Mujer y violencia

Mujer y violencia

En el discurso imperante, ya sea en los periódicos, en los telediarios, las películas o las series, los cuerpos diagnosticados mujer siempre ocupan la posición de víctima. Son previctimizados antes incluso de sufrir la agresión.

28/03/2011

Foto sacada por Gaelx tras las celebraciones del 8 de marzo

Probablemente, muchos de lxs lectorxs que hayan leído este título han supuesto que el texto trataba sobre la violencia CONTRA las mujeres. Y de esa lógica automática, que ante estas tres palabras sitúa al sujeto mujer en nuestras cabezas en posición de víctima, es sobre lo que escribiré aquí.

Hace unos meses que trabajo con un grupo de mujeres que se encuentran en situaciones de violencia machista, y resulta enormemente frecuente que hablemos de su sensación de indefensión ante la violencia. Es habitual que escuchemos expresiones del tipo: “Es que en cuanto escucho un grito, me bloqueo, y ya no puedo ni pensar”, que son recogidas con asentimiento general. Al principio me resultaba fácil posicionarme desde fuera, y considerar que dado el proceso de terror continuo y agresión aleatoria que supone la violencia machista, era lógico que apareciera ese bloqueo ante las manifestaciones de violencia. Y estaba segura de que eso a mí no me ocurriría, hasta que me acordé de Virginie Despentes.

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En ‘Teoría King Kong‘ cuenta cómo ella fue violada en un momento de su vida en el que siempre llevaba una navaja encima, que sabía usar con cierta soltura, pero durante la agresión sexual en lo que pensaba es que ojalá ellos no encontraran el arma: “Desde el momento en que comprendí lo que nos estaba ocurriendo, me convencí de que ellos eran los más fuertes”.

Dice en el libro que si hubieran intentado robarle la chaqueta habría sacado la navaja sin pensarlo, pero en esa situación no se le ocurrió hacerlo. Y explica cómo se sintió “más suciamente mujer” de lo que se había sentido nunca: “Era el proyecto mismo de la violación lo que hacía de mí una mujer, alguien esencialmente vulnerable”.

Ambas situaciones, la que llamamos violencia de género y la violación, son violencias dirigidas contra un cuerpo por el hecho de ser reconocido como mujer. Y en ambos casos, en el discurso imperante, ya sea en los periódicos, en los telediarios, las películas o las series, los cuerpos diagnosticados mujer siempre ocupan la posición de víctima. Son previctimizados antes incluso de sufrir la agresión.

Esa previctimización, que se cierne sobre los cuerpos mujer desde su primer contacto fuera del núcleo familiar (a pesar de que las mujeres son más frecuentemente agredidas en sus casas que fuera de ellas), no sólo contribuye a limitar nuestra acción en el espacio público, sino que también nos trata de convertir en analfabetas para la violencia.

Entiendo aquí la violencia como un lenguaje que se articula entre dos o más cuerpos, que es o no legitimado por la cultura según qué cuerpos sean agentes de esa violencia. Así, los policías o los militares son agentes legítimos de violencia en nuestro contexto. Y los cuerpos diagnosticados varón también lo son desde pequeños. Pueden ensayar, explorar y performar el lenguaje de la violencia. De hecho, se espera que lo hagan, no en vano uno de los criterios médicos para considerar que la identidad de género de una persona no se corresponde con su sexo diagnosticado, en el caso de los niños transexuales, es la “aversión hacia los juegos violentos”, que se suponen inherentes al desarrollo masculino normal.

Los cuerpos diagnosticados mujer no pueden ser agentes de violencia, porque son cuerpos previctimizados. De esta forma, no se permite que aprendamos ni ensayemos el lenguaje de la violencia, y se facilita que se produzca un bloqueo cuando estamos expuestas a ella en nuestra posición de mujeres, porque se nos presupone mudas para ese lenguaje. Cuando dos chicos se encaran en un bar, ellos saben que hay muchas posibilidades de que no lleguen a golpearse, comparten el lenguaje de la violencia y pueden medir los riesgos. En nuestro caso, es muy frecuente que la agresión, si se dirige a nosotras por ser mujeres, nos bloquee hasta el pensamiento.

Así, pensé que una solución sería aprender técnicas de violencia (artes marciales o defensa personal), aprendiendo  así a leer las situaciones de violencia, y estando potencialmente capacitadas para utilizarla. De esta manera se incorporaría el lenguaje. Pero esa solución quizá no sería suficiente para desactivar el bloqueo de la previctimización.

Por eso me interesé por los grupos de autodefensa feminista, y contacté con un grupo en Madrid para ver si podrían explicarme en qué consisten. Pepa y Berta, las profesoras, y algunas de sus chicas, me invitaron amablemente a charlar después de una clase. Me explicaron que para ellas, la autodefensa feminista no sólo consiste en aprender a golpear, que también, sino en crear un espacio de seguridad colectivo en el que compartir las experiencias de violencia, reflexionar sobre la violencia en todas sus formas (desde la estructural a la física), y trazar estrategias, desde lo individual y desde lo colectivo, para manejar las situaciones de violencia.

Una de las chicas me explicaba cómo también le había servido para pensar sobre la revictimización, cómo ser víctima de violencia por el hecho de ser mujer te sitúa bajo sospecha, y desata la culpa: “Nos hacen creer que el problema es nuestro, en el grupo aprendemos a no sentirnos avergonzadas ante una agresión, y a señalar al agresor como responsable: ¿Por qué voy a sentir yo vergüenza si eres tú el que me está agrediendo?”. Me cuentan que una de las cosas que les resultan más útiles es aprender a reconocer las situaciones de riesgo, y escuchar a su cuerpo en esos momentos: “Hay que hacerse tres preguntas: ¿Qué está pasando? ¿Cómo me estoy sintiendo? y ¿Qué puedo hacer para salir de esto?”.

Así, en el grupo se aprende a leer las situaciones de violencia, se trabaja para desactivar la previctimización, y se buscan alternativas de respuesta, que en algunos casos pueden pasar por responder violentamente, y en otros por estrategias diversas, muchas veces de respuesta colectiva.

Desde los feminismos, también hay iniciativas que tratan de desactivar la previctimización en los discursos, colocando ante la mirada pública cuerpos legibles como mujer armados o vistos como agentes potenciales de violencia, o planteando la posibilidad de rodear los espacios feministas con carteles que avisen al que entra del riesgo: “Cuidado, está usted entrando en un espacio feminista”. Invirtiendo la lógica de los espacios de seguridad de forma que no sean los cuerpos que están dentro las víctimas potenciales, sino los que entran los que se pueden encontrar con una respuesta colectiva si no lo hacen con respeto.

Sin duda, desde los discursos y desde los cuerpos, hay mucho que reflexionar sobre la violencia, y la posición que como sujetos mujer se nos otorga en relación con ella.

 

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