Angola

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“Yo no sabía lo que era la guerra, hermano. Sólo pensaba en volver a casa, pero había que cumplir dos años de servicio y los internacionalistas fuimos a eso, a ayudar a los hermanos angoleños, pero coño, la cosa se complicó un huevo”

30/09/2011
Cubanos

Militares cubanos en bici./ Nick, Wikimedia Commons

Florencio sale pronto de su trabajo y por las tardes, cuando el sol patibulario de Santiago se acuesta sobre las colinas lejanas y cede grandes espacios a la sombra, este negro delgado y mandón se calza su visera ajada y merodea por las calles de la ciudad hasta que sus músculos se agotan. Lo que más le gusta es subirse a la Loma del Intendente y observar desde allí la bahía y las lejanas montañas de El Cobre. En ese mágico lugar su mirada se relaja entre los verdes que se dibujan en el horizonte y el azul plateado de las aguas santiagueras. La rada es un gran espejo en el que parecen aflorar los recuerdos de una guerra que aún escuece en la memoria del veterano.

“Yo no sabía lo que era la guerra, hermano. Sólo pensaba en volver a casa, pero había que cumplir dos años de servicio y los internacionalistas fuimos a eso, a ayudar a los hermanos angoleños, pero coño, la cosa se complicó un huevo”

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“Yo no sabía lo que era la guerra, hermano. Llegamos allí y tuvimos que caminar horas y horas para acostumbrarnos a la selva y a los mosquitos. Por la noche yo ni me dormía, estaba muy asustado. Los ruidos no me dejaban dormir. Pensaba que detrás de cada ruido había un kwacha (*), coño. Cogí el paludismo un par de veces y me mataban las fiebres, que aparecían y desaparecían. Sudaba como un demonio y sólo pensaba en volver a casa, pero había que cumplir dos años de servicio y los internacionalistas fuimos a eso, a ayudar a los hermanos angoleños contra los sudafricanos y contra los kwachas de UNITA, pero coño, la cosa se complicó un huevo”.

Escudriña entre la piel argéntea, casi metalizada de la bahía, que parece devolverle más fragmentos de su vida como guerrero. “En el 83 mi batallón estaba en retaguardia, en la provincia de Moxico, pero los veteranos nos contaban cosas del frente. Nos contaban que los kwachas llegaban siempre de noche a los campamentos y mataban a los hombres a machete, cortándoles la cabeza o degollándolos. Eso me tenía loco. También nos contaron lo sucedido en la batalla de Cangamba, donde los nuestros resistieron atrincherados los cohetes de los de la UNITA durante nueve días y pelearon tan cerca del enemigo que lo veían venir. Las trincheras les salvaron y casi todos pudieron contarlo, aunque los kwachas mataron a media docena de compañeros internacionalistas, incluido un médico. Esas historias no me tranquilizaban nada”.

Florencio salió de Angola en circunstancias penosas, ese mismo año, y cuando trata de narrar lo que pasó las palabras le salen mutiladas y habla como si tuviera el corazón brincando en la boca. “Una noche nos atacaron, o eso creímos. Escuchamos algunos tiros y me levanté de la litera. Me cago en mi negrura, me dije, salí de la tienda y eché a correr con lo puesto, sin mirar atrás. No sabía hacia dónde iba y me daba igual todo. No me acordé de la ropa ni del arma, solo pensaba en huir de allí. Corría y corría sin dirección hasta que caí en un agujero grande. Era una trampa para elefantes, un agujero que habían sembrado con estacas de bambú afiladas. Caí allí y la espalda me quedó como un colador; además, me rompí la cadera”. Se sube la camisa y enseña las cicatrices blancas y rosadas que salpican su espalda negra, huesuda. También tiene pequeños boquetes rojizos en la zona de los omóplatos y camina con dificultad, renqueante y falto de confianza. Su cuerpo es la topografía de un deshecho.

Florencio tiene 46 años, mujer y tres hijos, y pide a Oxalá (*) para que ninguno de ellos sufra lo que sufrió él. “Me sacaron de allí al día siguiente y me llevaron al hospital de campaña. Estuve un año en Angola y ni siquiera aprendí a quitarme el miedo, eso te persigue toda la vida. A veces te lo tragas, pero en otras sudas solo de pensar en algunas cosas. Ahora hablo con la gente y me sorprendo porque a casi nadie le importa lo que sucedió allí. Me da la impresión de que a la gente que no tuvo familiares luchando en África la cosa de Angola les importa una mierda”.

Florencio dilata su sonrisa y de tanto forzarla deja entrever un diente de oro que reluce como una perla, excitado por el barniz de la saliva. Luego me da un abrazo y se va.

  • Kwacha (*): El término viene del dialecto umbundu y significa “nuevo amanecer”. También hay quien señala que el término tenía como significado “diablo”. Los cubanos y los FAPLA lo empleaban para referirse peyorativamente a los miembros de la UNITA dirigida por Jonas Savimbi.
  • Oxalá (*): El más importante y alto de los dioses Yorubas, representa el cielo, el principio de todo, el equilibrio positivo del universo, es el Orixá de la comprensión. Es el padre de la blancura, de la paz, de la unión, de la fraternidad entre las personas de la tierra y del cosmos. Además es el Orixá que determina el fin de la vida, con la certeza del deber cumplido.
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