Una maternidad patrocinada

Una maternidad patrocinada

El mercado laboral cierta herméticamente las puertas a las madres. La sociedad sigue entendiendo la maternidad como algo incómodo y la paternidad como un minitrabajo de fin de semana.

07/06/2013

Fotógrafo: Oscar Ordenes

Fotógrafo: Oscar Ordenes

Gessamí Forner Vallés

He agotado la prestación de desempleo. Ahora, cada vez que gasto dinero me lo pienso dos veces, ya que aunque técnicamente los ingresos de mi marido son bienes conyugales, se me hace duro pensar que dependo económicamente de él y que, probablemente, así seguirá siendo durante los próximos meses.

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Cuando nació nuestra hija, me di el plazo de un año para empezar a buscar trabajo y así poder dedicarme a su cuidado. Nuestro sueño era que luego mi marido me relevaría de las funciones de súper mamá.

Hace un año sonó la flauta y por una carambola del destino conseguí una entrevista para el puesto de trabajo de mis sueños. La entrevista transcurrió del siguiente modo:

Jefe: Veo que tu currículum encaja en lo que estamos buscando. Bla, bla, bla…

Gessamí: Ajá. Bla, bla, bla…

Segunda pregunta del jefe: Y ahora en confianza, Gessamí, ¿estás soltera? ¿Casada? ¿Hijos?

Gessamí: Casada y con una hija. No queremos tener más y, si consigo el puesto, mi marido dejará su trabajo para dedicarse a cuidar de la niña.

El jefe sólo escuchó “casada y con una hija”, y no entendió nuestro magnífico plan de pareja, que mi marido dejaría su trabajo para cuidarla

Para mi sorpresa, aquél hombre sólo escuchó las cinco palabras “casada y con una hija” de la frase ensayada en casa y no entendió nuestro magnífico plan para una pareja como nosotros, cuyos familiares más cercanos están a 600 kilómetros de distancia, aunque contamos con la fantástica ayuda de una guardería. Y es que ¿cómo un hombre de su edad y condición iba a considerar que otro de sus congéneres se convertiría en amo de casa y papá a tiempo completo para que su mujer saliera a la selva laboral a cualquier hora y cualquier día, ya que así es el periodismo? Su interés por mi cayó en picado y el resto de la entrevista (casi toda la entrevista) no resultó de su agrado.

Ser mujer es un problema en entornos laborales masculinizados: menos promociones internas, menos sueldo, más tareas ingratas y, lo que peor llevaba cuando trabajaba en una redacción, un machismo camuflado de paternalismo sofocante por parte de algunos compañeros, jefes y fuentes informativas. Y ser mujer y madre en ese contexto es todavía peor: el mercado laboral cierra sus puertas herméticamente. Eso era algo que ya olía cuando trabajaba tras observar una sospechosa ausencia de madres a mi alrededor.

Pocos meses después de nacer nuestra hija, el programa televisivo Redes emitió un interesante capítulo sobre la natalidad en Europa. Un demógrafo alertaba de que precisamente los países más católicos, España e Italia, presentaban los índices de natalidad más bajos. Un contrasentido sociológico, dado el empeño religioso por traer hijos al mundo, que el demógrafo explicaba de un modo muy sencillo: ambas culturas siguen sin asumir el rol de la mujer como trabajadora, por lo que el mercado laboral sigue diseñado para personas sin cargas familiares o con parejas (femeninas casi siempre) que se hacen cargo de la prole.

En Alemania, las grandes empresas ya están ofreciendo un extra para que la madre trabajadora se reincorpore en cuanto pueda; sale más barato que contratar y formar a una nueva persona

Si a los horarios infernales les sumamos un permiso de maternidad ridículo, que termina cuando el bebé cumple tres meses y veinte días y la madre todavía tiene las hormonas del revés, la trampa está servida.

A mi chico, que es alemán y proviene de una región de tradición protestante, no le parece extraño que cuide de nuestra hija a tiempo completo, como tampoco ve nada raro en el hecho de que los padres se queden en casa. Él entiende que los progenitores, con independencia de su sexo, deben cuidar de su propia prole y que los largos vacíos en los currículos son necesarios para el correcto funcionamiento familiar y desarrollo social (las criaturas que pasan tiempo con los padres son mejores personas, una sociedad con niños es una mejor sociedad). Además, para consolarme cuando me entra la neura económica, me recuerda que cuando se mudó a Bilbao para estar juntos él no tenía trabajo ni hablaba una sola palabra de castellano, y que entonces yo le mantuve y le asigné una paga mensual (la mitad de lo quedaba de mi sueldo tras descontar facturas, comida, gastos, etc.).

Y es que los alemanes son curiosos: se convierten en unos padres muy desapegados cuando el retoño cumple 18 años y se va de casa. Sin embargo, cuando los hijos son bebés, en muchos casos los crían íntegramente en casa hasta que cumplen tres años, momento de ir al Kindergarten (escuela infantil). Por eso, aunque el permiso de maternidad sólo sea de catorce semanas (con el 100% del sueldo), puede alargarse doce meses más sin problemas (con el 67% de la nómina) e incluso hasta los tres años de la criatura (ya sin sueldo). Además, por cada hijo nacido las familias reciben 250 euros mensuales del Estado con independencia de los ingresos y hasta que termine los estudios, incluidos los universitarios.

Aún me cuesta perdonarme a mí misma por dejar un trabajo con condiciones lamentables para poder tener un bebé y cuidarlo como se merece. Lo que entonces era valiente, en tiempos de crisis parece un suicidio profesional

¿Problemas? ¡Muchos! Pero para el sector privado. Las empresas se dan cabezazos contra la pared porque constantemente pierden durante mínimo un año a sus mejores trabajadores. Trabajadoras, en la mayoría de los casos. Así que el sector privado se ve obligado a contraatacar al Estado y las grandes empresas ya están ofreciendo un plus de entre 300 y 600 euros mensuales para que la madre trabajadora deje a su hijo a cargo de terceros (o del padre) y se reincorpore a la empresa en cuanto pueda. Pagar ese plus les resulta más barato que contratar a una persona nueva y formarla. Los alemanes, siempre pensando a largo plazo.

Si viviera en Alemania, probablemente la entrevista de trabajo hubiera ido de otra forma y el jefe de turno hubiera insistido en mis habilidades profesionales, o la falta de ellas. Pero en cualquier caso mi currículum no chirriaría a la vista. Y aunque el país teutón no está libre de machismo, ni de paternalismos, entienden la vida familiar de una forma mucho más sana que la nuestra.

Todavía hoy me cuesta perdonarme a mí misma, que un día elegí dejar un trabajo en el que dejé de prosperar y cuyas condiciones eran lamentables para poder tener un bebé y cuidarlo como se merece. Lo que entonces me pareció inteligente y valiente, en tiempos de crisis parece un suicidio profesional.

Y es que en un mercado laboral caracterizado por el enchufismo y la inmovilidad, la libertad de decisión es una quimera. Por eso las madres que queremos volver a trabajar tenemos que reinventarnos profesionalmente durante el impasse de la maternidad.

Ojalá no fuera todo tan difícil. Ojalá fuéramos todos (y todas) más conscientes de que las empresas deben cambiar para ser más eficientes y productivas y que ello pasa por incluirnos a nosotras, las mujeres y las madres. Y también debemos de dejar de pensar en las madres como en algo incómodo y en la paternidad como en un minitrabajo de fin de semana, en vez de exigir poder llegar a casa a una hora razonable porque las fieras ya han regresado de la escuela.

Me educaron para ser una mujer económicamente independiente y, aunque ahora trabajo muchísimo y no cobro ni un duro, sé que algún día volveré al tajo remunerado. De momento, tal y como me dijo una mujer sabia recientemente, soy una madre patrocinada (por maridín, porque nuestro fantástico Estado del Bienestar apenas ha aportado nada).

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