La extraña dualidad del ‘tercer sexo’ en India

La extraña dualidad del ‘tercer sexo’ en India

Solicitadas para dar buena suerte en ceremonias religiosas, travestis y transexuales se enfrentan al mismo tiempo a la rigidez de una sociedad que las condena a abusos policiales, mendicidad y prostitución, a menudo bajo el control de mafias

Texto: Zigor Aldama
17/05/2013
Una travesti busca clientes en las carreteras de un suburbio de Delhi./ Zigor Aldama

Una travesti busca clientes en las carreteras de un suburbio de Delhi./ Zigor Aldama

Christy Raj nació mujer en Mumbai hace 26 años. Sus padres no podían cuidar de ella, así que, como suele suceder en las películas, la abandonaron a la puerta de una institución municipal envuelta en una manta. Allí espero un par de meses hasta que, de forma irregular porque la ley india no lo permite, una transexual la adoptó. Raj no sabe si eso pudo haber influido en ella, pero lo cierto es que en la adolescencia comenzó a sentirse un hombre. “Curiosamente, mi madre adoptiva, que era transexual de hombre a mujer -como sucede en el 96% de los casos en India-, no me comprendió ni aceptó mi decisión de comenzar a vestir como un hombre”, recuerda. Así que dejó los estudios y escapó de casa.

Raj sólo conoce a un hombre transexual operado en India. La intervención cuesta más de 60.000 euros y los padres de su novia se la exigen para aceptar su relación

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Viajó hasta Bangalore, a más de 1.000 kilómetros de distancia, con el firme propósito de comenzar una vida nueva. “Me corté el pelo, compré unos vaqueros de hombre, y me puse un corsé para disimular mis pechos. Descubrí varios colectivos de travestis y transexuales, y comencé a ser yo mismo. Porque no soy lesbiana, como se empeñan en decir muchos. Soy un hombre”.

Así lo considera también su novia, Maahi, de 21 años. “Mantenemos una relación heterosexual normal”, asegura con una mirada desafiante que le cuesta relajar. “Que todavía no haya llevado a cabo la operación de reasignación de género no es importante. No me importa que no tenga pene. De hecho, nuestras relaciones sexuales ahora creo que son mejores que las de una pareja normal. Pero él quiere ser un hombre completo y yo le apoyo”.

Raj emigró de Mumbai a Bangalore para poder vivir como chico trans./ Z.A.

Por eso están ahorrando para poder pagar los 4,5 millones de rupias (más de 60.000 euros) que cuesta la cirugía, condición que han puesto los padres de ella para aceptar la relación, y presionan al Gobierno para que dé subvenciones a quienes se encuentran en la situación de Raj. “De momento, solo conocemos a una persona que haya pasado por el quirófano en India, y ahora es famosa. Es un hombre que está en tertulias y que se ha convertido en una esperanza para nosotros”, explica él.

La de esta pareja es, a pesar de todo, una de las historias más amables de las transexuales indias, que se enfrentan a una de las sociedades más rígidas del planeta. Y, por si eso fuese poco, la mayoría tiene que lidiar también con la inamovible jerarquía del colectivo del ‘tercer sexo’, que incluye a travestis, transexuales, y hermafroditas, término con el que se conoce a los hombres que se castran pero que no completan el proceso de cambio de sexo. Son las ‘hijras’, un grupo social ligado a la prostitución y la mendicidad que ha creado una secta cruel.

Odiadas semidiosas

Kalawati es la única gurú hijra que ha aceptado hablar para este reportaje. Es una transexual que hace una década se cambió de sexo. Eso le ayudó a escalar en la jerarquía de las ‘hijras’, y ahora dirige a una veintena de ‘aprendices’. Asegura que lo suyo no es la prostitución. “Yo vivo de forma respetable, y creo que hay que evitar que se ligue el ‘tercer sexo’ con la venta de sexo”. Sin embargo, reconoce que sí exige a sus discípulas que mendiguen. “Teniendo en cuenta que la sociedad nos niega cualquier posibilidad de acceder a un trabajo digno, creo que no hay nada de malo en ello”.

Kalawati, en el centro, junto con otras dos gurús Hijra./ Z.A.

Es fácil dar con sus discípulas. No hay más que esperar en algún gran cruce de carretera. Pronto aparecen travestis o transexuales, a quienes se oye desde lejos por las sonoras palmas que dan. “Es un elemento distintivo de nuestro colectivo. Damos palmas para que la gente sepa que somos ‘hijras’. Es una especie de protección porque muchos nos temen. Creen que podemos lanzarles una maldición, así que, si oyen las palmas, aflojan la cartera”.

Las transexuales viven una extraña dualidad social: son odiadas por ser diferentes, pero se solicita su participación en ceremonias para dar buena suerte

Resulta curioso que, a la vez, la bendición de una ‘hijra’ es considerada necesaria para que los recién nacidos y los recién casados tengan éxito. “Es una extraña dualidad social”, reconoce Kalawati. “Por un lado nos odian, porque somos diferentes, y, por otro, esa diferencia nos eleva al grado de semidiosas. Así que solemos acudir a las ceremonias para hacer ‘puja’ [un ritual de origen animista] y desear buena suerte”. Lógicamente, esos servicios se pagan bien. “Pero no tanto como el sexo. Por eso, la mayoría prefiere venderse en la calle y condenarse para siempre. Porque así jamás conseguirán liberarse de la esclavitud a la que nos condena la sociedad, ni la que impone el sistema que ellos mismos perpetúan”.

El control de las ‘hijras’

“De alguna forma, las ‘hijras’ acabaron con mi indefinición sexual y forzaron mi identidad. A mí me habría gustado ser un hombre bisexual, pero no he tenido opción”. Tamana, una transexual de Bangalore, se dio cuenta de que su vida ya no le pertenecía cuando entró a formar parte de la estricta comunidad ‘hijra’, liderada por gurús cuyas decisiones jamás se cuestionan. Comprendió entonces que se había condenado al escapar de casa para buscar su identidad sexual.

Rakshita nunca abandonó a su familia. Es una de las pocas transexuales de Bangalore que tiene un título universitario, y que ha rechazado integrarse en la comunidad ‘hijra’. “Yo nací hombre, pero soy una mujer. No tengo ningún problema de identidad, y no me interesa el mundo del ‘tercer sexo’. Quiero ser una transexual 100%”. A sus 22 años, ha ahorrado para pagar la operación de cambio de sexo y ha conseguido el beneplácito de sus progenitores. “No ha sido fácil, pero les he hecho entender que no tenían elección”.

“Los policías extorsionan a quienes están apostadas en la calle, y exigen pagos o servicios sexuales gratis. Solo van a por las transexuales, porque saben que a la sociedad no le importamos”

Como en muchos otros casos, Rakshita comenzó a cuestionarse su sexo cuando estaba en primaria. “En el instituto certifiqué mi condición de mujer, y en la universidad sufrí porque muchos compañeros me consideraban una muñeca con la que podían saciar sus necesidades sexuales. Mi orientación se convirtió en un secreto a voces, así que decidí dejarme llevar por mis sentimientos y comencé a pintarme las uñas y los labios”.

Rakshita tiene un título universitario y ha rechazado integrarse en la ‘hijra’./ Z.A.

Durante un breve período de tiempo incluso hizo algo de dinero extra en la calle, pero ejerciendo libremente. Entonces comprendió el peligro al que se enfrentaba. “Por un lado estaba la comunidad ‘hijra’, y por el otro, la Policía. Los agentes aparecen para extorsionar a quienes están apostadas en la calle, y exigen pagos de hasta 500 rupias (7 euros) o servicios sexuales gratis. Solo van a por las transexuales, porque saben que a la sociedad no le importamos. Si se niegan, van al calabozo. Allí son habituales las palizas y las violaciones, y diferentes organizaciones denuncian incluso asesinatos. Ni siquiera los abogados quieren representar a los transexuales, así que los crímenes quedan casi siempre impunes”.

La doble vida de un travesti

Esos abusos quedan patentes durante la conversación que Rajul, un travesti que se prostituye para sacar adelante a sus tres hijos, mantiene con este periodista. Es de noche en Delhi, y esta zona de una de las principales autopistas de acceso a la capital está frecuentada por transexuales y hermafroditas que ofrecen sus servicios sexuales. De repente, un policía en moto se detiene detrás de Rajul. Sin mediar palabra, y sin reparar en los interlocutores de este hombre, el agente le suelta un sonoro sopapo. Confrontado con el periodista, que toma su fotografía, el sorprendido policía trata de justificar su reacción asegurando que lo que Rajul hace en el arcén es ilegal y mancha la imagen de la ciudad.

Temeroso de que la discusión con el agente adquiera una dimensión desagradable, el travesti desaparece. Poco después asegura por teléfono que no haber pagado la ‘mordida’ exigida es la razón por la que ha sido golpeado, algo que refuta rotundamente el agente, que se niega a mostrar su número de placa. “Es el pan nuestro de cada día”, asegura Sanjana, uno de los travestis que acude habitualmente al centro de Deepshikha. Este hombre, que se siente mujer, tiene una doble vida. Fuera de casa es una coqueta mujer que se prostituye, pero en el seno de familia es un padre aplicado. “No he sido lo suficientemente valiente como para enfrentarme a las consecuencias que habría tenido convertirme en una ‘hijra’, aunque yo me siento mujer”, reconoce.

Rajul lleva una doble vida: padre de familia aplicado y travesti que se siente mujer./ Z.A.

Con 9 años comenzó a representar papeles de niña en funciones de teatro escolar. Lo hacía tan bien que le llegaron a pagar para hacer lo mismo en otros centros. A los 14 comenzaron a pagarle por otros servicios. “Me gustaban los hombres, así que cuando me ofrecieron dinero por mantener relaciones sexuales, acepté”. Sin embargo, esa otra vida la mantuvo en la sombra, lejos de la vista de su familia.

Cuando sus padres concertaron su matrimonio con una mujer, Sanjana -el nombre que utiliza cuando se traviste- no rechazó la unión. Ahora tiene cuatro hijos a los que adora. “Cuando tengo que hacer el amor con mi mujer, necesito forzar una erección y pienso en el culo de algún amigo”, cuenta entre risitas chillonas.

Pero su esposa no es tonta, y sospecha. “Le digo que lo de vestirme de mujer lo hago por trabajo, que en los clubes me pagan por entretener a los clientes de esa forma”. Lo cierto es que, a pesar de no estar castrado, Sanjana forma parte de la comunidad de las ‘hijras’ y va camino de convertirse en gurú. De momento, mantiene a la familia con los trabajos sexuales de los dos jóvenes travestis que tiene a sus órdenes. Harshita y Kanak hacen lo que él diga. Quieren convertirse en mujeres y no les importa lograr el dinero necesario para las operaciones con la prostitución. “Yo les ofrezco protección y, a cambio, ellos me pagan parte de lo que ganan. Lo veo justo”. A pesar de ello, Sanjana no se considera proxeneta. “Nuestra relación va mucho más allá”.

“Necesitamos leyes y políticas específicas”

La activista transexual Lakshmi Tripathi se reunió en enero con la ministra de Desarrollo de la Mujer y de la Infancia, Varsha Gaikwad. “Necesitamos leyes más duras contra el abuso sexual que sufren los transexuales, y diseñar políticas específicas que respondan a las necesidades educativas, sanitarias y de vivienda de este colectivo marginado”, dijo Tripathi.

“Además, la sociedad niega un empleo a miles de personas si su orientación sexual no es la convencional, un hecho que aboca a la prostitución y la mendicidad. Por eso, esperamos que el Gobierno tenga en cuenta a las transexuales en las medidas de protección a la mujer que está elaborando tras la violación y brutal asesinato de Amanat [una joven a la que un grupo de hombres torturó a bordo de un autobús en Delhi el pasado mes de diciembre, y que murió en un hospital de Singapur. Su caso ha provocado un agitado debate sobre el papel de la mujer india y la violencia a la que está expuesta]”.

Las ‘hijras’ que se prostituyen sufren una alta prevalencia de VIH y sífilis./ Z.A.

Nadie sabe cuántas transexuales viven en India. El Programa para el Desarrollo de Naciones Unidas (UNDP) estima que son más de 200.000, pero reconoce que se trata de un colectivo difícil de estudiar por el secretismo en el que se desenvuelve. Lo que sí deja claro un estudio realizado por este organismo a finales de 2010 es que la prevalencia del VIH -68%- y de la sífilis -57%- es muy elevada entre las ‘hijras’. La razón no es otra que la falta de información y de sensibilización en lo referente a las enfermedades de transmisión sexual. Una encuesta llevada a cabo en el estado de Tamil Nadu descubrió que el 81% de las ‘hijras’ que se prostituyen no utilizaba preservativo durante el sexo anal con clientes, y el porcentaje crecía hasta el 85% en el caso de sexo sin fines lucrativos.

Por si fuese poco, el uso de estupefacientes y de alcohol se dispara entre las transexuales, cuya tasa de suicidios multiplica por cinco la media de India. Además, los trastornos mentales severos son habituales. El informe de UNDP enumera algunos de los elementos que los provocan: “Vergüenza, miedo, y una transfobia subyacente en la fase de confusión inicial; inadaptación social y presión del círculo más cercano en el momento de afirmación sexual -conocido como ‘salir del armario’-; y miedo a la pérdida de relaciones y una limitación autoimpuesta en las aspiraciones personales, después”.

“No creo que exagere si digo que los transexuales componen el colectivo social más discriminado de India”, asegura Tajuddin Khan, director de Deepshikha, una organización local financiada por la española Ayuda en Acción, que lucha contra el estigma de gais y transexuales. “También tratamos de protegerlos contra las enfermedades. Les explicamos que la transmisión del sida por sexo oral o anal no es un mito, que puede suceder, y les explicamos cuáles son sus derechos para que se protejan de abusos policiales”.

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