Dentro de la pecera de la violencia

Dentro de la pecera de la violencia

La obra de teatro 'Peceras' intenta con éxito sumergirte en un estado de de incomodidad y desconfianza donde las relaciones interpersonales se tensan hasta el catártico estallido de violencia

05/03/2013

La octavilla que reparten en la entrada lo advierte muy claramente: “El contenido de la pecera puede herir su sensibilidad. Si abandona su interior no podrá volver a entrar. (…) Siéntase cómodo y disfrute. Se encuentra bajo nuestro control. Bienvenidos a Peceras”. Releí varias veces esas frases durante la larga espera en el hall, lo que, unido a la sucinta advertencia de la persona que me recomendó ir (“yo salí enfadadísima”), me fue poniendo cada vez más nerviosa. Eso es precisamente lo que intenta con un incuestionable éxito esta obra: sumergirte en un estado de incomodidad y desconfianza donde las relaciones interpersonales se tensan hasta el catártico estallido de violencia.

Carlos Be, el autor y director de la obra, relata que después de una representación en Vitoria, se produjo un intenso debate con integrantes de un colectivo feminista. Las activistas consideraban que en estos momentos resulta ya innecesario recurrir a una pedagogía tan directa y revulsiva para hablar de la violencia contra las mujeres. “Pero no todo el mundo tiene una reflexión sobre el tema tan elaborada como ellas”, justifica Carlos. Sara Luesma, integrante de The Zombie Companay, se acerca a ofrecernos más vino tras intercambiar opiniones con otro grupo de gente: “Lo más interesante de esta obra es el espacio para el debate que se genera después”.

‘Peceras’ no forma parte de estos géneros que convierten la violencia en placer. Su intención es diametralmente opuesta: denunciar y mostrar el grotesco extremo al que puede llegarse en un mundo que desprecia a las mujeres y las considera -antes que compañeras, iguales, amantes, amigas, enemigas…- potenciales víctimas

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Sobre si para denunciar una violación de los derechos humanos es necesario reproducirla sobre el escenario o delante de las cámaras, el movimiento feminista ha debatido intensamente. Con motivo de la adaptación cinematográfica de la saga Millenium, corrieron ríos de tinta (violeta) sobre su atípica protagonista, Lisbeth Salander. Si bien, a diferencia de la gran mayoría de personajes femeninos plasmados en el celuloide, responde activamente y se venga de su agresor, lo cierto es que a lo largo de la mayor parte del metraje de Los hombres que no amaban a las mujeres ella y el resto de personajes femeninos aparecen principalmente como víctimas.

Aunque en el teatro de la Grecia clásica se considerase algo obsceno, que ocurría fuera del escenario, hoy en día la representación de la violencia está fuertemente estetizada. Haneke. Tarantino. Takashi Miike. La naranja mecánica. Diferentes estilos de reproducción ficticia de una violencia cruel y coreografiada que hombres y mujeres ejecutan de manera muy diferente. En el cine de terror, la violencia hacia las mujeres es mucho más que estética para llegar a lo abiertamente erótico. Sin embargo, cuando es un personaje femenino el que ataca irracionalmente o por venganza, ya sea bajo aspecto arácnido, feral o extraterrestre, la escena de la cruel agresión resulta, simplemente, gore.

Peceras no forma parte de estos géneros que convierten la violencia en placer. Al menos explícitamente. Su intención es diametralmente opuesta: denunciar y mostrar el grotesco extremo al que puede llegarse en un mundo que desprecia a las mujeres y las considera -antes que compañeras, iguales, amantes, amigas, enemigas…- potenciales víctimas. Pero, además, la obra incomoda precisamente porque no solo muestra con crudeza toda la miseria que encierran esas posiciones de víctima y verdugo sino porque te sitúa en un papel igualmente deleznable y mucho más cobarde: el de cómplice impasible.

Más información sobre la obra en el blog de Carlos Be

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