Put the blame on mame, boy (o la culpa fue del patriarcado)

Put the blame on mame, boy (o la culpa fue del patriarcado)

Participa en Pikara: participa@pikaramagazine.com

25/06/2013

julia lindbeck

Me llamo Julia. Soy de Madrid, tengo 35 años, los ojos marrones, el pelo enmarañado y un cierto bigote. Hablo cinco idiomas, y por cosas de la vida estudié un sexto y un séptimo que adoro y sólo chapurreo porque son muy complicados y difíciles de practicar: japonés y vietnamita. Estudié dos carreras, derecho y filología, porque podía y me gustaba mucho, la literatura y las lenguas. He trabajado en Madrid, en Italia, en Vietnam, en Filipinas, en Camboya y de vuelta a Madrid. He trabajado siempre en derechos humanos y desarrollo, últimamente desde hace dos años, ineludible y apasionadamente en derechos de las mujeres. También he sido pizzera, camarera, buzoneadora, encuestadora y profesora de español. Me gustan Cortázar y Safran Foer, la Shica y Mildlake.  Toda esta retahíla de historias soy yo. Me gustan los hombres y me he enamorado de algunas mujeres. Estoy con una persona a quien quiero mucho. Y desde hace treinta horas y diez minutos, estoy desempleada.

Mi jefe llegó y nos dijo a una compañera y a mí: “Se ha propuesto vuestro despido”.  Se ha propuesto, es una fórmula muy bonita del se impersonal. Significa otros, un foco de poder diluido en otros que nos consideran prescindibles. Y eso está bien. Para eso hay juntas directivas, patronatos, asambleas, y órganos que deciden cómo y con quién gestionar una organización, una empresa, una multinacional.

suscribete al periodismo feminista

El por qué es evidente. Hay pocos fondos, para cooperación,  el presupuesto público ha sido recortado un 70% en el último año, no hay hueco para todos, hay que optimizar recursos. Y somos prescindibles.

Yo me encargo de gestión económica y, dado que mi perfil era muy interesante y tenía una trayectoria,  iba a llevar “otros temas”. Esos otros temas, se fueron convirtiendo en género, porque era un espacio que no se trabajaba y me apasionaba. Porque no se puede hablar de derechos sin verlo desde los feminismos. Porque no se puede hacer una crítica al capitalismo como modelo sin ver cómo está profundamente relacionado con el heteropatriarcado y las relaciones de poder.

Sin embargo, afortunadamente, hay muchas personas que trabajan este tema. Y el seguimiento económico, se puede redistribuir. Así que somos prescindibles. We have to let you go. Vete. Que te vayas.

En las horas siguientes, sin embargo, estaba un poco incómoda. No por el hecho en sí, encontraré otro trabajo, yo también quería un cambio, tengo varios proyectos, nena tú vales mucho… Pero me preguntaba si tenía relación con un proceso del último año y medio. Cuando de pronto un día empiezas a cuestionarte por qué sonríes tanto, a todo el mundo. Por qué modulas la voz, amablemente, con todo el mundo. Por qué aguantas que te digan cosa como “esta niña tan simpática”. Por qué respondes tú más veces al teléfono y abres la puerta, si todos estamos en el mismo espacio. De pronto, un día empiezas a ver que no tiene sentido que diez años después, en otro trabajo totalmente diferente sigas siendo tú quien rellena las bases de datos, prepara los sobres de envíos, redacta las cartas o se encarga de que haya agua en las conferencias. Tú sola no, tu compañera también lo hace. Eso es muy agradable. Al menos somos dos. Alguien tiene que hacerlo. Pero es un poco molesto pensar por qué te sale espontáneamente a ti, a nosotras.

Repasas y te das cuenta que prácticamente siempre pasas tú el micrófono en las charlas, lo que está muy bien, porque nos gusta mucho que intervenga el público, es fundamental, para eso organizamos actos, ¿no? También repartes los auriculares a la entrada y eso hace que no puedas escuchar del todo bien las charlas, aunque hayas sugerido tú a las ponentes y te hiciera una ilusión bárbara. Empiezas a darte cuenta de que tu jefe te corrige en público, que en las reuniones presenta tus temas él  y no te da la palabra. Que desde la mesa que él presenta te llama a gritos a ti o a otras compañeras, por el micrófono, cuando falta algo.

Te das cuenta de que tú compras el papel higiénico, contratas a las limpiadoras, haces las fotocopias, ordenas las cajas en la mudanza de la oficina. Que incluso, totalmente voluntariosa y sin coacción ninguna, le montas la silla nueva a tu compañero porque él está muy ocupado escribiendo o investigando y al final qué más da.

Mientras, también vas a conferencias, das charlas, impartes clases y escribes artículos. Lo sueles hacer los fines de semana, porque en el día a día no da para más. Lo disfrutas y te siguen llamando. Tus compañeros leen los artículos y les gustan mucho y te hacen comentarios. Te citan en los agradecimientos de los suyos. A veces tú preparas cosas para que ellos las digan, en otros espacios. Te dejan los huecos sobre género, porque es tu tema.

Cada vez más en sus artículos hablan de derechos de las mujeres. Empiezan a ver un vínculo entre el heteropatriarcado y su relación con el capitalismo. Empiezan a incorporar en el discurso los cuidados y el pro común.

Son muy agradables, y muy inteligentes. Tenemos conversaciones interesantes y disfrutamos a veces.  Hablan un poco entre ellos de sus cosas, pero no comparten mucho contigo la información, porque tú no estás en esos espacios. No vas a tantos lugares, porque no en tantos lugares se habla de género y para los otros temas ya están ellos. Ellos son imprescindibles porque leen más que tú, escriben más que tú, saben más que tú, conocen a más gente que les presenta a más gente, que organiza más cosas.

Se van a comer juntos, todos los días, y se habla en la comida, en restaurantes de menú del día, de la agenda, de las decisiones, de las direcciones a tomar. Tú no estás, porque comes de tupper, porque ganas menos. Y porque te gusta cocinar y la comida casera, qué diablos.

Luego no te lo cuentan, porque ya lo han hablado, y están muy ocupados para hacer reuniones internas, que es una pérdida de tiempo.

Así que un día empiezas a enrabietarte. Estás harta de recoger los restos de la fiesta después de las conferencias. Te sale de dentro. Te das cuenta de que no quieres seguir siendo tú quien lleva las cartas a correos y pierde las mañanas en las colas. De que a ti también te gusta leer e investigar y dar charlas y hacer presentaciones. Que los informes de gestión no te corresponden en exclusiva. Que también te gusta trabajar desde casa algunas veces. Te enfadas contigo misma, porque efectivamente nadie te ha obligado. Lo has ido asumiendo tú, suavemente, igual que modulas la voz en las reuniones y todos los demás lo han dado por hecho. Tranquilamente. Sin dolor.

Cuando lo planteas, te dicen que no es verdad. Que estás creando un clima invivible. Que es mentira que ganes menos. Te dicen incluso, que trabajan mucho, que no ven a su familia, que están agotados, que eres muy violenta. Te dicen que no les toques los cojones (sic) y que hagas un poco de autocrítica.

Mientras, seguimos escribiendo de políticas públicas, del capitalismo voraz que apisona, de la solidaridad, de los derechos, de la desigualdad.

Un día, hace treinta horas y treinta y seis minutos, te dicen que estás despedida, que te van a sustituir a ti y a tu compañera por otras personas. Y entonces, un poco aliviada, piensas en ese poema de Manuel Rivas que leíste una vez: “No importa donde vayas, todo esto vendrá también”. Piensas que sí, eres prescindible y eso es muy bueno, porque otras llegarán y ocuparán tu puesto, y seguirán peleando  los espacios. Cada una a su manera.  Y que te sientes muy bien con haber dejado de sonreír tantísimo. Que ya no hay marcha atrás y que sí,  prefieres la confrontación.

Llámalo como quieras, pero la culpa es del patriarcado. Y le queda bien poquito.

Y aquí os lo cuento por si os sirve.

Download PDF
master violencia de género universidad de valencia

Artículos relacionados

Últimas publicaciones

ayuda a Gaza
Download PDF

Título

Ir a Arriba