos. Y además, por supuesto, me invitan a la boda y quieren que sea madrina de la niña en cuestión. Porque a pesar de los pesares, gracias a esa fugaz relación conmigo, han abierto los ojos y han sabido reconocer el amor al re-encontrarlo. Por lo tanto yo paso a ser un pilar básico en sus vidas. Y quieren tenerme presente en los momentos importantes en los que se den culminaciones de su amor familiar. Los primeros piercings de la niña. La elección de tampones en su primera menstruación. El cambio a la copa menstrual cuando tome conciencia. Y yo, tonta de mí, accedo. Porque he sido educada para ser complaciente y voy donde me lleve la corriente. (Este pareado ha sido introducido con calzador). E intento mantener la ilusión y la esperanza. Y sigo creyéndome mis propias teorías sobre lo que es justo y lo que no, lo que merezco y lo que no. ¿Cuándo voy a darme por enterada? La vida no es justa. Nadie merece nada. Los viajes de ex siempre terminan en polvo, y esto no tiene nada que ver conmigo. “Además”-me digo a mí misma- “estas historias te pasan por ir de moderna cuando eres una anticuada. Por ir de liberal y segura de ti misma, y no preguntar cuál es su situación actual con su ex. Pero sobre todo, es ridículo negar que la base de toda esta inseguridad reside en no tener whatsapp“. Si hubieras apostado por tenerla controlada desde un principio viendo a qué horas se conecta, y durante cuantos minutos, le hubieras puesto las vacunas, el microchip y las investigadoras privadas pertinentes, ahora no estarías escribiendo esta mierda retorciéndote de incertidumbre en pijama de flores mientras ves The L Word. Porque sabrías, qué duda cabe, que la única opción posible sería que estuviera liándose en un baño público con la detective privada. Pero todo esto es sólo un suponer que ilustraría, de ser cierto, el dramatismo en sangre que se maneja en la era tecnológica de hoy en día. Y yo en realidad no recuerdo bien qué quería contar en el inicio de esta sesión terapeútica. Por favor que desenchufen la máquina. Yo no exagero. Yo sólo pienso, deduzco, y narro.

ACLARACIÓN post paranoia: al final lo que siempre suele pasar, es que la siesta de la susodicha se ha alargado o que se le ha olvidado el teléfono en el bolsillo de la chaqueta que se ha dejado en el tractor. Amarillo. Pero la loca no soy yo. ¿No? ¿No? ¿¿Noooo?? Me impacta que la gente viva tranquila. No consigo entender cómo se hace.

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