Exageradas

Exageradas

He llegado a la conclusión de que se les escucha más a ellos. No son, por el hecho de ser hombres, más listos ni más cultos. Hay mujeres incultas, mujeres tontas e incluso mujeres malas. Pero el sexo no determina ninguna de las cualidades anteriormente expuestas. Y, sin embargo, hasta en los círculos más progresistas su opinión parece siempre más importante. Tal vez porque las mujeres solemos ser más humildes en nuestras exposiciones. No lo sé.

09/09/2013

María del Vigo

Hasta en esos círculos, los de los hombres y mujeres que sueñan con un futuro mejor, se escuchan comentarios despectivos, burlones, machistas, que se acaban excusando porque era una broma y yo soy una exagerada.

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¿Es machista la sociedad española? Sin lugar a dudas: sí.

No me vengáis con la demagogia barata de mandarme a Latinoamérica o al mundo árabe. Que otros traten a las mujeres peor que vosotros no os convierte en buenos.

¿Podemos arreglarlo? Sí. ¿En cuánto tiempo? Un par de generaciones, tal vez. Cuando los hombre se enorgullezcan de ser sensibles.

Entre tanto yo paseo en bicicleta y tengo que aguantar que un depravado me grite desde la acera “¡ole ese potorro ahí… restregándose contra el sillín!”.

¿Se puede ser más burdo? Ni esforzándose.

Y me voy llorando, calle abajo, pensando en que ojalá tuviera yo la fuerza de un hombre para poder partirle la boca a ese malnacido. Pero no la tengo, y él lo sabe. Por eso se siente, seguramente, en disposición de agredirme, insultarme y faltarme al respeto.

No sé cuál es su objetivo, ni qué satisfacción le puede producir, ni cómo defenderme.

Más tarde me enfado conmigo misma por haber dejado que la actitud de un tarado me afecte hasta hacerme hervir la sangre y hacer aflorar los sentimientos más primarios de todo ser: esa violencia irracional, carente de sentido, pero al mismo tiempo más fuerte que una misma.

¿Y qué sucede si de repente hay un tipo va aún más allá y cruza la raya del insulto verbal?

Hace poco más de un año, otro desgraciado me tocó la vulva delante de toda una fila de antidisturbios. Imaginad mi cara. Busqué refugio con la mirada en la “autoridad”. Unos miraron indiferentes y otros esbozaron una sonrisa. Nadie se movió. Anduve hacia el agresor, le insulté, descargué mi rabia. Y los viandantes me miraron como si la loca fuera yo.

Lloré. De nuevo. Exagerada de nuevo. Claro.

Se lo cuentas a los amigos íntimos, a los que sabes positivamente que te quieren, y “bueno mujer, no te hagas mala sangre por eso”.  Y concluyo que no entienden nada, ni lo entenderán jamás del mismo modo que lo entendemos nosotras, porque, simplemente, no llevan siglos sufriéndolo, no sienten la invasión, no saben de lo que hablamos. Les hace hasta gracia la situación. Y yo soy una exagerada.

¿Qué da a los hombres esa sensación de superioridad? ¿Saberse más fuertes físicamente o saber que, de uno u otro modo, tienen el respaldo de esta sociedad de valores putrefactos? Tal vez influyan también comentarios como los del amigo Toni Cantó, asegurando que –ojo- el “lobby feminista” defiende falsas denuncias de agresiones sexuales. O las de la caradura de Ana Mato, agarrándose al discurso de la igualdad de género para defender haber sido cómplice de las corruptelas de su marido. Apañadas estamos.

Me criaron como a una persona, no como a una mujer. Por eso soy capaz de ver personas y no hombres o mujeres. Por eso muchos amigos me dicen que soy como uno tío más en la cuadrilla. No soy un tío más, soy una persona más. Parece que hasta se les hace raro ver a una mujer como a un igual.

Me da lo mismo tu escote, tu barba, tu sexualidad, tu depilación. Porque me importas tú. Y te alabaré o criticaré en función de tus actos, seas hombre o mujer.

¿Podrías, por favor, intentar hacer lo propio?

Tus nietas lo agradecerán.

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