Reclamo de una Papisa

Reclamo de una Papisa

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12/02/2013

Ana Gabriela Jiménez Cubría*

Como ya todo el mundo lo sabe, renunció el papa. Como todo el mundo ha notado, no hay periódico o espacio mediático que no hable del tema, y lo que falta. Hoy al hacer mi recorrido rutinario por la prensa y las redes me encontré con varios tuits y retuits de Alejandro Jodorowski reivindicando el advenimiento de una papisa, incluso convocando al público en general a realizar un performance psicomágico para que esto se haga una realidad, seguido de muchas respuestas de mujeres apoyando la propuesta.

Este es un nuevo ejemplo de igualdad malentendida que tiene como consecuencia directa el desprestigio del feminismo. Creer que la solución para la desigualdad entre mujeres y varones se arregla con poner a la cabeza de las instituciones hegemónicas a una mujer es un enorme error, casi tan ingenuo como creer que tener a una mujer en la presidencia de un país es signo inequívoco de equidad o de democracia.

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Lo deseable es que cada vez más mujeres ocupen puestos de toma de decisiones, sí. Pero estaremos hablando de igualdad únicamente cuando sea igual de seguro para una mujer que para un varón salir a la calle, mostrar el cuerpo, decir lo que piensa y actuar como le dicte su conciencia.

Si bien la crítica feminista y progresista hacia la iglesia católica ha sido siempre que ésta en su estructura y su mitología otorga las posiciones de poder, de prestigio y de toma de decisiones a varones –y solo a un tipo específico de varón, y para muestra la profecía de que un papa negro sería el fin del mundo-  la reivindicación por la igualdad en un sentido amplio está orientada a la legitimación y puesta en práctica de otras formas de organización social y de reparto tanto de la riqueza como del poder, una que reconozca y celebre la diferencia y la pluralidad.

No es poco común encontramos ante la presencia de mujeres que ostentan el poder reproduciendo prácticas patriarcales como la violencia psicológica o económica contra empleados y empleadas o el desprestigio de colegas mujeres por razones ajenas a lo laboral. Son incontables las mujeres que desde altos cargos administrativos, sociales o políticos contribuyen a continuar los estereotipos de género, ubicándose ellas mismas como mujeres-mujeres, declarándose no feministas, o enarbolando la bandera de la causa de la igualdad con soluciones como abrir más guarderías para las madres trabajadoras, o dar subsidios a las mujeres que encabezan una familia.

Por hablar de algo reciente, tenemos el caso de las monjas que robaron bebés recién nacidos a cientos de mujeres en hospitales españoles durante el franquismo, cuya estrategia fue decir a la madre que su bebé había muerto. La mayoría de estas monjas salió impune.

La iglesia católica, esa institución que carga todo el peso de los males de la humanidad sobre las mujeres, que defiende la vida desde la procreación aun cuando la madre tenga menos de 15 años de edad, que culpa a las mujeres maltratadas o asesinadas de su propia suerte, que prohíbe el uso del condón, que defiende a capa y espada un único modelo de familia –y por lo tanto un único modelo de amor- que instruye como modelo para las mujeres a una adolescente que parió siendo virgen. ¿Sabemos de verdad lo que estamos diciendo al reclamar que una mujer esté a la cabeza de una institución como esta?

*Comunicóloga, especialista en estudios de género y análisis del discurso. Responsable de las oficinas de la Federación Mexicana de Universitarias

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